La llegada a Pristina está precedida por el paso frente a una inmensa base británica de la KFOR con su bandera y su todo. Déjenme comentarles llegado el caso la diferencia entre dos de los acrónimos más habituales de por esos lares: la UNMIK y la KFOR. La primera hace referencia a la misión de la ONU, la segunda, a la misión de la OTAN. Que aunque a oídos del profano ya haya llegado a sonar casi idéntico por acción y efecto de la terrible calidad de los informativos españoles y la prensa en general, ni son lo mismo, ni son igual.
Volviendo al asunto que nos ocupa: Pristina es una Novi Pazar a lo bestia y en versión caos. El tráfico indisciplinado y la contaminación son el latido de la ciudad. Los flamantes edificios de la Unión Europea (foto de la derecha) y las verjas que los circundan conviven con los contrabandistas que trapichean con tabaco y con teléfonos móviles. Deambulamos por la urbe a bordo de un taxi (la estación de autobuses, sita al final de la avenida Bill Clinton, está considerablemente lejos de la ciudad en sí), llegamos al hotel donde decidimos alojarnos. 35 euros la habitación. No pasa nada porque esté roto el tubo de la cisterna, ¿ve usted?, lo aprieta contra la cañería cuando carga y listo. Estos occidentales se han creído que pueden venir aquí y pagar porque las cosas funcionen, ¡no te jode! (parece pensar la señora de la limpieza).
Esa tarde, damos un paseo por lo que en mi pueblo llaman "calle Mayor", que es una calle ancha y peatonal alrededor de la cual serpentean como telaraña las calles que conforman Pristina. En un centro comercial-zona de exposiciones, coronado con la foto de otro ilustre guerrillero y cuya entrada advierte de que no se debe acceder con armas, nos tomamos un café. Intento pagar. El camarero no me hace ni caso. Ya por fin consigo llamar su atención. Viene. "We just wanted to pay", le digo. Continúa sin mirarme. Se retira, y vuelve al poco con la cuenta, que deja frente a la vista de El que me acompaña.
Esta es sólo la primera vez que me topo tan de frente con lo que en este trozo de tierra parece ser costumbre, y es que las mujeres, observo, sirven para ponerse tacones de 8 centímetros, pintarse mucho e ir en grupos de amigas, pero no para interactuar habiendo un hombre que va con ellas. A lo largo de los días tendré ocasión de constatar el hecho y no dejar lugar a la duda (y comprobar, para mi soberbia sorpresa, que es comportamiento especialmente difundido entre los jóvenes más que entre los adultos).
Me pregunto si esta será la diferencia kosovar. Déjenme que les cuente mi teoría: mi teoría es que un pueblo que ha sido el mismo país durante 50 años (o más) no puede convertirse en países inherentemente distintos de un día para otro. Así que la única forma que tienen bosnios, croatas, serbios et alteres de conseguirlo es subrayar las escasísimas diferencias. Así, los croatas se sacaron de la manga palabras dialectales que se usaban en el siglo XVI. Los serbios, el mea culpa de la historia. Y todos ellos, la enfatización de la religión (esa misma de la que nadie se acordaba desde hacía dos generaciones).
Me pregunto pues si lo que hace diferentes a los kosovares es esto. Esta sublimación del islam (del islam más oportunista, añado) que, cual catolicismo trasnochado, te convierte en material de segunda B al ser ente carente de pene.
En fin. Tras el café, emergemos de nuevo a la arteria principal de Pristina. Al final de ésta, se encuentra el hotel más caro de la ciudad, más caro que el Hilton en época bélica: el Grand Hotel.
El Grand también tiene su Historia, pues durante la guerra era aquí donde los periodistas se alojaban. En él, en esa tierra de nadie en que un zona se convierte en los días posteriores al fin de una guerra y hasta que la cosa se estabiliza, ocurrió de todo: violaciones en los pasillos, tráfico de armas en las habitaciones... Dirán ustedes que cómo lo sé yo, si yo no estuve allí. Y tendrán razón: no lo sé. He de fiarme (o no) del testimonio de alguien que sí estuvo: el corresponsal de una de nuestras cadenas de televisión, al que, por vicisitudes, resulto conocer. Y sí: elijo fiarme. Sobre todo, porque no se me antoja el hecho ni tan descabellado ni tan excepcional, dadas las condiciones. Qué poca fé tengo en el género humano, dirán ustedes. Y de nuevo, tendrán razón.
Esa Pristina de violaciones y zambombazos ha terminado para dar lugar ahora a una nueva Pristina, caracterizada por la cohabitación de los contrabandistas ya citados, los nichos-mausoleo de los guerrilleros del UCK y los funcionarios de todos los organismos internacionales imaginables y posibles, sobre todo los de la ONU y la UE. Éstos se caracterizan por llevar 4x4 de últimas generación y lunas tintadas y matricular a sus hijos en la American School of Kosova ("It is the only accredited educational institution in Kosova, since 2005!", como reza su anuncio en la publicación "Home and Away" dirigida a estos mismos funcionarios o guiris recién llegados y en vías de serlo y que nosotros recibimos en el hotel (publicación que, ñado, merece crónica aparte). Sí, por la cara que ha puesto el recepcionista, no le acaba de convencer lo de que seamos meros turistas.
Volvamos a los funcionarios europeos y europeístas. Los funcionarios también tienen a su disposición restaurantes como el Ex, en el centro de la ciudad, donde los camareros te llenan la copa continuamente, te cambian el tipo de pan según platos y, en fin, hacen que Sir George Kemp no tenga que echar en falta Knightsbridge para nada. Y además, al módico precio de 9 euros el plato de salmón ("recién traído de Italia", nos informa el metre, que nos ha mirado un poco raro al vernos entrar con nuestro aspecto de livingstones y sin la habitual corbata). Los 20 euros por los que nos sale la cena a los dos no significan absolutamente nada para Sir George Kemp, y significan una amplia parte del salario de esos camareros. Cuadno creíamos no obstante que ya todo estaba perdido, el metre pone la nota de color. Me pregunta si quiero llevarme lo que me ha sobrado en un tupper. George, esto no te lo dicen en Knightsbridge, ¿eh, campeón?
(fotos de los muertos y desaparecidos durante la guerra, pegadas en la verja de la sede de la UE)
jueves, 31 de diciembre de 2009
jueves, 17 de diciembre de 2009
Humilde decálogo del polemólogo yugoslavo
Me he dado cuenta de que llevo un rato hablando de kosovares albanos y serbios, UCKs, tanques y UNMIKs, y que quizá convenga, en un pequeño paréntesis, clarificar qué coño es todo eso, a fin de que se paseen ustedes más por estas líneas como Pedro por su casa, y no que cada párrafo suponga un esfuerzo similar a calcular la raíz cuadrada de doce números primos sumados entre sí.
Por ello, encuentren aquí debajo el PEQUEÑO DECÁLOGO DEL BUEN POLEMÓLOGO AFICIONADO, a grandes rasgos. Sobre el que, insisto aunque bien claro lo ponga en la página principal de este blog, pesa la más absoluta subjetividad. No vaya a ser que a algún prooccidental irreprimido le haya ocurrido la fatalidad de acabar en estas páginas y se vaya a ir el hombre con una crispación del quince.
Bueno, en fin, allá vamos.
ALBANOS VERSUS SERBIOS: Los albanos son unos señores que viven allá abajo a mano izquierda, los serbios son unos señores que viven allá abajo a mano dercha. Tienen por costumbre darse de hostias a lo largo de los siglos, rodeados por otros pueblos que, también se han ido dando de hostias a lo largo de los siglos. Estas hostias se han hecho claramente patentes en las zonas fronterizas de abajo a mano izquierda y abajo a mano derecha, que según han ido pasando de unos a otros, han ido repoblando a fin de afianzarse en el terruño. Un poco como el saquito del dinero que le dan a uno si es judío, puede probarlo, y decide instalarse en Israel. Este repoblamiento transcenturial explica por qué a la derecha de Croacia hay serbios (en la Krajina, antiguos guerreros allí enviados para defender el nuevo trozo de terreno), por qué en Kosovo están esos dos presentes, y por qué la hoy Bosnia-Herzegovina consta de semejante conglomerado (¿quién le manda estar en medio?). Y por qué en Eslovenia apenas hubo hostias: esos no están en medio de nada, sino al sur de otra entidad muy bien formada y cohesionada.
BANDERAS ALBANAS VERSUS BANDERAS KOSOVARES: ¿Por qué en Kosovo hay tanta bandera albana, y no banderas kosovares como tal?
Los albanokosovares de Kosovo se consideran una parte escindida a la fuerza de Albania, en lo que el romanticismo popular más en boga en otras época llama "La Gran Albania". Cuando empezaron los tiros, los albanokosovares se dedicaron a marcar identidad como el que mea árboles mediante la bandera albana como tal, la del país vecino: una bandera roja con un águila bicéfala en medio.
Como lo de la Gran Albania se veía desde el principio que no iba a colar frente a la occidentalidad, hubo que buscar otra opción. Pero no la había. Así que hasta que un señor con piernas se inventó la bandera de Kosovo (una silueta del terruño en dorado sobre fondo azul con seis estrellas encima, en parecidos tonos a la de Bosnia, añado), pues siguieron colocando banderas albanas que era lo que había a mano y, de paso, molaba.
Sobre por qué hoy por hoy las banderas albanas no han sido sustituidas por otras kosovares de última tendencia, hay diversas corrientes de opinión. La que yo defiendo es que la sustitución supone un esfuerzo de sube, quita la bandera, pon esta otra y vuelve a izar que el albanokosovar, hombre creado para la vida contemplativa desde las terrazas de los bares, no está dispuesto a realizar.
Lo que también podría explicar por qué en Moscú los símbolos comunistas sobreviven en lo alto de los edificios, pese a la fiebre mercantil radical.
El UCK: el UCK es un grupo de señores que, hartos de que Milosevic sufragara a la etnia serbia de la zona y a ellos les dejara morirse de hambre con todos los que son, y encima les tocara las narices, pusieron una foto del subcomandante Marcos en el bar del pueblo, se hicieron con un par de kalashnikovs y se liaron a tiros para defender a su gente. Con el tiempo llegaron las bombas occidentales a echar una mano y entonces vieron que molaba lo de tocar las narices al otro, y uno de ellos, que era un poquito pirómano, instauró la moda de quemar casas, cerdos y sobre todo iglesias, que con toda la madera que tienen, arden pero bien. Cuando las bombas occidentales obraron por fin el milagro y Milosevic y su caudrilla tuvieron que irse a su casa con el rabo entre las piernas, parte de los integrantes del UCK se pasaron a la política. Algunos tenían orden internacional de búsqueda y captura como sus compis serbios, pero sabían que habían ganado y que a los dos días los soltaban. Y se hicieron ministros.
Otros, que le habían cogido gusto al kalashnikov y veían por él colmadas sus ansias laborales, emigraron a España y otros países y se dedicaron a localizar joseluises moreno que les invitaran a unas cañas. Otros decidieron quedarse en su casa y darse al contrabando de rifles y estupefacientes. A fin de cuentas, su primo era ministro.
