Alcanzamos la frontera con Bosnia al cabo de unos 50 km, bordeando el parque nacional de Tara. Justo antes hemos tenido la suerte de toparnos con el Sargan.
El tren Sargan recorre una pequeña parte de la línea que antiguamente unía Belgrado con Sarajevo, hoy en completo desuso. El recorrido actual parte de Mokra Gora y sube la montaña en dirección al parque natural. Los paisajes son ciertamente impresionantes y, además, la sola vista del tren lo merece: ha sido restaurado tal y como era en los años 20. Al parecer, también las tres estaciones por las que pasa han sido recuperadas exactamente tal y como eran, con fines turísticos. Como curiosidad, sepan ustedes que nuestro ya habitual en estos párrafos, el director de cine Emir Kusturica, situó parcialmente su película Vivir es un milagro, de 2004, en los raíles de esta vía férrea. Y es ciertamente un milagro habernos tropezado con él en el mini-paso a nivel en el que nos encontramos, ya que sólo hace el recorrido dos veces al día y únicamente entre abril y septiembre. ¡Por los pelos!
Unos 6 kilómetros después de habernos despedido del Sargan, y tras pagar la ecotasa debida por haber atravesado un parque natural (de unos 2 euros aprox), alcanzamos la frontera bosnia. El policía, con pinta de aburrirse bastante, se acerca. Se le ve un tanto contrariado ante la idea de dos guiris con un coche serbio. Se ve que no es una frontera habitual de paso para turistas. Nos mira, nos indica que nos echemos a un lado y aguardemos. Nos recoge los pasaportes, y se los lleva a su chiringuito.
Vuelve al cabo de un poquito. Nos devuelve los pasaportes, y observo que no están sellados. Lo cierto es que el año pasado, cuando estuve en la otra parte de Bosnia, tampoco me lo sellaron. Pero por si acaso, pregunto:
-No stamp?
-No stamp?
-Oh, you want stamp? Stamp, yes, stamp!
Se los lleva de nuevo, sonriente, como si fuera a hacer su buena obra del día y a darle esa alegría a la niña, y los trae al poco, ya sellados. Muy agradecida, me despido y seguimos la marcha hasta Visegrad. te s
obre el Drina
Un puente sobre el Drina
Ivo Andric, el único escritor yugoslavo ganador de un premio Nobel y que, por cierto, trabajó un tiempo en la Embajada de Yugoslavia en Madrid (en ella, que hoy es la Embajada Serbia, se pueden ver varios manuscritos del autor), tituló una de sus novelas más famosas Un puente sobre el Drina, inspirándose en el puente de origen otomano que cruza esta localidad.
Ivo Andric, el único escritor yugoslavo ganador de un premio Nobel y que, por cierto, trabajó un tiempo en la Embajada de Yugoslavia en Madrid (en ella, que hoy es la Embajada Serbia, se pueden ver varios manuscritos del autor), tituló una de sus novelas más famosas Un puente sobre el Drina, inspirándose en el puente de origen otomano que cruza esta localidad.
Lo primero que a uno le llama la atención al cruzar la frontera bosnia desde Serbia (también desde Croacia) es que no son banderas bosnias lo que ve por los pueblos, sino banderas serbias (o la adaptación de éstas). Lleno de ellas, cada pueblo, casi en cada casa. En Visegrad, donde decidimos comer, podíamos pagar tanto en marcos (moneda bosnia) como en dinares (moneda serbia). Por supuesto, también en euros, en esa extendida economía sumergida cuasioficial que cohabita por todo el país.
El chico de la oficina de turismo de Visegrad nos da folletos de la ciudad y mapas con todo lo que hay que ver: el puente, las termas, las torres... Es un chico joven e intuyo que, como muchos, quiere que al puente sobre el Drina se le recuerde por la literatura, y no por los cadáveres que pasaban flotando por debajo durante la guerra, arrastrados por la corriente y provenientes de localidades como Gorazde, situadas río arriba.
Visegrad fue famoso durante la guerra por ser uno de los puntos fuertes del bando serbio, y parece que los habitantes no están muy acostumbrados aún al turista unioeuropeo. Lo último que deben de saber de nosotros es que el unioeuropeo bueno es el unioeuropeo muerto, como quien dice. Unioeuropeo, otanfílico u occidental en general. Esos que les separamos de los demás serbios. Esos que reconocemos Kosovo como independiente, pero no admitimos a la Rapublika Sprska como tal. Esos que les bombardeamos. Esos que han vendido por las teles lo malos que son los serbios. No les culpo.
Bueno, el caso es que nosotros comemos, paseamos por el puente, hacemos unas cuantas fotos, y disfrutamos de Visegrad. Creo que, en el fondo, ellos también.
Eso sí: al salir de la ciudad, nos perdimos y, carreterucha de arena arriba, acabamos frente a un cartel de lo más desalentador. Colgaba de la puerta de lo que parecía ser una especie de complejo militar, o una central de algo, y era bastante elocuente: "prohibido hacer fotografías, prohibido grabar en vídeo y prohibido mirar". Así de tajante. De tal forma que nosotros, obedientes, nos dimos la vuelta, y la última fotografía que les dejo de Visegrad es la que indica que lo hemos dejado atrás.
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