Volviendo al asunto que nos ocupa: Pristina es una Novi Pazar a lo bestia y en versión caos. El tráfico indisciplinado y la contaminación son el latido de la ciudad.

Esa tarde, damos un paseo por lo que en mi pueblo llaman "calle Mayor", que es una calle ancha y peatonal alrededor de la cual serpentean como telaraña las calles que conforman Pristina. En

Esta es sólo la primera vez que me topo tan de frente con lo que en este trozo de tierra parece ser costumbre, y es que las mujeres, observo, sirven para ponerse tacones de 8 centímetros, pintarse mucho e ir en grupos de amigas, pero no para interactuar habiendo un hombre que va con ellas. A lo largo de los días tendré ocasión de constatar el hecho y no dejar lugar a la duda (y comprobar, para mi soberbia sorpresa, que es comportamiento especialmente difundido entre los jóvenes más que entre los adultos).
Me pregunto si esta será la diferencia kosovar. Déjenme que les cuente mi teoría: mi teoría es que un pueblo que ha sido el mismo país durante 50 años (o más) no puede convertirse en países inherentemente distintos de un día para otro. Así que la única forma que tienen bosnios, croatas, serbios et alteres de conseguirlo es subrayar las escasísimas diferencias. Así, los croatas se sacaron de la manga palabras dialectales que se usaban en el siglo XVI. Los serbios, el mea culpa de la historia. Y todos ellos, la enfatización de la religión (esa misma de la que nadie se acordaba desde hacía dos generaciones).
Me pregunto pues si lo que hace diferentes a los kosovares es esto. Esta sublimación del islam (del islam más oportunista, añado) que, cual catolicismo trasnochado, te convierte en material de segunda B al ser ente carente de pene.
En fin. Tras el café, emergemos de nuevo a la arteria principal de Pristina. Al final de ésta, se encuentra el hotel más caro de la ciudad, más caro que el Hilton en época bélica: el Grand Hotel.

Esa Pristina de violaciones y zambombazos ha terminado para dar lugar ahora a una nueva Pristina, caracterizada por la cohabitación de los contrabandistas ya citados, los nichos-

Volvamos a los funcionarios europeos y europeístas. Los funcionarios también tienen a su disposición restaurantes como el Ex, en el centro de la ciudad, donde los camareros te llenan la copa continuamente, te cambian el tipo de pan según platos y, en fin, hacen que Sir George Kemp no tenga que echar en falta Knightsbridge para nada. Y además, al módico precio de 9 euros el plato de salmón ("recién traído de Italia", nos informa el metre, que nos ha mirado un poco raro al vernos entrar con nuestro aspecto de livingstones y sin la habitual corbata). Los 20 euros por los que nos sale la cena a los dos no significan absolutamente nada para Sir George Kemp, y significan una amplia parte del salario de esos camareros. Cuadno creíamos no obstante que ya todo estaba perdido, el metre pone la nota de color. Me pregunta si quiero llevarme lo que me ha sobrado en un tupper. George, esto no te lo dicen en Knightsbridge, ¿eh, campeón?

(fotos de los muertos y desaparecidos durante la guerra, pegadas en la verja de la sede de la UE)
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