EL FUTURO DE KOSOVO: hay sesudos estudios que se hicieron al finalizar la guerra, en los que se pretendía dilucidar viabilidades posibles para ese cacho de tierra. Estos estudios venían avalados por la necesidad moral de encontrar un paraqué a todo lo ocurrido, y por la necesidad moral de buscar una buena excusa frente a la internacionalidá. Los estudios vinieron acompañados de una cierta sumita de dólares (y euros, que a fin de cuentas, es la moneda oficial de la zona) que los países invertían para ver si podían obrar de nuevo el milagro y echar eso p'alante.
Tuve ocasión, hace unos meses, de conocer y charlar con uno de los gurús que había elaborado uno de esos estudios. Hoy por hoy, unos cauntos años después, nuestro análisis era el mismo:
-Kosovo no tiene agricultura
-Kosovo no tiene industria
-Kosovo no ha invertido nada de ese dinero en producir algo de lo anterior
-Kosovo sólo tiene unas minas de las que se vanagloria que hoy por hoy sería como decir que España puede vivir de puta madre con las minas asturianas (sólo que las suyas producen menos aún).
-Kosovo vive delcontrabando de toda suerte de cosas (los que viven)
-Kosovo tiene una preocupante tasa de población joven, con un altísimo porcentaje de paro.
-Conclusión: Kosovo sólo puede sobrevivir si continúa siendo un protectorado de por vida. Pero parece que la UE no está por la labor. Eso sólo deja a EEUU al frente del chiringo. Y bien mirado, ¿por qué incomodarte la existencia con cautelosos tratados europeos sobre bases militares, si puedes comprarte un país entero? Vamos, yo, si fuera ellos, lo tendría claro.
EL PRESENTE DE KOSOVO: Kosovo es un sitio donde las chicas llevan tacones muy altos y mucho maquillaje, pero jamás se sientan en una terraza si no van acompañdas de sus novios. Es también un sitio decorado por avenidas de Bill Clinton y cuadros de USA I love you en cada pared que se preste. Es un lugar donde siempre mirarán a los ojos al señor que te acompaña auqnue seas tú quien paga la factura del hotel. Y es también un lugar donde, pese a todo, hay todoacien de chinos.
Kosovo es un misterio donde, 10 años después, los barrios serbios, abandonados y fantasmagóricos, se mantienen chamuscados como el primer día. Es un lugar donde conviven una Escuela Norteamericana y niños sin escolarizar que revolotean por las granjas. Es un área con publicaciones para personal de la ONU que incluyen un espacio de humor sobre el "país" y sus gentes.
Kosovo es, disculpen que me exprese así, el absurdo más grande en el que yo he tenido ocasión de encontrarme.
Por ello, encuentren aquí debajo el PEQUEÑO DECÁLOGO DEL BUEN POLEMÓLOGO AFICIONADO, a grandes rasgos. Sobre el que, insisto aunque bien claro lo ponga en la página principal de este blog, pesa la más absoluta subjetividad. No vaya a ser que a algún prooccidental irreprimido le haya ocurrido la fatalidad de acabar en estas páginas y se vaya a ir el hombre con una crispación del quince.
Bueno, en fin, allá vamos.
ALBANOS VERSUS SERBIOS: Los albanos son unos señores que viven allá abajo a mano izquierda, los serbios son unos señores que viven allá abajo a mano dercha. Tienen por costumbre darse de hostias a lo largo de los siglos, rodeados por otros pueblos que, también se han ido dando de hostias a lo largo de los siglos. Estas hostias se han hecho claramente patentes en las zonas fronterizas de abajo a mano izquierda y abajo a mano derecha, que según han ido pasando de unos a otros, han ido repoblando a fin de afianzarse en el terruño. Un poco como el saquito del dinero que le dan a uno si es judío, puede probarlo, y decide instalarse en Israel. Este repoblamiento transcenturial explica por qué a la derecha de Croacia hay serbios (en la Krajina, antiguos guerreros allí enviados para defender el nuevo trozo de terreno), por qué en Kosovo están esos dos presentes, y por qué la hoy Bosnia-Herzegovina consta de semejante conglomerado (¿quién le manda estar en medio?). Y por qué en Eslovenia apenas hubo hostias: esos no están en medio de nada, sino al sur de otra entidad muy bien formada y cohesionada.
BANDERAS ALBANAS VERSUS BANDERAS KOSOVARES: ¿Por qué en Kosovo hay tanta bandera albana, y no banderas kosovares como tal?
Los albanokosovares de Kosovo se consideran una parte escindida a la fuerza de Albania, en lo que el romanticismo popular más en boga en otras época llama "La Gran Albania". Cuando empezaron los tiros, los albanokosovares se dedicaron a marcar identidad como el que mea árboles mediante la bandera albana como tal, la del país vecino: una bandera roja con un águila bicéfala en medio.
Como lo de la Gran Albania se veía desde el principio que no iba a colar frente a la occidentalidad, hubo que buscar otra opción. Pero no la había. Así que hasta que un señor con piernas se inventó la bandera de Kosovo (una silueta del terruño en dorado sobre fondo azul con seis estrellas encima, en parecidos tonos a la de Bosnia, añado), pues siguieron colocando banderas albanas que era lo que había a mano y, de paso, molaba.
Sobre por qué hoy por hoy las banderas albanas no han sido sustituidas por otras kosovares de última tendencia, hay diversas corrientes de opinión. La que yo defiendo es que la sustitución supone un esfuerzo de sube, quita la bandera, pon esta otra y vuelve a izar que el albanokosovar, hombre creado para la vida contemplativa desde las terrazas de los bares, no está dispuesto a realizar.
Lo que también podría explicar por qué en Moscú los símbolos comunistas sobreviven en lo alto de los edificios, pese a la fiebre mercantil radical.
El UCK: el UCK es un grupo de señores que, hartos de que Milosevic sufragara a la etnia serbia de la zona y a ellos les dejara morirse de hambre con todos los que son, y encima les tocara las narices, pusieron una foto del subcomandante Marcos en el bar del pueblo, se hicieron con un par de kalashnikovs y se liaron a tiros para defender a su gente. Con el tiempo llegaron las bombas occidentales a echar una mano y entonces vieron que molaba lo de tocar las narices al otro, y uno de ellos, que era un poquito pirómano, instauró la moda de quemar casas, cerdos y sobre todo iglesias, que con toda la madera que tienen, arden pero bien. Cuando las bombas occidentales obraron por fin el milagro y Milosevic y su caudrilla tuvieron que irse a su casa con el rabo entre las piernas, parte de los integrantes del UCK se pasaron a la política. Algunos tenían orden internacional de búsqueda y captura como sus compis serbios, pero sabían que habían ganado y que a los dos días los soltaban. Y se hicieron ministros.
Otros, que le habían cogido gusto al kalashnikov y veían por él colmadas sus ansias laborales, emigraron a España y otros países y se dedicaron a localizar joseluises moreno que les invitaran a unas cañas. Otros decidieron quedarse en su casa y darse al contrabando de rifles y estupefacientes. A fin de cuentas, su primo era ministro.
EL FUTURO DE KOSOVO: hay sesudos estudios que se hicieron al finalizar la guerra, en los que se pretendía dilucidar viabilidades posibles para ese cacho de tierra. Estos estudios venían avalados por la necesidad moral de encontrar un paraqué a todo lo ocurrido, y por la necesidad moral de buscar una buena excusa frente a la internacionalidá. Los estudios vinieron acompañados de una cierta sumita de dólares (y euros, que a fin de cuentas, es la moneda oficial de la zona) que los países invertían para ver si podían obrar de nuevo el milagro y echar eso p'alante.
Tuve ocasión, hace unos meses, de conocer y charlar con uno de los gurús que había elaborado uno de esos estudios. Hoy por hoy, unos cauntos años después, nuestro análisis era el mismo:
-Kosovo no tiene agricultura
-Kosovo no tiene industria
-Kosovo no ha invertido nada de ese dinero en producir algo de lo anterior
-Kosovo sólo tiene unas minas de las que se vanagloria que hoy por hoy sería como decir que España puede vivir de puta madre con las minas asturianas (sólo que las suyas producen menos aún).
-Kosovo vive delcontrabando de toda suerte de cosas (los que viven)
-Kosovo tiene una preocupante tasa de población joven, con un altísimo porcentaje de paro.
-Conclusión: Kosovo sólo puede sobrevivir si continúa siendo un protectorado de por vida. Pero parece que la UE no está por la labor. Eso sólo deja a EEUU al frente del chiringo. Y bien mirado, ¿por qué incomodarte la existencia con cautelosos tratados europeos sobre bases militares, si puedes comprarte un país entero? Vamos, yo, si fuera ellos, lo tendría claro.
EL PRESENTE DE KOSOVO: Kosovo es un sitio donde las chicas llevan tacones muy altos y mucho maquillaje, pero jamás se sientan en una terraza si no van acompañdas de sus novios. Es también un sitio decorado por avenidas de Bill Clinton y cuadros de USA I love you en cada pared que se preste. Es un lugar donde siempre mirarán a los ojos al señor que te acompaña auqnue seas tú quien paga la factura del hotel. Y es también un lugar donde, pese a todo, hay todoacien de chinos.
Kosovo es un misterio donde, 10 años después, los barrios serbios, abandonados y fantasmagóricos, se mantienen chamuscados como el primer día. Es un lugar donde conviven una Escuela Norteamericana y niños sin escolarizar que revolotean por las granjas. Es un área con publicaciones para personal de la ONU que incluyen un espacio de humor sobre el "país" y sus gentes.
Kosovo es, disculpen que me exprese así, el absurdo más grande en el que yo he tenido ocasión de encontrarme.
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Expedición 1,
Kosovo
sábado, 31 de octubre de 2009
Kosovo, ese concepto
Ha llegado el momento. Hoy nos vamos a Kosovo. Si nos dejan.
Goran ha cumplido su palabra y a las 07:30 estaba como un pincel en la puerta de nuestro hotel para darnos el comprobante de cancelación del cargo de alquiler del coche. Con su enorme sonrisa de vendedor de enciclopedias, nos desea buen viaje y se despide. Ni un resquicio en la mirada que permita relacionarlo con una conversación como la del día anterior. No sé si es que la vida sigue y punto, o que no hay más remedio que siga.
El caso es que nosotros llegamos a la estación de autobuses con ánimo de acabar en Pristina. Pero va a ser que no. La señora de la ventanilla nos dedica su más estándar cara de póker y nos indica que no hay autobuses a Pristina. Lo más lejos que se puede llegar es a Mitrovica, la primera ciudad "grande" ya dentro de zona kosovar (y una de los pocos municipios a los que se les puede efectivamente llamar "ciudad" y no "aldea"), donde la mitad norte es zona serbia, y la mitad sur, albanesa, ambas mitades dividas por el río Sitnica. "¿Y desde allí hay autobuses a Pristina?". Hace gesto de "no lo sé, aquí en Serbia ya no podemos saber nada de Kosovo", y huele a que se guarda detrás de la oreja un "entre otras cosas por vuestra culpa, occidentales de los cojones, así que ahora no vengas a preguntarme".
