lunes, 29 de diciembre de 2008

Día 6: Montenegro, ese desconocido

Lo primero que debe saber el viajero que se dirija a Montenegro es que la moneda oficial de curso legal es el euro. Porque ellos lo valen. Lo que te da un cajero en el banco son euros. Lo que te devuelve el frutero del tenderete son euros. El precio al que figura la gasolina en los surtidores son euros. De dónde los sacan, no lo sé.
También lo son en Kosovo, pero bueno, ellos pueden tener la excusa de ser esa suerte de protectorado inaugurado por Naciones Unidas. Pero en Montenegro, no. En Montenegro no se me ocurre excusa posible.

Así que nos resulta curioso llegar al fantasmagórico Hotel Piva y que Igor nos pida 40 y tantos euros (entre otras cosas, porque eso allí, en un sitio perdido del interior de Montenegro, es bastante dinerete). Una vez hemos tomado posesión de la habitación, nos disponemos a dar una vuelta por la calle y media de Pluzine, y finalmente nos dirigimos a cenar en el restaurante Carina Socica, que es lo único que le tengo que agradecer a la guía que llevábamos.

Permítanme realizar aquí un inciso. Tanto para Serbia como para Montenegro, siguiendo la recomendación de un amigo, decidí adquirir las guías Bradt. Bien. Recuerden unas notas mentales muy básicas para acertar a este respecto: Guía Bradt de Serbia bien, Guía Bradt de Montenegro caca. La buena señora que ha escrito esta guía (una tal Annalisa Rellie) incluye una enorme retahíla de reseñas históricas del siglo XIV, pero ha debido de considerar que el siglo XX no resulta tan importante para el viajero (a fin de cuentas, es probable que el viajero haya vivido en él, así que ya se lo sabe). Y no dice ni pio al respecto. Por lo demás, en unas guías que se presentan a sí mismas un poco como alternativa a las Lonely Planet y que en su mayoría suelen incluir alojamientos apropiados pero baratitos, esta señora se limita a incluir hoteles de 5 y 4 estrellas principalmente (y alguno que otro de 2 que se le habrá escapado). Como es muy previsora, incorpora incluso hoteles que van a abrir sus puertas en 2010, como ella muy bien indica. En fin. No quiero seguir despotricando contra la guía y contra la doña que la parió: ya lo hice durante el viaje. Pero ustedes quédense con la idea: Guía Bradt se Serbia bien, Guía Bradt de Montenegro caca.
Fin del inciso.

Efectivamente, en el restaurante Carina Socica se come bien y es muy mono. Concluimos, y nos vamos a pernoctar (con forro polar, de nuevo, porque en la ex-Yugoslavia no se da la calefacción hasta el 15 de octubre, aunque caigan chuzos de punta).

A la mañana siguiente, emprendemos la marcha hacia Cetinje, la antigua capital del país. Al salir de Pluzine, eso sí, tenemos ocasión de ver aquello de lo que nos habían hablado: un campamento de refugiados (supongo que serbo-kosovares, aunque no lo puedo asegurar), que viven en una especie de apartamentos prefabricados, un gran número de ellos, a la orilla del río. Impacta.

La carretera de Pluzine - Niksic - Podgorica es curiosa. Está salpicada de monumentos de época socialista aquí y allá, de los que en otras repúblicas ya quedan pocos. Hay también mucha gente haciendo auto-stop: el sistema de Vesna debe de ser de lo más normal. Tras tomar un desvío casi llegando a Podgorica, accedemos a la carretera hacia Cetinje y llegamos a la ciudad.


Cetinje es una burbuja encantadora que uno no se espera. Chiquitito, como una aldea para nosotros, fue la capital de esta minúscula república (en cuanto a número de habitantes) hasta 1948, en que Podgorica (la antigua Titograd) pasó a ostentar ese rango. Sigue siendo no obstante la capital cultural del país, en los referentes de los montenegrinos.

Merece la pena pues perderse por sus calles, en las que se descubrirán preciosos edificios correspondientes a antiguas embajadas, monasterios de increíble belleza, casitas de cuento...

En una de las calles del centro nos detenemos a comer (en un restaurante de parroquianos llamado Obelix), mientras cae un aguacero sin igual. Y, una vez visitada la ciudad y llenada la panza, continuamos hacia Perast.

