Por si a aquel que lo conozca pudiera servirle de referencia, diré que Perast se parece un tanto a la isla de Hvar en Croacia, pero en más pequeño todavía. Y en menos explotado, por supuesto.
Nos alojamos en el primer hotel que se encuentra llegando desde Kotor. Los perastinos son conscientes de ser lo que son y aplican precios europeos. Pero lo merece. Salimos a dar una vuelta y a conocer a un nuevo amigo canino que, por supuesto, nos sigue. Curiosa costumbre la de los canes balcánicos. Tras el paseo, decidimos entrar a cenar en el acogedor restaurante del hotel, para proceder a la ingesta de lo que serían uno de los mejores platos de mejillones que probablemente yo haya probado en mi vida, y de arroz negro. No puede haber forma más feliz de irse a la cama.
Al día siguiente, nos permitimos una tregua atemporal para disfrutar de Perast con la luz del día, el tiempo que haga falta, hasta que decidamos hacer el petate y seguir costa abajo, hacia el Sur. Así que desayunamos tranquilamente en la terraza sobre el mar que tiene el hotel, pateamos de nuevo hacia arriba y hacia abajo sus calles, y prestamos atención a los detalles de sus antiguos palacetes. Perast es tan hermoso de día como sugería de noche. Y casi como aureola rodeando su excepcionalidad, resulta ser la única jornada de pleno sol y calor que hemos tenido (y tendremos) en el viaje.
Esta mañana está siendo 26 de septiembre de 2008