Bueno. Yo he hecho los deberes y me da que el norte de Mitrovica va a estar aún más aislado de lo demás que esto, así que, como sé que desde Novi Pazar sí hay autobuses a Pristina, decidimos comprar el billete allí y después, buscarnos la vida. Y así lo hacemos.
Dejenme que les explique brevemente el atlas de geografía (in)humano de la zona:
Ver mapa más grande
La línea de puntos que ven es la frontera entre Serbia y Kosovo. Imagino que los puntos que Google le aplica se deben a que algunos países lo reconozcan independiente, y otros lo sigan entendiendo como una provincia serbia más.
Serbia es, principalmente, de religión ortodoxa. En Kosovo, el 85% de la población, que es de origen albano allende los siglos ("albanokosovares", pues) son de religión musulmana. La mayoría del 15% restante, los que viven en las "zonas serbias", son serbokosovares, ergo ortodoxos.
Ahora bien: en el sur de Serbia y hacia la frontera con Bosnia en el oeste, la población, si bien de etnia 100% serbia y no de origen albano (como pueblo y cultura), es de religión musulmana. Esto se debe a las idas y venidas que la historia desarrolla en cada país del mundo con las fronteras que vienen y van (sobre todo en una zona como los Balcanes, que fue la frontera entre el cristianismo y el islam durante siglos, entre el imperio otomano y Austria-Hungría, Bizancio y tantos otros...), y a esto se debe que, en ese sur de Serbia de población serbia y religión mayoritariamente musulmana, no haya habido movida bélica: porque como etnia (esto es, como pueblo, como tono de piel, y sobre todo como valores culturales), ellos son 100% serbios. Al margen de que recen o no cinco veces al día a un señor distinto del que recen los otros. Pues bien: la mayor ciudad de esta zona de la que hablamos en Novi Pazar.
Novi Pazar es un anticipo de lo que uno va a encontrarse si sigue hacia el sur, hacia Kosovo. Es la zona menos "europea" de Serbia, es la zona más "occidental" de la musulmanidad. Es un caos de coches y contaminación y hombres que toman tés en las terrazas pero no así mujeres y cuando uno está allí no puede siquiera imaginar que eso vaya a ser lo más unioneuropeizado que vea en lo sucesivo.
Un par de horas después, efectivamente, sale un autobús a Pristina, así que tras nuestro paseo por la ciudad y por nuestro asombro, subimos en el vehículo y nos acomodamos entre la incertidumbre de no saber si conseguiremos llegar a Pristina o nos harán dar la vuelta antes en algún control.
El primer control al que llegamos está justo en la frontera de Kosovo por la carretera hacia Mitrovica. Es un control de la UNMIK, concretamente de los suecos, y cuál sería nuestra sorpresa y decepción cuando vemos que el autobús para, el sueco levanta un poco el ojo desde fuera, y a continuación se hace el ídem. El autobús sigue sin mayor inconveniente.
Qué decepción.
Qué decepción y, a su vez, qué nueva incertidumbre. Estamos en Kosovo. Y no tenemos sello que lo diga en el pasaporte. Hemos entrado por el norte, zona serbia de Kosovo y no albana. Como ellos no se consideran escindidos, no hay sello de país que valga: seguimos estando "en Serbia". Pero tenemos que salir dentro de unos días por el sur, hacia Macedonia: zona albana y no serbia. Y como esos sí se consideran escindidos, no sé qué vamos a hacer para explicar por qué no tenemos sello de haber entrado legalmente en su "país". Ay, qué ensalada.
El bus va avanzando. Atravesamos la primera ciudad-pueblo: Leposavic. Hay una catedral ortodoxa y todo está lleno de banderas serbias en calles y casas. Al llegar a Mitrovica, lo primero que se ve es una enorme bandera serbia en lo alto del monte (lo que me recuerda a la enorme cruz católica que rige el monte de Mostar de zona croata frente al valle musulmán). En Mitrovica, frontera "real" de las dos locuras, hay otro control de la UNMIK. Atravesamos el puente del río que, sólo unos meses después, verían todos ustedes en las noticias, cuando, al declararse independiente el parlamento kosovar, en Mitrovica se formó una auténtica batalla campal con varios muertos y heridos, entre otros, a bote pronto, recuerdo a un policía de la misión de la ONU (UNMIK) ucraniano, que fue de los primeros.
En Mitrovica se respira tensión, aunque uno no salga del autobús (muy a mi pesar, no para). Y no hace falta más que cruzar el puente para que la historia figure a la inversa: son ahora las banderas albanesas las que ondean por todas partes (y hablo de banderas albanesas, albanesas de Albania, no albanokosovares de Kosovo, pero esto habrá que dejarlo para otro capítulo). A la salida de Mitrovica, ya 100% en territorio albanokosovar, se nos aparecen lo que será una constante a lo largo de todo el viaje por esta tierra: tumbas-mausoleos de los guerrilleros del UCK ("Ejército de Liberación de Kosovo") a los lados de las carreteras, y una selectiva colección de casas quemadas que contrastan con los carteles de "Welcome" que coronan la entrada a algunos pueblos.
Me pregunto con qué ojos mirarán esto que yo veo mis compañeros del autobús. La mujer de delante va mirando por la ventanilla mientras de forma casi inconsciente va negando con la cabeza. No sé si lo que piensa es "dios mío qué asco" o "dios mío qué vergüenza", pero desde luego se advierte que no lo está pasando bien.
Los puestos de la UNMIK y de la KFOR (fuerzas de la OTAN) se van sucediendo como gotas esparcidas por aspersión por todo el territorio kosovar. A diferencia de Bosnia, aquí no son sólo ya misiones de carácter civil, sino también militar. Lo que se ven son bases militares, con militares dentro, con tanques que pasean por la carretera (nos acabamos de cruzar con uno), con vehículos blindados, con armas y soldados que llevan ya allí la friolera de 10 años. Porque esta guerra sucedió hace diez años, diez años ya. Acabamos de pasar una base UNMIK de los Emiratos Árabes Unidos. Justo antes de un letrero en el que se lee "pueblo del sultanato de Omán".
Y así vamos transitando entre tumbas y banderas hasta que llegamos a Pristina, ese monstruo inviable, ese absurdo imponente, esa cortina de humo que no sé cómo harán para que no acabe disipándose.
(29 de septiembre de 2008)
Goran ha cumplido su palabra y a las 07:30 estaba como un pincel en la puerta de nuestro hotel para darnos el comprobante de cancelación del cargo de alquiler del coche. Con su enorme sonrisa de vendedor de enciclopedias, nos desea buen viaje y se despide. Ni un resquicio en la mirada que permita relacionarlo con una conversación como la del día anterior. No sé si es que la vida sigue y punto, o que no hay más remedio que siga.
El caso es que nosotros llegamos a la estación de autobuses con ánimo de acabar en Pristina. Pero va a ser que no. La señora de la ventanilla nos dedica su más estándar cara de póker y nos indica que no hay autobuses a Pristina. Lo más lejos que se puede llegar es a Mitrovica, la primera ciudad "grande" ya dentro de zona kosovar (y una de los pocos municipios a los que se les puede efectivamente llamar "ciudad" y no "aldea"), donde la mitad norte es zona serbia, y la mitad sur, albanesa, ambas mitades dividas por el río Sitnica. "¿Y desde allí hay autobuses a Pristina?". Hace gesto de "no lo sé, aquí en Serbia ya no podemos saber nada de Kosovo", y huele a que se guarda detrás de la oreja un "entre otras cosas por vuestra culpa, occidentales de los cojones, así que ahora no vengas a preguntarme".
Bueno. Yo he hecho los deberes y me da que el norte de Mitrovica va a estar aún más aislado de lo demás que esto, así que, como sé que desde Novi Pazar sí hay autobuses a Pristina, decidimos comprar el billete allí y después, buscarnos la vida. Y así lo hacemos.
Dejenme que les explique brevemente el atlas de geografía (in)humano de la zona:
Ver mapa más grande
La línea de puntos que ven es la frontera entre Serbia y Kosovo. Imagino que los puntos que Google le aplica se deben a que algunos países lo reconozcan independiente, y otros lo sigan entendiendo como una provincia serbia más.
Serbia es, principalmente, de religión ortodoxa. En Kosovo, el 85% de la población, que es de origen albano allende los siglos ("albanokosovares", pues) son de religión musulmana. La mayoría del 15% restante, los que viven en las "zonas serbias", son serbokosovares, ergo ortodoxos.
Ahora bien: en el sur de Serbia y hacia la frontera con Bosnia en el oeste, la población, si bien de etnia 100% serbia y no de origen albano (como pueblo y cultura), es de religión musulmana. Esto se debe a las idas y venidas que la historia desarrolla en cada país del mundo con las fronteras que vienen y van (sobre todo en una zona como los Balcanes, que fue la frontera entre el cristianismo y el islam durante siglos, entre el imperio otomano y Austria-Hungría, Bizancio y tantos otros...), y a esto se debe que, en ese sur de Serbia de población serbia y religión mayoritariamente musulmana, no haya habido movida bélica: porque como etnia (esto es, como pueblo, como tono de piel, y sobre todo como valores culturales), ellos son 100% serbios. Al margen de que recen o no cinco veces al día a un señor distinto del que recen los otros. Pues bien: la mayor ciudad de esta zona de la que hablamos en Novi Pazar.
Novi Pazar es un anticipo de lo que uno va a encontrarse si sigue hacia el sur, hacia Kosovo. Es la zona menos "europea" de Serbia, es la zona más "occidental" de la musulmanidad. Es un caos de coches y contaminación y hombres que toman tés en las terrazas pero no así mujeres y cuando uno está allí no puede siquiera imaginar que eso vaya a ser lo más unioneuropeizado que vea en lo sucesivo.
Un par de horas después, efectivamente, sale un autobús a Pristina, así que tras nuestro paseo por la ciudad y por nuestro asombro, subimos en el vehículo y nos acomodamos entre la incertidumbre de no saber si conseguiremos llegar a Pristina o nos harán dar la vuelta antes en algún control.
El primer control al que llegamos está justo en la frontera de Kosovo por la carretera hacia Mitrovica. Es un control de la UNMIK, concretamente de los suecos, y cuál sería nuestra sorpresa y decepción cuando vemos que el autobús para, el sueco levanta un poco el ojo desde fuera, y a continuación se hace el ídem. El autobús sigue sin mayor inconveniente.
Qué decepción.
Qué decepción y, a su vez, qué nueva incertidumbre. Estamos en Kosovo. Y no tenemos sello que lo diga en el pasaporte. Hemos entrado por el norte, zona serbia de Kosovo y no albana. Como ellos no se consideran escindidos, no hay sello de país que valga: seguimos estando "en Serbia". Pero tenemos que salir dentro de unos días por el sur, hacia Macedonia: zona albana y no serbia. Y como esos sí se consideran escindidos, no sé qué vamos a hacer para explicar por qué no tenemos sello de haber entrado legalmente en su "país". Ay, qué ensalada.