La carretera entre Cetinje y Kotor - Perast es una de las atracciones del país, si me apuran. Todas las guías, oficinas de turismo y varios la resaltan. Eso sí: no es apta para aquellos susceptibles de marearse. ¿Recuerdan el anuncio de la Biodramina? Pues son las mismas carreteras, pero con las eses más de seguido. Eso sí: las vistas de la bahía de Kotor que se observan desde lo alto no tienen precio.

Abajo del todo, en la ribera, se distinguen las ciudades de Kotor y Perast, entre otros pequeños pueblos pesqueros. Nuestro objetivo es el segundo, donde pasaremos la noche, así que atravesamos Kotor y su ingente parque automovilístico y, bordeando la orilla del mar (porque todo ese enorme brazo de agua es mar) conseguimos atracar en puerto.



Hoy ha sido jueves, 25 de septiembre de 2008.

lunes, 22 de diciembre de 2008

Caminante, no hay camino

Tras nuestro paso por Gorazde, seguimos remontando el río Drina camino de Foca, a donde llegamos después de recorrer unos 30 km más. Foca será nuestra última parada en Bosnia antes de cruzar la frontera con Montenegro. Si Willy se dio la vuelta al mundo en 80 días, nosotros hemos atravesado un país en uno solo.

Es curioso acercarse a Foca viniendo desde Gorazde. En los pueblos que hemos ido atravesando, pequeñitos, sólo hemos visto mezquitas, pero en Foca vuelve a aparecer Serbia en toda su plenitud: iglesias ortodoxas, todo vuelve a estar escrito en alfabeto cirílico, renacen los colores nacionales serbios y serbo-bosnios (azul, blanco y rojo) en banderines y posters... Para colmo, debemos de estar en elecciones. Es curioso cómo por los simples colores que se usen en un cartel se puede identificar perfectaente el cariz del partido que lo protagoniza.
En Foca vuelve a aparecer también lo que yo he dado en denominar "quemazón selectiva", y es que aún se aprecian las casas que, rodeadas de muchas otras que no, fueron quemadas. Se aprecia porque siguen constando de apenas un par de fachadas, principalmente.

Pero es por la espalda y sin avisar cuando me asalta una imagen que ya conozco. Al cruzar un pequeño puente situado a la entrada de la ciudad, se yergue frente a mí un edificio que ya he visto antes. "Eso es la comisaría de policía", comento a mi acompañante.
Sobre este edificio se departía en un documental que ví en la filmoteca de La Haya, durante un ciclo que desarrollaron junto a la embajada francesa titulado "Cine y justicia". Según el documental (de nombre Carnival), Montenegro, que oficialmente se declaró neutral durante la guerra de Bosnia (aunque en la época no constituía una unidad independiente, sino que, junto a Serbia, constituía una todavía existente aunque diezmada Yugoslavia), no tuvo un comportamiento digno de elogiar durante la contienda. Al parecer, algunos de los refugiados que huyeron a Montenegro fueron deportados por la policía entre Mayo y Junio de 1992, y acabaron como prisioneros en Foca. Un periodista de Montenegro sacó a la luz estos casos años después, lo que llevó a la apertura de procesos judiciales. El periodista cuantificó un total de 83 refugiados asesinados y lanzados a las aguas del Drina desde esa localidad.

Nosotros decidimos aparcar precisamente frente a esta comisaría-centro de detención y dar un pequeño paseo por la ciudad. Aún nos queda mucho camino hasta llegar a donde hemos de pasar la noche: Pluzine, en plenas montañas montengrinas. Observamos una preciosa iglesia ortodoxa, observamos una valla con un cartel explicativo de lo que debía de ser la mezquita que se hallaba tras ella antes de desaparecer, y charlamos con un par de lugareños al respecto de la mejor forma de acceder a la carretera hacia la frontera -forma que muy amablemente nos indican-.
Así las cosas, reemprendemos la marcha, y tomamos la carretera hacia Montenegro. De aquí a la frontera hay unos escasos 18 kilómetros.

Pero la carretera hacia Montenegro es un camino que en ciertos tramos es, de hecho, de tierra. Esta no puede ser la carretera. A ver si nos hemos equivocado. Pero es que tiene que ser esta. Mira, el río queda a la derecha. Tiene que ser esta. Pero cómo va a ser esta. Una carretera señalizada de la red principal, cómo va a tener un límite de velocidad de 10 km/hora. Huy la leche.

