jueves, 31 de diciembre de 2009

Pristina en la Circle Line

La llegada a Pristina está precedida por el paso frente a una inmensa base británica de la KFOR con su bandera y su todo. Déjenme comentarles llegado el caso la diferencia entre dos de los acrónimos más habituales de por esos lares: la UNMIK y la KFOR. La primera hace referencia a la misión de la ONU, la segunda, a la misión de la OTAN. Que aunque a oídos del profano ya haya llegado a sonar casi idéntico por acción y efecto de la terrible calidad de los informativos españoles y la prensa en general, ni son lo mismo, ni son igual.

Volviendo al asunto que nos ocupa: Pristina es una Novi Pazar a lo bestia y en versión caos. El tráfico indisciplinado y la contaminación son el latido de la ciudad. Los flamantes edificios de la Unión Europea (foto de la derecha) y las verjas que los circundan conviven con los contrabandistas que trapichean con tabaco y con teléfonos móviles. Deambulamos por la urbe a bordo de un taxi (la estación de autobuses, sita al final de la avenida Bill Clinton, está considerablemente lejos de la ciudad en sí), llegamos al hotel donde decidimos alojarnos. 35 euros la habitación. No pasa nada porque esté roto el tubo de la cisterna, ¿ve usted?, lo aprieta contra la cañería cuando carga y listo. Estos occidentales se han creído que pueden venir aquí y pagar porque las cosas funcionen, ¡no te jode! (parece pensar la señora de la limpieza).

Esa tarde, damos un paseo por lo que en mi pueblo llaman "calle Mayor", que es una calle ancha y peatonal alrededor de la cual serpentean como telaraña las calles que conforman Pristina. En un centro comercial-zona de exposiciones, coronado con la foto de otro ilustre guerrillero y cuya entrada advierte de que no se debe acceder con armas, nos tomamos un café. Intento pagar. El camarero no me hace ni caso. Ya por fin consigo llamar su atención. Viene. "We just wanted to pay", le digo. Continúa sin mirarme. Se retira, y vuelve al poco con la cuenta, que deja frente a la vista de El que me acompaña.
Esta es sólo la primera vez que me topo tan de frente con lo que en este trozo de tierra parece ser costumbre, y es que las mujeres, observo, sirven para ponerse tacones de 8 centímetros, pintarse mucho e ir en grupos de amigas, pero no para interactuar habiendo un hombre que va con ellas. A lo largo de los días tendré ocasión de constatar el hecho y no dejar lugar a la duda (y comprobar, para mi soberbia sorpresa, que es comportamiento especialmente difundido entre los jóvenes más que entre los adultos).

Me pregunto si esta será la diferencia kosovar. Déjenme que les cuente mi teoría: mi teoría es que un pueblo que ha sido el mismo país durante 50 años (o más) no puede convertirse en países inherentemente distintos de un día para otro. Así que la única forma que tienen bosnios, croatas, serbios et alteres de conseguirlo es subrayar las escasísimas diferencias. Así, los croatas se sacaron de la manga palabras dialectales que se usaban en el siglo XVI. Los serbios, el mea culpa de la historia. Y todos ellos, la enfatización de la religión (esa misma de la que nadie se acordaba desde hacía dos generaciones).
Me pregunto pues si lo que hace diferentes a los kosovares es esto. Esta sublimación del islam (del islam más oportunista, añado) que, cual catolicismo trasnochado, te convierte en material de segunda B al ser ente carente de pene.

En fin. Tras el café, emergemos de nuevo a la arteria principal de Pristina. Al final de ésta, se encuentra el hotel más caro de la ciudad, más caro que el Hilton en época bélica: el Grand Hotel.
El Grand también tiene su Historia, pues durante la guerra era aquí donde los periodistas se alojaban. En él, en esa tierra de nadie en que un zona se convierte en los días posteriores al fin de una guerra y hasta que la cosa se estabiliza, ocurrió de todo: violaciones en los pasillos, tráfico de armas en las habitaciones... Dirán ustedes que cómo lo sé yo, si yo no estuve allí. Y tendrán razón: no lo sé. He de fiarme (o no) del testimonio de alguien que sí estuvo: el corresponsal de una de nuestras cadenas de televisión, al que, por vicisitudes, resulto conocer. Y sí: elijo fiarme. Sobre todo, porque no se me antoja el hecho ni tan descabellado ni tan excepcional, dadas las condiciones. Qué poca fé tengo en el género humano, dirán ustedes. Y de nuevo, tendrán razón.

Esa Pristina de violaciones y zambombazos ha terminado para dar lugar ahora a una nueva Pristina, caracterizada por la cohabitación de los contrabandistas ya citados, los nichos-mausoleo de los guerrilleros del UCK y los funcionarios de todos los organismos internacionales imaginables y posibles, sobre todo los de la ONU y la UE. Éstos se caracterizan por llevar 4x4 de últimas generación y lunas tintadas y matricular a sus hijos en la American School of Kosova ("It is the only accredited educational institution in Kosova, since 2005!", como reza su anuncio en la publicación "Home and Away" dirigida a estos mismos funcionarios o guiris recién llegados y en vías de serlo y que nosotros recibimos en el hotel (publicación que, ñado, merece crónica aparte). Sí, por la cara que ha puesto el recepcionista, no le acaba de convencer lo de que seamos meros turistas.

Volvamos a los funcionarios europeos y europeístas. Los funcionarios también tienen a su disposición restaurantes como el Ex, en el centro de la ciudad, donde los camareros te llenan la copa continuamente, te cambian el tipo de pan según platos y, en fin, hacen que Sir George Kemp no tenga que echar en falta Knightsbridge para nada. Y además, al módico precio de 9 euros el plato de salmón ("recién traído de Italia", nos informa el metre, que nos ha mirado un poco raro al vernos entrar con nuestro aspecto de livingstones y sin la habitual corbata). Los 20 euros por los que nos sale la cena a los dos no significan absolutamente nada para Sir George Kemp, y significan una amplia parte del salario de esos camareros. Cuadno creíamos no obstante que ya todo estaba perdido, el metre pone la nota de color. Me pregunta si quiero llevarme lo que me ha sobrado en un tupper. George, esto no te lo dicen en Knightsbridge, ¿eh, campeón?


(fotos de los muertos y desaparecidos durante la guerra, pegadas en la verja de la sede de la UE)

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