El bus va avanzando. Atravesamos la primera ciudad-pueblo: Leposavic. Hay una catedral ortodoxa y todo está lleno de banderas serbias en calles y casas. Al llegar a Mitrovica, lo primero que se ve es una enorme bandera serbia en lo alto del monte (lo que me recuerda a la enorme cruz católica que rige el monte de Mostar de zona croata frente al valle musulmán). En Mitrovica, frontera "real" de las dos locuras, hay otro control de la UNMIK. Atravesamos el puente del río que, sólo unos meses después, verían todos ustedes en las noticias, cuando, al declararse independiente el parlamento kosovar, en Mitrovica se formó una auténtica batalla campal con varios muertos y heridos, entre otros, a bote pronto, recuerdo a un policía de la misión de la ONU (UNMIK) ucraniano, que fue de los primeros.
En Mitrovica se respira tensión, aunque uno no salga del autobús (muy a mi pesar, no para). Y no hace falta más que cruzar el puente para que la historia figure a la inversa: son ahora las banderas albanesas las que ondean por todas partes (y hablo de banderas albanesas, albanesas de Albania, no albanokosovares de Kosovo, pero esto habrá que dejarlo para otro capítulo). A la salida de Mitrovica, ya 100% en territorio albanokosovar, se nos aparecen lo que será una constante a lo largo de todo el viaje por esta tierra: tumbas-mausoleos de los guerrilleros del UCK ("Ejército de Liberación de Kosovo") a los lados de las carreteras, y una selectiva colección de casas quemadas que contrastan con los carteles de "Welcome" que coronan la entrada a algunos pueblos.
Me pregunto con qué ojos mirarán esto que yo veo mis compañeros del autobús. La mujer de delante va mirando por la ventanilla mientras de forma casi inconsciente va negando con la cabeza. No sé si lo que piensa es "dios mío qué asco" o "dios mío qué vergüenza", pero desde luego se advierte que no lo está pasando bien.
Los puestos de la UNMIK y de la KFOR (fuerzas de la OTAN) se van sucediendo como gotas esparcidas por aspersión por todo el territorio kosovar. A diferencia de Bosnia, aquí no son sólo ya misiones de carácter civil, sino también militar. Lo que se ven son bases militares, con militares dentro, con tanques que pasean por la carretera (nos acabamos de cruzar con uno), con vehículos blindados, con armas y soldados que llevan ya allí la friolera de 10 años. Porque esta guerra sucedió hace diez años, diez años ya. Acabamos de pasar una base UNMIK de los Emiratos Árabes Unidos. Justo antes de un letrero en el que se lee "pueblo del sultanato de Omán".
Y así vamos transitando entre tumbas y banderas hasta que llegamos a Pristina, ese monstruo inviable, ese absurdo imponente, esa cortina de humo que no sé cómo harán para que no acabe disipándose.
(29 de septiembre de 2008)
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Expedición 1,
Kosovo
sábado, 15 de agosto de 2009
Goran
Me quedo pensando en esos refugiados que, 10 años después, siguen en el limbo antes mentado. No sé muy bien qué se sentirá sin ser bienvenido en ninguna parte. Los refugiados serbokosovares (o serbocroatas, o serbobosnios, o todos aquellos procedentes de una guerra perdida) no son bienvenidos en Kosovo, pero tampoco son bienvenidos en Serbia. Para gran parte de los serbios, socialmente suponen un pueblo más parecido a los albanos en sus formas y costumbres que a los serbios en sí. Pero para casi toda la población, suponen ante todo un lastre económico. 10 años después, queda muy poco nacionalismo al que agarrarse. Son más bien el recuerdo de la guerra perdida, la fístula que le escuece a Serbia porque no sabe qué hacer con ellos, y no sabe qué hacer consigo misma. Para la población serbia, son una carga mal avenida que eleva la tasa de paro, que se lleva en su condición de refugiados un pan que consideran no les pertenece, una masa que vive de ellos, ellos, que mandaron a luchar a sus hijos por esa masa (y los perdieron). Y a mí no deja de resultarme curioso que esos nacionalismos, lo suficientemente poderosos como para acabar con un país como Yugoslavia, ahora hayan salido escopetados de la mentalidad de los perdedores. Ya no hay una Gran Serbia a la que aferrarse. Y una vez más, el amor saltó por la ventana cuando la miseria entró por la puerta.
Sumida en estos pensamientos estoy cuando entramos en Kraljevo, y nos dirigimos al punto de encuentro para dejar el coche. Goran, el contacto de la agencia de alquiler en esta ciudad, aparece calle abajo, muy simpático y servicial. Entramos en la oficina, iniciamos el papeleo, nos disponemos a pagar, el datáfono no funciona bien. Hay que llamar a Belgrado. Pero es de noche, domingo, y no hay nadie. Vamos a volver a intentarlo.
Llevamos unos cinco minutos en ello. Goran, para entretener la espera, nos pregunta qué tal nuestro viaje, por dónde hemos ido, etc etc. Yo decido tentar la suerte. Le comento la intención que teníamos de ir a Kosovo con el coche, pero que nos recomendaron no hacerlo por la matrícula eminentemente serbia. Goran nos responde vagamente. Pero me ha salido bien la treta, porque entre la vaguedad, Goran se va soltando y acaba hablando de Kosovo. Y por extensión, de las diferentes guerras y de la situación actual.
Se yergue en ejemplo prototípico de lo que la opinión pública serbia defiende. Que los serbios tienen su parte de culpa, por supuesto, pero que definitivamente no han sido tratados igual, no se ha aplicado el mismo rasero a los criminales de un lado y de otro. Que no ha habido justicia para todos. Que en el extranjero se ignoran muchas cosas. Que la matanza de Srbrenica, cuya enarbolada cifra de 7000 muertos pone en duda, fue una represalia a una matanza previa, a 15 kilómetros de allí, en un enclave serbio, de 3000 personas, por parte de las fuerzas bosnio-musulmanas. Pero que de eso en occidente no se habla, no se sabe, no se ha dicho. Que en Serbia se hacen cosas, se dan pasos, para estar más cerca de la UE, pero que la UE siempre pide más. Que para la UE, nunca es suficiente. Que la UE nunca hace concesiones a Serbia. Que la UE parece no darse cuenta de las dificultades que supone todos los pasos que se dan: por economía, por un orgullo nacional aún dolido... Todas las detenciones, todas las humillaciones, todas las tensiones internas. En este punto, a Goran se le dilata la pupila. Parece haberse dado cuenta, de repente, de que no sabe con quién está hablando. Que está largando afablemente como si estuviera con un compañero del instituto y yo puedo ser periodista, o funcionaria de la UE, o trabajar en una ONG pro kosovar, o vaya usted a saber qué. Todas estas reflexiones parecen pasear por la cabeza de Goran en ese escaso segundo que dura su dilatación de pupila. Como por arte de magia, Goran vuelve en ese momento a transformarse en el afable oficinista de vehículos de alquiler y, con una sonrisa enorme pero cierta prisa, nos comenta que, puesto que la cosa del datáfono no parece arreglarse, mañana mismo, que ya es lunes, a las 7:30 de la mañana que nosotros vamos a dejar nuestro hotel, estará en él para entregarnos el recibo y solucionarlo. La impronta de la picaresca de mi tierra me hace mirar con recelo. Pero me decido a confiar. Entretanto, sigo admirada por haber conseguido que este señor se soltara la lengua como quien no quiere la cosa, y consternada a la vez porque la conversación con toques de entrevista no haya durado más.
Nos marchamos de la oficina hacia el hotel. Cenamos en un lugar llamado Goldy's, 400 dinares, una suerte de McDonald's a lo balcánico. Para mi sorpresa, Goran aparece efectivamente el día siguiente en el hotel a las 7:30, mientras estamos desayunando. Impoluto con su traje y su sonrisa, nos da el recibo. Se le nota con prisa. Y yo no puedo culparlo. Entiendo que no se fíe ni de su madre. Claro, Goran, es que nunca se juzga a los ganadores de un conflicto.
Sumida en estos pensamientos estoy cuando entramos en Kraljevo, y nos dirigimos al punto de encuentro para dejar el coche. Goran, el contacto de la agencia de alquiler en esta ciudad, aparece calle abajo, muy simpático y servicial. Entramos en la oficina, iniciamos el papeleo, nos disponemos a pagar, el datáfono no funciona bien. Hay que llamar a Belgrado. Pero es de noche, domingo, y no hay nadie. Vamos a volver a intentarlo.
Llevamos unos cinco minutos en ello. Goran, para entretener la espera, nos pregunta qué tal nuestro viaje, por dónde hemos ido, etc etc. Yo decido tentar la suerte. Le comento la intención que teníamos de ir a Kosovo con el coche, pero que nos recomendaron no hacerlo por la matrícula eminentemente serbia. Goran nos responde vagamente. Pero me ha salido bien la treta, porque entre la vaguedad, Goran se va soltando y acaba hablando de Kosovo. Y por extensión, de las diferentes guerras y de la situación actual.
Se yergue en ejemplo prototípico de lo que la opinión pública serbia defiende. Que los serbios tienen su parte de culpa, por supuesto, pero que definitivamente no han sido tratados igual, no se ha aplicado el mismo rasero a los criminales de un lado y de otro. Que no ha habido justicia para todos. Que en el extranjero se ignoran muchas cosas. Que la matanza de Srbrenica, cuya enarbolada cifra de 7000 muertos pone en duda, fue una represalia a una matanza previa, a 15 kilómetros de allí, en un enclave serbio, de 3000 personas, por parte de las fuerzas bosnio-musulmanas. Pero que de eso en occidente no se habla, no se sabe, no se ha dicho. Que en Serbia se hacen cosas, se dan pasos, para estar más cerca de la UE, pero que la UE siempre pide más. Que para la UE, nunca es suficiente. Que la UE nunca hace concesiones a Serbia. Que la UE parece no darse cuenta de las dificultades que supone todos los pasos que se dan: por economía, por un orgullo nacional aún dolido... Todas las detenciones, todas las humillaciones, todas las tensiones internas. En este punto, a Goran se le dilata la pupila. Parece haberse dado cuenta, de repente, de que no sabe con quién está hablando. Que está largando afablemente como si estuviera con un compañero del instituto y yo puedo ser periodista, o funcionaria de la UE, o trabajar en una ONG pro kosovar, o vaya usted a saber qué. Todas estas reflexiones parecen pasear por la cabeza de Goran en ese escaso segundo que dura su dilatación de pupila. Como por arte de magia, Goran vuelve en ese momento a transformarse en el afable oficinista de vehículos de alquiler y, con una sonrisa enorme pero cierta prisa, nos comenta que, puesto que la cosa del datáfono no parece arreglarse, mañana mismo, que ya es lunes, a las 7:30 de la mañana que nosotros vamos a dejar nuestro hotel, estará en él para entregarnos el recibo y solucionarlo. La impronta de la picaresca de mi tierra me hace mirar con recelo. Pero me decido a confiar. Entretanto, sigo admirada por haber conseguido que este señor se soltara la lengua como quien no quiere la cosa, y consternada a la vez porque la conversación con toques de entrevista no haya durado más.