Lo que parecían unos simpes 18 kilómetros hasta la frontera se torna en una carrera de obstáculos sorpresa: tan pronto tenemos que parar a esperar a que un grupo de ovejas terminen de beber en los charcos y se aparten, como tenemos que bajarnos a quitar piedras del camino, que se han desprendido y no podemos atravesarlo, como tenemos que agradecer el hecho de que a las vacas les haya dado por ir por un lado del camino, porque si les da por plantarse en medio, todavía estamos allí. Por cierto, ¿cómo vamos de gasolina? Ay dios mío que no se nos acabe la gasolina, prometo comerme la berenjena si no se nos acaba la gasolina.

Después de mucha expectación y plegaria, alcanzamos a divisar la frontera, a lo lejos, abajo, en el cañón del río. ¡Yúju! ¡Era esta la carretera! ¡Por fin! Pasamos a Montenegro, y la vía se convierte por arte de magia en transitable. Y admirable. De nuevo es más rápido ir en coche que ir andando. Aunque ya se nos ha hecho de noche, y es una pena no poder admirar el paisaje. Especialmente, el imponente lago Pivsko, junto al que discurre la carretera.

Nada más pisar Montenegro, tenemos que pagar una nueva ecotasa (esta vez, de 10 euros), y tras 22 kilómetros que se nos van en un abrir y cerrar de ojos, llegamos a nuestro destino por esta noche: el hotel Piva. El hotel donde debieron de inspirarse los creadores de películas de zombies de serie B.


Pero este relato os lo dejo para otro día.

sábado, 13 de diciembre de 2008

Día 5. Gorazde, zona protegida

(24 de septiembre de 2008)

A unos 36 km. de Visegrad se encuentra Gorazde.

Gorazde es una burbuja musulmana en el cristal serbio de la Republika Sprska. Es una ciudad que durante toda la guerra consiguió no caer en manos serbias, estando, como está, en medio de su franja. Esto se debió en gran parte a que, ya antes de la guerra, era una ciudad con mayor concentración musulmana (bosníaca), y a que durante la misma gran parte de los bosníacos obligados a emigrar de sus zonas fueron en esa dirección, lo que aumentó la población de esta "etnia" (disculpen, me cuesta mucho en general utilizar la palabra "etnia" sin comillas). No obstante, sufrió, dada su condición de zona totalmente rodeada de tropas serbias asediantes, una continua agresión de estas, que en una de sus ofensivas estuvieron de hecho a punto de "conquistarla".

En un determinado momento de la guerra (mayo del 93), la ONU, que se posicionaba como actor neutral en el conflicto, estableció una serie de zonas o enclaves protegidos, relacionadas con las zonas en las que la mayoría de la población seguía siendo bosníaca o croata, pero estaban situadas dentro de la franja de control serbo-bosnia (y, por consiguiente, podían resultar muy golositas para éstos). Estas zonas protegidas fueron 6: Bihac en el noroeste, Tuzla en el noreste, Sarajevo (la capital del país), Zepa y Srebrenica en el este, y Gorazde en el sureste. Se suponía pues que estas eran zonas protegidas por la ONU en la que la seguridad de sus habitantes y ocupantes (porque contenían multitud de desplazados) estaba garantizada.

Lo más probable sea que Srebrenica les suene de algo. Supuso la que todavía hoy es una de las mayores vergüenzas de la ONU. Por abreviar, podríamos decir que los efectivos serbo-bosnios pasaron por la quilla a unos cuantos miles de bosníacos en menos de tres días. Las cifras difieren según quién las cuente. La tele occidental nos vendió y nos vende que fueron más de 8.000, los serbios, que apenas 3.000, como siempre, la cifra real estará en el medio, pues cada bando tiene su efectiva propaganda. Pero lo llamativo del caso es que sucediera en julio del 95, cuando Srebrenica era una "zona de seguridad" protegida por tropas de la ONU; da igual que hubieran sido diez: es la situación lo que hace de Srebrenica una matanza tan inverosímil, además de espeluznante. Inciso: una de las acusaciones más graves que pesa sobre el recientemente detenido y extraditado Karadzic (líder político de los serbo-bosnios en la época) es la de ser autor moral del suceso de Srebrenica, y a Mladic (líder militar de los serbo-bosnios), el criminal de guerra que queda en búsqueda "prioritaria" por parte del Tribunal Internacional para la Antigua Yugoslavia, se le acusa de ser el brazo ejecutor. Cierto es que los otros bandos también tuvieron sus Mladic, pero nunca ha ocurrido en la historia que se juzgue a los vencedores.

Volviendo al asunto: sobre los porqués de las cosas, podríamos establecer ahora un debate de varias páginas. La coletilla fácil es que los soldados holandeses, a los que había tocado estar allí como a los españoles les tocó Mostar, "no hicieron nada". Si nos adentráramos un poco más en la cuestión, veríamos que los soldados holandeses eran tres gatos frente a los efectivos que poblaban las fuerzas serbo-bosnias, que según el mandato oficial de la ONU no se podía usar las armas si no era en defensa propia, que tampoco estaban dotados en toda su necesidad por parte de los responsables indirectos, y que para más INRI algunos de los soldados holandeses fueron secuestrados previamente. Y entonces podríamos ponernos en la piel del oficial holandés de la ONU a cargo de Srebrenica y ver qué hubiéramos hecho nosotros.

Pero volviendo de nuevo al asunto, que me enrollo y no hay quien me pare, amigos. El tema es que esas zonas protegidas hacía tiempo que se habían convertido en pura mitología. Zepa ya había caído en manos de los serbo-bosnios, Srebrenica también, Sarajevo estaba rodeada de morteros y francotiradores... y Gorazde no tenía garantía ninguna. Por no tener, no tenía ni visibilidad internacional apenas, existiendo como existía el maná Sarajevo para los telediarios y las mentes ocidentales.

Cuando finalmente la ONU, por diversos motivos (entre ellos, una cuestión de credibilidad) acuerda bombardear las formaciones serbo-bosnias y la guerra termina, Gorazde se encontraba en un momento de tremenda expectativa. Dada su situación geográfica (que se puede observar en el mapa de dos "post" más abajo), se hablaba de la posibilidad de intercambiarla por mayor espacio alrededor de Sarajevo durante las conversaciones de Dayton que habrían de concluir en un tratado de paz que fijara las fronteras internas. Intercambiar Gorazde, cederla a la Republika Sprska, a la zona serbia de Bosnia, a cambio de mayor territorio alrededor de Sarajevo (que es casi limítrofe con la Republika). Finalmente este intercambio no se dio, y así vemos que en el mapa actual Gorazde se encuentra a modo de isla al final de un pequeño corredor que la conecta con Sarajevo.
Gorazde es, pues, el único territorio eminentemente bosnio por el que íbamos a cruzar, y se aprecia. Aparecen los pañuelos en las cabezas femeninas, son más frecuentes las mezquitas, desparecen los colores serbios decorativos de fachadas y postes. Se subraya su identidad, a fin de que subsista en el inhóspito ecosistema que lo rodea (como sucede en todo lugar que se encuentre en situación similar, como por ejemplo, los enclaves serbios de Kosovo, donde la situación es parecida pero a la inversa).

Resultó para mí una interesante representación a escala de lo que yo percibí que era Yugoslavia hoy: una amalgama de gentes más parecidas de lo que quisieran que se aferran a todo aquello que los identifique como distintos.
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Para el que le gusten los comics, el periodista Joe Sacco, que cubrió la guerra de Bosnia, publicó uno llamado Zona protegida Gorazde (entre otros). Tiene algunos fallos de mero conocimiento del terreno (como indica en la introducción de la versión en castellano Francisco Veiga, uno de los mejores conocedores de la cuestión balcánica en España) y es, sobre todo y a mi juicio, bastante lioso si uno no anda muy versado en el tema y le interesan realmente los cuándos y por qués. Pero sí da una idea certera de lo que aquella gente de Gorazde debió de pasar (por dentro y por fuera).

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NOTA: En esta ocasión, las fotos no son mías ni de el Que Me Acompaña. La primera está extraída de www.drewsullivan.com, una página sobre senderismo, y la segunda, de www.savoheleta.com

jueves, 4 de diciembre de 2008

Día 5. Un puente sobre el Drina

(24 de septiembre de 2008)

Alcanzamos la frontera con Bosnia al cabo de unos 50 km, bordeando el parque nacional de Tara. Justo antes hemos tenido la suerte de toparnos con el Sargan.