Nos marchamos de la oficina hacia el hotel. Cenamos en un lugar llamado Goldy's, 400 dinares, una suerte de McDonald's a lo balcánico. Para mi sorpresa, Goran aparece efectivamente el día siguiente en el hotel a las 7:30, mientras estamos desayunando. Impoluto con su traje y su sonrisa, nos da el recibo. Se le nota con prisa. Y yo no puedo culparlo. Entiendo que no se fíe ni de su madre. Claro, Goran, es que nunca se juzga a los ganadores de un conflicto.
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Expedición 1,
Serbia
sábado, 23 de mayo de 2009
Día 9: La industria del metal
Ya es por la mañana y al monasterio de Studenica van llegando los turistas y los fieles. Nosotros nos unimos a ellos guiados por Ladislao, nuestro perro sherpa amante de los gusanitos que, si bien la noche anterior nos ladró como un poseso al llegar al hotel, hoy ha decidido hacerse nuestro amigo.
El monasterio de Studenica es uno de los más turísticos de Serbia y también uno de los más importantes dentro de la fe ortodoxa eslava. Es también muy representativo desde el punto de vista artístico. Conserva muy bien no sólo la iglesia, restaurada, sino también el resto de las dependencias del monasterio (algo que no ocurre con la mayoría de los monasterios que quedan en pie), y los monjes siguen habitando entre sus muros.
Tras la visita del mismo, y después de habernos despedido de Ladislao, continuamos hacia el norte en nuestra procesión particular. Nos dirigimos hacia Kraljevo, donde visitaremos otro monasterio más (el de Zica, muy bien conservado y restaurado en cada pequeño detalle, que cuenta con la particularidad de tener la paredes pintadas de rojo). Kraljevo será también el destino de nuestro coche: a partir de allí, seguiremos a pie y en el transporte que, imbuidos de tanto aura monacal, dios nos dé a entender.
En la carretera de Studenica a Kraljevo se respira un aire mortuorio. Tiene una especial concentración de placas-obituario que recuerdan a la gente fallecida en ella en un mal accidente de coche. Como colofón final, nos topamos con un entierro. La comitiva funeraria la encabeza un niño que porta una cruz, tras la cual van todos los familiares y alegados andando, por la carretera. El ataud lo porta un tractor.
Una vez visitado el monasterio de Zica, decididmos que aún tenemos tiempo suficiente para llegar hasta Kragujevac.
Era esta una de las principales ciudades en la Serbia yugoslava y posiblemente de las más ricas, hasta que llegaron primero las sanciones económicas y después los bombardeos de la OTAN al buque insignia de la nación: la fábrica automovilística Zastava, productora de los yugo, que acabó de finiquitar lo que ya había empezado a decaer, convirtiendo a Kragujevac en una ciudad fantasma con uno de los índices de paro más altos del país.
Durante nuestra visita, la fábrica seguía bajo mínimos, pero justo unos días después, ya en Macedonia, nos enteramos de que Fiat acababa de firmar un acuerdo para comprar Zastava, para gozo de la población de Kraljevo, que aspira a ser lo que fue. Aunque parece que con la actual crisis cebandose especialmente en el sector del automóvil, la recuperación de Zastava no va viento en popa precisamente.
El caso es que yo, para mi sorpresa, acabo topandome con una ciudad que me gusta. Me resulta agradable. Comemos, muy barato y bien, en un restaurante que me recuerda un tanto a los comedores sociales polacos, y en el que la camarera es incluso capaz de reconocer con una sonrisa nuestro torpe dibujo de un calamar (nuestro serbocroata no ha mejorado tanto en estos días como para haber aprendido a decir "calamar"). Siguiendo con nuestras interactuaciones con los aborígenes, una abuelilla trata de invitarnos por todos los medios a que entremos en el monasterio local en el que se está celebrando una misa. La comunicación es casi inviable y al final nos deja por imposibles, con cierta cara de lástima. Igual es como Avon, y si llevan fieles, les absuelven doble.
Ya de camino a Kraljevo, regresamos por la carretera de Knic, que pasa sobre un gran lago al estilo de los diques holandeses (aunque con menos pretensiones). Nuestra última referencia antes de aparcar en Kraljevo para aparcar el coche será Adrani, uno de los asentamientos para refugiados serbokosovares en el que hoy por hoy, 10 años después del fin de la guerra, siguen viviendo, en esa especie de limbo social, jurídico y mental consistente en no saber dónde caerse muerto.
[Hoy está siendo domingo, 28 de septiembre de 2008]
El monasterio de Studenica es uno de los más turísticos de Serbia y también uno de los más importantes dentro de la fe ortodoxa eslava. Es también muy representativo desde el punto de vista artístico. Conserva muy bien no sólo la iglesia, restaurada, sino también el resto de las dependencias del monasterio (algo que no ocurre con la mayoría de los monasterios que quedan en pie), y los monjes siguen habitando entre sus muros.
Tras la visita del mismo, y después de habernos despedido de Ladislao, continuamos hacia el norte en nuestra procesión particular. Nos dirigimos hacia Kraljevo, donde visitaremos otro monasterio más (el de Zica, muy bien conservado y restaurado en cada pequeño detalle, que cuenta con la particularidad de tener la paredes pintadas de rojo). Kraljevo será también el destino de nuestro coche: a partir de allí, seguiremos a pie y en el transporte que, imbuidos de tanto aura monacal, dios nos dé a entender.
En la carretera de Studenica a Kraljevo se respira un aire mortuorio. Tiene una especial concentración de placas-obituario que recuerdan a la gente fallecida en ella en un mal accidente de coche. Como colofón final, nos topamos con un entierro. La comitiva funeraria la encabeza un niño que porta una cruz, tras la cual van todos los familiares y alegados andando, por la carretera. El ataud lo porta un tractor.
Una vez visitado el monasterio de Zica, decididmos que aún tenemos tiempo suficiente para llegar hasta Kragujevac.
Era esta una de las principales ciudades en la Serbia yugoslava y posiblemente de las más ricas, hasta que llegaron primero las sanciones económicas y después los bombardeos de la OTAN al buque insignia de la nación: la fábrica automovilística Zastava, productora de los yugo, que acabó de finiquitar lo que ya había empezado a decaer, convirtiendo a Kragujevac en una ciudad fantasma con uno de los índices de paro más altos del país.
Durante nuestra visita, la fábrica seguía bajo mínimos, pero justo unos días después, ya en Macedonia, nos enteramos de que Fiat acababa de firmar un acuerdo para comprar Zastava, para gozo de la población de Kraljevo, que aspira a ser lo que fue. Aunque parece que con la actual crisis cebandose especialmente en el sector del automóvil, la recuperación de Zastava no va viento en popa precisamente.
El caso es que yo, para mi sorpresa, acabo topandome con una ciudad que me gusta. Me resulta agradable. Comemos, muy barato y bien, en un restaurante que me recuerda un tanto a los comedores sociales polacos, y en el que la camarera es incluso capaz de reconocer con una sonrisa nuestro torpe dibujo de un calamar (nuestro serbocroata no ha mejorado tanto en estos días como para haber aprendido a decir "calamar"). Siguiendo con nuestras interactuaciones con los aborígenes, una abuelilla trata de invitarnos por todos los medios a que entremos en el monasterio local en el que se está celebrando una misa. La comunicación es casi inviable y al final nos deja por imposibles, con cierta cara de lástima. Igual es como Avon, y si llevan fieles, les absuelven doble.
Ya de camino a Kraljevo, regresamos por la carretera de Knic, que pasa sobre un gran lago al estilo de los diques holandeses (aunque con menos pretensiones). Nuestra última referencia antes de aparcar en Kraljevo para aparcar el coche será Adrani, uno de los asentamientos para refugiados serbokosovares en el que hoy por hoy, 10 años después del fin de la guerra, siguen viviendo, en esa especie de limbo social, jurídico y mental consistente en no saber dónde caerse muerto.
[Hoy está siendo domingo, 28 de septiembre de 2008]
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Expedición 1,
Serbia
domingo, 5 de abril de 2009
A Dios rogando, y con el mazo dando
Avanzando en dirección norte por una de las principales vías de comunicación entre Serbia y Montenegro que se ha salvado por los pelos de estar contenida en los confines de Kosovo, se llega a Novi Pazar, ciudad peculiar de la que ya se hablará más adelante, desde donde sale la carretera-camino que lleva al Monasterio de Sopocani.
Es la primera vez que vamos con premeditación y alevosía a visitar un monasterio ortodoxo, y no que nos lo hayamos encontrado por casualidad y echemos un ojo. Y tenemos la gran suerte de que justo en este momento está a punto de celebrarse una misa. Así que me quedo junto al frontispicio, a fin de observar convenientemente lo que va a suceder a mi alrededor.
En primer lugar, déjenme que les hable someramente y dentro de mis limitaciones, que son muchas, de los monasterios ortodoxos.
Los monasterios ortodoxos no tienen nada que ver con nuestra idea de monasterio católico, en donde un congregación de frailes de diversa jerarquía se arrejunta y se construye por lo general un peazo chiringuito digno de borbón cualquiera. No, los monasterios ortodoxos suelen constar de una iglesia bastante pequeña para nuestros estándares, situada en el centro del conjunto arquitectónico, alrededor de la cual se articulan los edificios de los monjes (celdas, cocinas...) de no mucho mayor tamaño. Por lo demás, acostumbraban a construirlos en lugares de muy difícil acceso, sobre todo para la época, buscando la autodefensa y el recogimiento. Hoy en día ya quedan poco que conserven todo el conjunto de edificios.
En mis comparativas estoy cuando veo una barba vestida toda de negro que se me acerca con un mazo. Me sobrepasa y se dirige hacia una pieza de madera horizontal, a la que pega una serie de toques. Esta actividad se repite varias veces a lo largo de la misa, amén de tocar campanas y producir otros diversos sonidos. Dentro de la iglesia, las mujeres se sitúan a la izquierda, y los hombres, a la derecha. Yo me pongo atrás del todo y procuro no llamar mucho la atención. Pero todas ellas llevan la cabeza cubierta y claro, por el pelo muere el pez. No obstante, nadie me dice nada, así que ahí me quedo. Los monjes, ataviados de distinta forma según la jerarquía (imagino), van rotando en diferentes posiciones por el interior de la iglesia mientras entonan sus continuos cánticos. La verdad es que es un acto litúrgico bastante movido, este. Tras un tiempo que tampoco es mucho, la gente se dispone en fila a fin de ir a besar el icono que rige la iglesia, y depositar un donativo.
Yo, discretamente, voy saliendo. Y los asistentes, poco a poco, también. Fuera les aguarda el autobús que los ha traído, desde una ciudad norteña situada a considerable distancia, según la matrícula del autocar. Así que al salir se santiguan a la ortodoxa, lógicamente, y se dirigen hacia él.
Nosotros nos quedamos un poquito por los alrededores. El monasterio ha tenido mucha suerte: ha sobrevivido a quemas, abandonos y lluvias, y en él se conservan frescos del siglo XIII, pese a haber estado expuestos a las inclemencias del tiempo; frescos además que son principal exponente de una de las escuelas artísticas de la fé ortodoxa.
Tras la visita del monasterio decidimos seguir "subiendo" hacia el norte, en dirección al monasterio de Studenica, uno de los principales de Serbia y de toda la religión ortodoxa eslava del sur, y pasar la noche por algún sitio que encontremos por el camino. Pero "algún sitio que encontremos por el camino" es un pensamiento muy optimista, ya que se va haciendo de noche, cada vez más cerrada, y, por más que preguntamos en los pocos pueblos que encontramos por el camino, no hay donde dormir en esos parajes. Así que acabamos efectivamente recorriendo los más de 80 kilómetros que nos separan del monasterio (que allí significa más de dos o tres horas) y durmiendo en el hotel Studenica, sito junto al monasterio del mismo nombre, y que conseguimos encontrar a tientas después de que un perro nos ladre y nos persiga detrás del coche (¡ah, Serbia! ¡Qué distintos son tus perros de los montenegrinos, que se pasan la vida tumbados a la bartola!), porque por los caminos no hay ni una sola farola.
El hotel es un mundo aparte. Una evocación del de El Resplandor, aderezado con toques James Bond, pero de corte socialista.
En nuestra habitación hace un frío de muerte y el camarero, un señor de ya cierta edad que habla un inglés tan perfecto como si lo hubiera aprendido en el té de las cinco con la Reina Madre, nos explica que en esa época del año sólo tienen cuatro habitaciones con calefacción, y ya las han dado. Vaya, ya es casualidad.
Deben de haber decidido también dar el agua caliente sólo a las habitaciones de la calefacción, para que sea el pack bienestar, porque lo que es en nuestro baño, no la hay -lo que no ha impedido que florezca la vida-. Como detalle de bienvenida, eso sí, tenemos una araña más grande que mi puño coronándonos las camas.
Pero todo se perdona por tener la experiencia de charlar con ese camarero de serie That's English durante la cena, un camarero de verdad, profesioná, que sabe atender y charlar con el cliente a la vieja usanza, y que hace que con él, hasta los cevapcici parezcan chuletitas de cordero.
Y así cerramos el 8º día, en el que ha sido sábado, 27 de septiembre.
____________________
Sobre el monasterio de Sopocani: página de Turismo de Serbia (en inglés)
Es la primera vez que vamos con premeditación y alevosía a visitar un monasterio ortodoxo, y no que nos lo hayamos encontrado por casualidad y echemos un ojo. Y tenemos la gran suerte de que justo en este momento está a punto de celebrarse una misa. Así que me quedo junto al frontispicio, a fin de observar convenientemente lo que va a suceder a mi alrededor.
En primer lugar, déjenme que les hable someramente y dentro de mis limitaciones, que son muchas, de los monasterios ortodoxos.
Los monasterios ortodoxos no tienen nada que ver con nuestra idea de monasterio católico, en donde un congregación de frailes de diversa jerarquía se arrejunta y se construye por lo general un peazo chiringuito digno de borbón cualquiera. No, los monasterios ortodoxos suelen constar de una iglesia bastante pequeña para nuestros estándares, situada en el centro del conjunto arquitectónico, alrededor de la cual se articulan los edificios de los monjes (celdas, cocinas...) de no mucho mayor tamaño. Por lo demás, acostumbraban a construirlos en lugares de muy difícil acceso, sobre todo para la época, buscando la autodefensa y el recogimiento. Hoy en día ya quedan poco que conserven todo el conjunto de edificios.
En mis comparativas estoy cuando veo una barba vestida toda de negro que se me acerca con un mazo. Me sobrepasa y se dirige hacia una pieza de madera horizontal, a la que pega una serie de toques. Esta actividad se repite varias veces a lo largo de la misa, amén de tocar campanas y producir otros diversos sonidos. Dentro de la iglesia, las mujeres se sitúan a la izquierda, y los hombres, a la derecha. Yo me pongo atrás del todo y procuro no llamar mucho la atención. Pero todas ellas llevan la cabeza cubierta y claro, por el pelo muere el pez. No obstante, nadie me dice nada, así que ahí me quedo. Los monjes, ataviados de distinta forma según la jerarquía (imagino), van rotando en diferentes posiciones por el interior de la iglesia mientras entonan sus continuos cánticos. La verdad es que es un acto litúrgico bastante movido, este. Tras un tiempo que tampoco es mucho, la gente se dispone en fila a fin de ir a besar el icono que rige la iglesia, y depositar un donativo.
Yo, discretamente, voy saliendo. Y los asistentes, poco a poco, también. Fuera les aguarda el autobús que los ha traído, desde una ciudad norteña situada a considerable distancia, según la matrícula del autocar. Así que al salir se santiguan a la ortodoxa, lógicamente, y se dirigen hacia él.
Nosotros nos quedamos un poquito por los alrededores. El monasterio ha tenido mucha suerte: ha sobrevivido a quemas, abandonos y lluvias, y en él se conservan frescos del siglo XIII, pese a haber estado expuestos a las inclemencias del tiempo; frescos además que son principal exponente de una de las escuelas artísticas de la fé ortodoxa.
Tras la visita del monasterio decidimos seguir "subiendo" hacia el norte, en dirección al monasterio de Studenica, uno de los principales de Serbia y de toda la religión ortodoxa eslava del sur, y pasar la noche por algún sitio que encontremos por el camino. Pero "algún sitio que encontremos por el camino" es un pensamiento muy optimista, ya que se va haciendo de noche, cada vez más cerrada, y, por más que preguntamos en los pocos pueblos que encontramos por el camino, no hay donde dormir en esos parajes. Así que acabamos efectivamente recorriendo los más de 80 kilómetros que nos separan del monasterio (que allí significa más de dos o tres horas) y durmiendo en el hotel Studenica, sito junto al monasterio del mismo nombre, y que conseguimos encontrar a tientas después de que un perro nos ladre y nos persiga detrás del coche (¡ah, Serbia! ¡Qué distintos son tus perros de los montenegrinos, que se pasan la vida tumbados a la bartola!), porque por los caminos no hay ni una sola farola.
El hotel es un mundo aparte. Una evocación del de El Resplandor, aderezado con toques James Bond, pero de corte socialista.
En nuestra habitación hace un frío de muerte y el camarero, un señor de ya cierta edad que habla un inglés tan perfecto como si lo hubiera aprendido en el té de las cinco con la Reina Madre, nos explica que en esa época del año sólo tienen cuatro habitaciones con calefacción, y ya las han dado. Vaya, ya es casualidad.
Deben de haber decidido también dar el agua caliente sólo a las habitaciones de la calefacción, para que sea el pack bienestar, porque lo que es en nuestro baño, no la hay -lo que no ha impedido que florezca la vida-. Como detalle de bienvenida, eso sí, tenemos una araña más grande que mi puño coronándonos las camas.
Pero todo se perdona por tener la experiencia de charlar con ese camarero de serie That's English durante la cena, un camarero de verdad, profesioná, que sabe atender y charlar con el cliente a la vieja usanza, y que hace que con él, hasta los cevapcici parezcan chuletitas de cordero.
Y así cerramos el 8º día, en el que ha sido sábado, 27 de septiembre.
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Sobre el monasterio de Sopocani: página de Turismo de Serbia (en inglés)
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Serbia
domingo, 29 de marzo de 2009
Los verdes valles, la montaña, la frontera
La mañana se ha despertado fría en Kolasin, nada que ver con el día anterior. Pero el mundo se ve distinto con un par de huevos revueltos y unos cuantos cevapcici (cómo no) por bandera. Amigos vegetarianos, enemigos de la grasa cárnica, en verdad os digo: dejaos el orgullo torero en casa cuando acudáis a los Balcanes, y claudicad ante la onmipresencia de esas salchichas algo picantes a base de carne picada llamadas cevapcici y que en cualquier bar, restaurante o fonda del lugar os ofrecerán, ya sea como desayuno, comida o cena.
Decía yo que la vida se ve distinta con la panza llena, así que nos volvemos a subir al coche para emprender la marcha, esta vez, por carreteras que discurren entre nubes, inmensos desfiladeros, inabarcables cimas, valles repletos de verde sólo mancillados por la contínua presencia de bolsas de basura. Sí, amigos, sí, las gentes balcánicas acostumbran a seguir haciendo eso que hacían nuestras generaciones previas, sólo que en lugar de tirar los papeles y los cigarrillos por la ventanilla del coche, es directamente la bolsa de basura entera lo que regalan a la montaña.
Las cunetas y valles están regadas sin excepción por bolsas de todo color y tamaño, más y menos mugrientas, más y menos odorosas, las montañas son un gran vertedero para el que nadie parece haber previsto otro posible uso. Parece ser este, de hecho, el uso previsto con alevosía, habida cuenta de que, entre montones mayores y menores de caquita, aparece un vertedero oficial con sus limitaciones y su caseta y su guardia y todo.
Entre el cielo y la tierra, nos tropezamos también por casualidad con un par de bodas. Es curioso, ya hemos visto unas cuantas. En las comitivas de boda, el primero de los coches de la hilera lleva siempre la bandera del país, y todos los demás van decorados con flores hasta en la guantera, si me apuran.
Como en los entierros, que también discurren por la carretara (pero a pie) y la primera persona de la comitiva acostumbra a portar una cruz de madera.
Y hablando de muertos, por la carretera vamos cuando nos encontramos con el Lokiva, un antiguo complejo de esquí de cierto renombre que la guerra cerró y que, al contrario que Sveti Stefan, no parece que haya nadie interesado en que se vuelva a abrir. Actualmente se encuentra en estado de abandono. No obstante, hay coches aparcados y no se me ocurre la menos idea de qué narices podrá estar haciendo gente ahí.
Ya acercándonos a Rozaje, el hambre ataca de nuevo. Rozaje es la primera ciudad de Montenegro que se alcanza viniendo desde Kosovo, y tiene de hecho una gran cantidad de población musulmana de origen kosovar. Estamos a tan solo 23 kilómetros de la frontera kosovar, y las ganas de acercarnos son muchas. Sobre todo, porque con sólo 10 kilómetros más, llegaríamos a Pec, uno de nuestros destinos marcados para cuando entremos a Kosovo, y que está sin embargo a 78 kilómetros de Pristina, distancia que tendríamos que recorrer (pero a la inversa) una vez alcanzada la ciudad, estando ahora a una montaña de distancia. Además, muy cerca también de la frontera se encuentra Istok, zona de actuación de las tropas españolas desplegadas allí en misión de la KFOR. Y a Istok va a ser muy dificil acceder si no es ahora.