El tren Sargan recorre una pequeña parte de la línea que antiguamente unía Belgrado con Sarajevo, hoy en completo desuso. El recorrido actual parte de Mokra Gora y sube la montaña en dirección al parque natural. Los paisajes son ciertamente impresionantes y, además, la sola vista del tren lo merece: ha sido restaurado tal y como era en los años 20. Al parecer, también las tres estaciones por las que pasa han sido recuperadas exactamente tal y como eran, con fines turísticos. Como curiosidad, sepan ustedes que nuestro ya habitual en estos párrafos, el director de cine Emir Kusturica, situó parcialmente su película Vivir es un milagro, de 2004, en los raíles de esta vía férrea. Y es ciertamente un milagro habernos tropezado con él en el mini-paso a nivel en el que nos encontramos, ya que sólo hace el recorrido dos veces al día y únicamente entre abril y septiembre. ¡Por los pelos!
Unos 6 kilómetros después de habernos despedido del Sargan, y tras pagar la ecotasa debida por haber atravesado un parque natural (de unos 2 euros aprox), alcanzamos la frontera bosnia. El policía, con pinta de aburrirse bastante, se acerca. Se le ve un tanto contrariado ante la idea de dos guiris con un coche serbio. Se ve que no es una frontera habitual de paso para turistas. Nos mira, nos indica que nos echemos a un lado y aguardemos. Nos recoge los pasaportes, y se los lleva a su chiringuito.

Vuelve al cabo de un poquito. Nos devuelve los pasaportes, y observo que no están sellados. Lo cierto es que el año pasado, cuando estuve en la otra parte de Bosnia, tampoco me lo sellaron. Pero por si acaso, pregunto:
-No stamp?
-Oh, you want stamp? Stamp, yes, stamp!
Se los lleva de nuevo, sonriente, como si fuera a hacer su buena obra del día y a darle esa alegría a la niña, y los trae al poco, ya sellados. Muy agradecida, me despido y seguimos la marcha hasta Visegrad. te s
obre el Drina
Un puente sobre el Drina
Ivo Andric, el único escritor yugoslavo ganador de un premio Nobel y que, por cierto, trabajó un tiempo en la Embajada de Yugoslavia en Madrid (en ella, que hoy es la Embajada Serbia, se pueden ver varios manuscritos del autor), tituló una de sus novelas más famosas Un puente sobre el Drina, inspirándose en el puente de origen otomano que cruza esta localidad.

Lo primero que a uno le llama la atención al cruzar la frontera bosnia desde Serbia (también desde Croacia) es que no son banderas bosnias lo que ve por los pueblos, sino banderas serbias (o la adaptación de éstas). Lleno de ellas, cada pueblo, casi en cada casa. En Visegrad, donde decidimos comer, podíamos pagar tanto en marcos (moneda bosnia) como en dinares (moneda serbia). Por supuesto, también en euros, en esa extendida economía sumergida cuasioficial que cohabita por todo el país.

El chico de la oficina de turismo de Visegrad nos da folletos de la ciudad y mapas con todo lo que hay que ver: el puente, las termas, las torres... Es un chico joven e intuyo que, como muchos, quiere que al puente sobre el Drina se le recuerde por la literatura, y no por los cadáveres que pasaban flotando por debajo durante la guerra, arrastrados por la corriente y provenientes de localidades como Gorazde, situadas río arriba.
Visegrad fue famoso durante la guerra por ser uno de los puntos fuertes del bando serbio, y parece que los habitantes no están muy acostumbrados aún al turista unioeuropeo. Lo último que deben de saber de nosotros es que el unioeuropeo bueno es el unioeuropeo muerto, como quien dice. Unioeuropeo, otanfílico u occidental en general. Esos que les separamos de los demás serbios. Esos que reconocemos Kosovo como independiente, pero no admitimos a la Rapublika Sprska como tal. Esos que les bombardeamos. Esos que han vendido por las teles lo malos que son los serbios. No les culpo.

Bueno, el caso es que nosotros comemos, paseamos por el puente, hacemos unas cuantas fotos, y disfrutamos de Visegrad. Creo que, en el fondo, ellos también.
Eso sí: al salir de la ciudad, nos perdimos y, carreterucha de arena arriba, acabamos frente a un cartel de lo más desalentador. Colgaba de la puerta de lo que parecía ser una especie de complejo militar, o una central de algo, y era bastante elocuente: "prohibido hacer fotografías, prohibido grabar en vídeo y prohibido mirar". Así de tajante. De tal forma que nosotros, obedientes, nos dimos la vuelta, y la última fotografía que les dejo de Visegrad es la que indica que lo hemos dejado atrás.