Sin embargo, nos han advertido que ni se nos ocurra acceder a Kosovo con un coche de matrícula eminentemente serbia. Así que, ocurrírsenos, se nos ocurre, pero acabamos bajando las orejas y no jugándonos las llantas.
Todo este procedimiento de te-imaginas-si-pasamos con posterior retirada de rabo entre las piernas, lo llevamos a cabo mientras ingerimos en el restaurante Kotusa, ubicado en una aldea perdida entre Berane y Rozaje.
El restaurante es muy grande y está muy bien cuidado. Dentro sólo una mesa está ocupada con un grupo de unos seis comensales, que nos miran muy raro al entrar. Al camarero tampoco debemos de hacerle mucha gracia, porque nos atiende con cierto gesto reseco.
En plena ingesta nos encontramos cuando al restaurante acceden tres personas, dos hombres y una mujer, a los que el camarero saluda y guía hacia la otra mesa ocupada. Los tres, al entrar, nos miran muy raro. Una de las personas de la otra mesa los saluda, se incorpora, y los guía hacia el piso superior, de donde descienden todos al cabo de unos 15 minutos.
Mamamiedo.
Entre aspectos y gestos, parecía que en cualquier momento fueran a sacar un subfusil y presentarse en sociedad.
Conviene aquí quizá mentar que no cuenta esa zona del sureste de Montenegro con excesiva buena prensa. De entre las ramas de polemólogos, periodistas e historiadores que estudian las guerras de los Balcanes, hay una bastante refrendada que defiende que el ELK (Ejército de Liberación de Kosovo), ese que luchaba contra las opresoras tropas serbias y para el que la OTAN corrió solícita en su ayuda, no era más que un grupo de paramilitares que se nutría en gran medida del narcotráfico. Una vez terminada la guerra, gran parte de ellos han acabado en política (no faltan en el actual gobierno kosovar), y los demás, pues han acabado haciendo turismo y expresando su interés por las fincas de José Luis Moreno, entre otros. Es decir: gran parte de los integrantes de esos grupos armados que actualmente se dan con unción al secuestro express en este nuestro país y al robo con intimidación, siendo "intimidación" un eufemismo, son bandas albanokosovares que provienen de ese ELK de tiempos.
Volviendo al asunto: el narcotráfico sigue existiendo (de ello vive el país, hasta que EEUU acabe de instalarse ahí del todo, aunque ya volveré más adelante sobre este particular). Y por otra parte, esas gentes y esas armas tienen que salir de ahí por algún sitio. En resumen: si bien Albania es el otro patio de recreo de toda suerte de actividades delictivas, la zona del sureste de Montenegro es una zona también, digamos, "difusa".
De tal forma que a mí de repente me entran muchas ganas de terminar de comer rápido por si las moscas, no vaya a ser que el Kalashnikov que he prometido traerle a Irene de recuerdo se lo tenga que traer en forma de informe balístico, así que pongo mi mejor sonrisa y le digo al camarero que no quiero postre la cuenta muchas gracias.
Nos marchamos ya de tan ilustre comedero, y seguimos avanzando hacia la frontera con Serbia (sob!), habiéndonos asegurado ayer que la carretera principal discurre por zona puramente serbia y no toca nada nada zona kosovar (aunque por cuestión de metros, añado).
Al alcanzar la frontera, el guarda del puesto montenegrino nos sella el pasaporte, adiós muy buenas esperamos que lo hayan pasado bien, y como siempre, unos metros más allá, se encuentra el puesto serbio. Con una particularidad, y es que en el puesto serbio no hay nadie. Hay cartel de bienvenido a Serbia. Pero no hay nadie.
Huy la leche.
Miramos por su alrededor, y definitivamente no, no hay nadie. Decidimos avanzar un poco con el coche. Por ahí empiezan a aparecer casas y vida normal, y sigue sin haber ningún guardia por ninguna parte. A los 10 kilómetros más o menos, decidimos dar la vuelta y preguntarle al guardia de Montenegro, acompañados de una pequeña vicisitud, y es que ahora mismo no existimos. Tenemos un sello de salida de Montenegro. Pero no tenemos un sello de entrada en Serbia. Así que somos ilegales en Serbia. Y no está claro si podríamos entrar en Montenegro, puesto que no tenemos sello de salida de Serbia. Entiendo que para el que tenga por costumbre pulular por la UE y no andar a vueltas con visados ni sellos, esto le sonará a chino. Pero puede quedarse con la gráfica idea de que, repito: ahora mismo, no existimos.
Así que mi natural, gafe, que tiene tendencia a acabar envuelto en las situaciones más inverosímiles y no siempre deseables, se empieza a poner muy nervioso. Alcanzamos de nuevo la frontera montenegrina. El guardia nos mira como diciendo joé estos otra vez aquí qué pesaos madre por dios, mientras yo, con los ojos fuera de las órbitas y la voz ahogada, le hago entender que no hay guarda serbio que no hay puesto fronterizo que no hay sello que no hay Serbia y que la vida se acaba aquí y ahora en este mismo punto mire usté. Y él que sí hombre que sí que tira palante que no seáis pesaos que vosotros tó palante y al final hay un guardia, joé. Así que aunque a mí me gustaría quedarme ahí agarrada a su pierna y rogarle señor guardia mónteme usté en un avión y mándeme a casa con mi mamá, me siento inconfundiblemente invitada a pirarme tó palante. Y palante nos vamos.
Una casa.
Otra casa.
Un pueblo.
Otro pueblo.
Y al final, 15 kilómetros más adelante, una casa con una bandera y un tipo con traje de señor guardia que nos para, nos pide los pasaportes y nos pone sello de entrada a la República Serbia.
Por fin, Señor Guardia, nunca en mi vida había deseado tanto encontrarme con uno de ustedes.
Ya estamos de nuevo en Serbia. Hala, mira qué felices. Y nos dirigimos hacia nuestro primer monasterio eminentemente serbio y uno de los más importante de la fe ortodoxa de la zona: el monasterio de Sopocani. Y mientras tanto, me llama la atención esa especie de zona de nadie en la que, estando en terreno serbio, no hay autoridad que la regule mediante sellos.
Decía yo que la vida se ve distinta con la panza llena, así que nos volvemos a subir al coche para emprender la marcha, esta vez, por carreteras que discurren entre nubes, inmensos desfiladeros, inabarcables cimas, valles repletos de verde sólo mancillados por la contínua presencia de bolsas de basura. Sí, amigos, sí, las gentes balcánicas acostumbran a seguir haciendo eso que hacían nuestras generaciones previas, sólo que en lugar de tirar los papeles y los cigarrillos por la ventanilla del coche, es directamente la bolsa de basura entera lo que regalan a la montaña.
Las cunetas y valles están regadas sin excepción por bolsas de todo color y tamaño, más y menos mugrientas, más y menos odorosas, las montañas son un gran vertedero para el que nadie parece haber previsto otro posible uso. Parece ser este, de hecho, el uso previsto con alevosía, habida cuenta de que, entre montones mayores y menores de caquita, aparece un vertedero oficial con sus limitaciones y su caseta y su guardia y todo.
Entre el cielo y la tierra, nos tropezamos también por casualidad con un par de bodas. Es curioso, ya hemos visto unas cuantas. En las comitivas de boda, el primero de los coches de la hilera lleva siempre la bandera del país, y todos los demás van decorados con flores hasta en la guantera, si me apuran.
Como en los entierros, que también discurren por la carretara (pero a pie) y la primera persona de la comitiva acostumbra a portar una cruz de madera.
Y hablando de muertos, por la carretera vamos cuando nos encontramos con el Lokiva, un antiguo complejo de esquí de cierto renombre que la guerra cerró y que, al contrario que Sveti Stefan, no parece que haya nadie interesado en que se vuelva a abrir. Actualmente se encuentra en estado de abandono. No obstante, hay coches aparcados y no se me ocurre la menos idea de qué narices podrá estar haciendo gente ahí.
Ya acercándonos a Rozaje, el hambre ataca de nuevo. Rozaje es la primera ciudad de Montenegro que se alcanza viniendo desde Kosovo, y tiene de hecho una gran cantidad de población musulmana de origen kosovar. Estamos a tan solo 23 kilómetros de la frontera kosovar, y las ganas de acercarnos son muchas. Sobre todo, porque con sólo 10 kilómetros más, llegaríamos a Pec, uno de nuestros destinos marcados para cuando entremos a Kosovo, y que está sin embargo a 78 kilómetros de Pristina, distancia que tendríamos que recorrer (pero a la inversa) una vez alcanzada la ciudad, estando ahora a una montaña de distancia. Además, muy cerca también de la frontera se encuentra Istok, zona de actuación de las tropas españolas desplegadas allí en misión de la KFOR. Y a Istok va a ser muy dificil acceder si no es ahora.
Sin embargo, nos han advertido que ni se nos ocurra acceder a Kosovo con un coche de matrícula eminentemente serbia. Así que, ocurrírsenos, se nos ocurre, pero acabamos bajando las orejas y no jugándonos las llantas.
Todo este procedimiento de te-imaginas-si-pasamos con posterior retirada de rabo entre las piernas, lo llevamos a cabo mientras ingerimos en el restaurante Kotusa, ubicado en una aldea perdida entre Berane y Rozaje.
El restaurante es muy grande y está muy bien cuidado. Dentro sólo una mesa está ocupada con un grupo de unos seis comensales, que nos miran muy raro al entrar. Al camarero tampoco debemos de hacerle mucha gracia, porque nos atiende con cierto gesto reseco.
En plena ingesta nos encontramos cuando al restaurante acceden tres personas, dos hombres y una mujer, a los que el camarero saluda y guía hacia la otra mesa ocupada. Los tres, al entrar, nos miran muy raro. Una de las personas de la otra mesa los saluda, se incorpora, y los guía hacia el piso superior, de donde descienden todos al cabo de unos 15 minutos.
Mamamiedo.
Entre aspectos y gestos, parecía que en cualquier momento fueran a sacar un subfusil y presentarse en sociedad.
Conviene aquí quizá mentar que no cuenta esa zona del sureste de Montenegro con excesiva buena prensa. De entre las ramas de polemólogos, periodistas e historiadores que estudian las guerras de los Balcanes, hay una bastante refrendada que defiende que el ELK (Ejército de Liberación de Kosovo), ese que luchaba contra las opresoras tropas serbias y para el que la OTAN corrió solícita en su ayuda, no era más que un grupo de paramilitares que se nutría en gran medida del narcotráfico. Una vez terminada la guerra, gran parte de ellos han acabado en política (no faltan en el actual gobierno kosovar), y los demás, pues han acabado haciendo turismo y expresando su interés por las fincas de José Luis Moreno, entre otros. Es decir: gran parte de los integrantes de esos grupos armados que actualmente se dan con unción al secuestro express en este nuestro país y al robo con intimidación, siendo "intimidación" un eufemismo, son bandas albanokosovares que provienen de ese ELK de tiempos.
Volviendo al asunto: el narcotráfico sigue existiendo (de ello vive el país, hasta que EEUU acabe de instalarse ahí del todo, aunque ya volveré más adelante sobre este particular). Y por otra parte, esas gentes y esas armas tienen que salir de ahí por algún sitio. En resumen: si bien Albania es el otro patio de recreo de toda suerte de actividades delictivas, la zona del sureste de Montenegro es una zona también, digamos, "difusa".
De tal forma que a mí de repente me entran muchas ganas de terminar de comer rápido por si las moscas, no vaya a ser que el Kalashnikov que he prometido traerle a Irene de recuerdo se lo tenga que traer en forma de informe balístico, así que pongo mi mejor sonrisa y le digo al camarero que no quiero postre la cuenta muchas gracias.
Nos marchamos ya de tan ilustre comedero, y seguimos avanzando hacia la frontera con Serbia (sob!), habiéndonos asegurado ayer que la carretera principal discurre por zona puramente serbia y no toca nada nada zona kosovar (aunque por cuestión de metros, añado).
Al alcanzar la frontera, el guarda del puesto montenegrino nos sella el pasaporte, adiós muy buenas esperamos que lo hayan pasado bien, y como siempre, unos metros más allá, se encuentra el puesto serbio. Con una particularidad, y es que en el puesto serbio no hay nadie. Hay cartel de bienvenido a Serbia. Pero no hay nadie.
Huy la leche.
Miramos por su alrededor, y definitivamente no, no hay nadie. Decidimos avanzar un poco con el coche. Por ahí empiezan a aparecer casas y vida normal, y sigue sin haber ningún guardia por ninguna parte. A los 10 kilómetros más o menos, decidimos dar la vuelta y preguntarle al guardia de Montenegro, acompañados de una pequeña vicisitud, y es que ahora mismo no existimos. Tenemos un sello de salida de Montenegro. Pero no tenemos un sello de entrada en Serbia. Así que somos ilegales en Serbia. Y no está claro si podríamos entrar en Montenegro, puesto que no tenemos sello de salida de Serbia. Entiendo que para el que tenga por costumbre pulular por la UE y no andar a vueltas con visados ni sellos, esto le sonará a chino. Pero puede quedarse con la gráfica idea de que, repito: ahora mismo, no existimos.
Así que mi natural, gafe, que tiene tendencia a acabar envuelto en las situaciones más inverosímiles y no siempre deseables, se empieza a poner muy nervioso. Alcanzamos de nuevo la frontera montenegrina. El guardia nos mira como diciendo joé estos otra vez aquí qué pesaos madre por dios, mientras yo, con los ojos fuera de las órbitas y la voz ahogada, le hago entender que no hay guarda serbio que no hay puesto fronterizo que no hay sello que no hay Serbia y que la vida se acaba aquí y ahora en este mismo punto mire usté. Y él que sí hombre que sí que tira palante que no seáis pesaos que vosotros tó palante y al final hay un guardia, joé. Así que aunque a mí me gustaría quedarme ahí agarrada a su pierna y rogarle señor guardia mónteme usté en un avión y mándeme a casa con mi mamá, me siento inconfundiblemente invitada a pirarme tó palante. Y palante nos vamos.
Una casa.
Otra casa.
Un pueblo.
Otro pueblo.
Y al final, 15 kilómetros más adelante, una casa con una bandera y un tipo con traje de señor guardia que nos para, nos pide los pasaportes y nos pone sello de entrada a la República Serbia.
Por fin, Señor Guardia, nunca en mi vida había deseado tanto encontrarme con uno de ustedes.
Ya estamos de nuevo en Serbia. Hala, mira qué felices. Y nos dirigimos hacia nuestro primer monasterio eminentemente serbio y uno de los más importante de la fe ortodoxa de la zona: el monasterio de Sopocani. Y mientras tanto, me llama la atención esa especie de zona de nadie en la que, estando en terreno serbio, no hay autoridad que la regule mediante sellos.
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sábado, 21 de febrero de 2009
Día 7: Impredecible Montenegro
Un tal Napias ha dejado un comentario en el artículo anterior al respecto de la perfidia e inconveniencia de ir avanzando etapas de higos a brevas en este nuestro Astrolabio. Es cierto, tiene toda la razón. En mi defensa sólo puedo decir que la vida laboral es algo muy malo que el Hombre ha inventado con el fin último de que el ser huano no se ocupe del Astrolabio como es debido. Pero mea culpa, en cualquier caso. Imploro mil perdones al Sr. Napias, y paso sin más dilación a seguir con lo que estaba:
Día 7: Impredecible Montenegro
Montenegro es algo de lo que todavía no han sacado folleto en las agencias masivas de viaje. Pero ay, el día que lo saquen. Aprovechad ahora, en que todavía en un discreto y tranquilo reducto mediterráneo, protegido de las masas hispánicas por el desconocimiento y esa relación psicológica con la Serbia que quiso ser y no fue. Esa imagen de la viejecilla vestida de negro con un pañuelo del mismo tono frente a una urna electoral, que se le aparece a uno cuando piensa en Montenegro. Porque el día que Marsans edite el tríptico sobre este país, tanto él como nosotros estamos perdidos.
Regresando a esa mañana del 26 de septiembre, nuestros protagonistas han vuelto a cargar el coche para seguir costa abajo, después de esquivar un par de abejas mientras disfrutaban del excelente desayuno del hotel en el malecón. A poquitos kilómetros de Perast regresamos a Kotor, que sí debe de aparecer en los folletos turísticos alemanes, porque está hasta arriba.
Kotor es harina de otro costal. Recuerda bastante a Split, o incluso a Dubrovnik (lo que no le quita mérito), aunque quizá tenga un aire más medieval que este último. Ciertamente, estética y arquitectónicamente es muy bonito. Pero ya son conscientes de los ingresos que da el turismo y, aparte de ser todo él una zona azul de aparcamiento, en los hoteles y restaurantes se puede encontrar incluso quien hable algo de español.
Nosotros nos vamos pronto de Kotor. Es precioso, es cierto, pero tras una hora o dos en la ciudad seguimos muy embargados del espíritu Perast. Y del ticket del aparcamiento, que no concibe franjas para el pago.
Carretera alante, decidimos prescindir de Budva, un Torremolinos donde esta noche toca Madonna, y llegamos directamente a Sveti Stefan.
Sveti Stefan es, junto a la Quinta da Regaleira sita en Sintra (Portugal), uno de los lugares más inverosímiles que haya concebido la mente humana.
Digamos que se trata de un islote frente a la costa, unido a ésta por un brazo de tierra artificial, y todo amurallado por efecto de la unión de las fachadas de las casas entre sí.
Comenzó siendo un pueblucho de pescadores, si es que llegaba a pueblucho. Dejémoslo en "asentamiento de pescadores". Hace algo más de 50 años, alguien tuvo la idea de transformarlo, todo el islote, en hotel de lujo, restaurándolo y haciendo de las casas habitaciones o suites, dejando una de las de la entrada a modo de recepción, y otras como instalaciones comunes. Las guerras de la antigua Yugoslavia hicieron que el hotel se resintiera y acabara cerrándose. Actualmente se está restaurando y renovando, de tal forma que, aunque estuvimos allí, no pudimos acceder al interior del islote, por las obras. Se queda uno frente a una reja al final del brazo de tierra, imaginándose al galope qué maravillas encerrará esa callecilla adoquinada por la que se adentra el albañil de mono azul. He encontrado así un nuevo objetivo en la vida: ahorrar muchísimo dinero y gastarme una millonada allí en una sola noche cuando el hotel vuelva a abrirse al público (que es lo que debe de costar la estancia, supongo). Como en general me fijo muy pocos objetivos, digo yo que tendré que cumplirlo.
Mientras tanto, hemos fijado la ruta para hoy. Bajaremos hasta la carretera que atraviesa el Lago Skadarska, casi en la frontera con Albania, atravesando las marismas, hasta llegar a Podgorica, y continuar luego por las montañas hasta donde nos apetezca pasar la noche.
De camino hacia Skadarska, en una de las gasolineras donde nos detenemos a dar de comer al coche, me topo con un detalle que jamás creí que verían mis ojos: el brazo del tipo que nos echa la gasolina tiene un tatuaje del JNA.
El JNA era el ejército yugoslavo, cuya reputación salió muy mal parada debido a su actuación en la guerra. El JNA, mayoritariamente formado por soldados serbios, tomó parte activa pro-serbia en las diversas guerras, atacando así objetivos croatas y bosnios. En el legado para la historia, ha quedado pues como una fuente de violencia gratuita y casi disfrutante que tuvo mucho que ver con lo que también para la historia han quedado como genocidios perpetrados por los serbocroatas y serbobosnios. Otros argumentan que el JNA era el ejército yugoslavo y, como tal, defendía a Yugoslavia de los independentistas que se erigieron en independientes de forma unilateral. Como siempre ocurre y nunca se considera oficialmente, todos tendrán su parte de razón. Y utilizo ese futuro de indicativo tan desvinculante por mera costumbre: yo activamente creo que todos tienen su parte de razón. Y quizá debería iniciar un blog de otro calibre en el que poder mojarme más en "política histórica", por llamarlo de alguna forma, porque el Astrolabio, por lo general, no se presta más que a meras pinceladas.
En esas reflexiones estoy cuando llegamos a las marismas del Lago Skadarska, que, la verdad, tampoco nos impresionan tanto. Así que paramos a estirar las patitas y a ver cómo unos empujan una camioneta que se ha quedado atascada en la arena, y esa es toda nuestra experiencia para con el lugar. También sorprende ver coches sin matrícula, como lo más normal del mundo.
Accedemos a la ciudad de Podgorica, antigua Titograd (en honor del dictador-dirigente de Yugoslavia Tito, fallecido en 1980, y según la mayor parte de las teorías, único garante de la unidad de todas estas repúblicas). Podgorica-Titograd fue principalmente desarrollada tras la II Guerra Mundial, con fines principalmente administrativos, y arrebató la capitalidad de la república a Cetinje en 1948. Sus calles evocan recuerdos de Usera u Orcasitas, o cualquier otro barrio en España desarrollado en la periferia entre los años 50 y 90, así que, imbuidos del paisaje dejado atrás y la naturaleza que nos espera delante, no hacemos más que atravaserla. Recordemos que nos aguardan las montañas, considerablemente deshabitadas, donde nos va a caer encima la noche.
Por ellas y el cañón del río Moraca seguimos conduciendo, admirando esos bosques como antes no los he visto, esos paisajes, esos puentes de troncos de madera a cientos de metros de altura, y esas carreteras de un solo y estrecho carril para cada sentido donde nunca antes había visto tanto Hamilton junto. Yo, de natural cagón para con la conducción, procedo a ejercer de tal. Y encima se nos está haciendo de noche. Pues hay que llegar hasta Kolasin, que es el primer pueblo con cierto número de habitantes como para figurar en los mapas.
Allí llegamos ya de noche, y decidimos alojarnos en el hotel Brile, en pleno centro de este "resort" de esquí que es Kolasin, aunque aún no es temporada y está todo muy tranquilo. Eso sí: a la primera casa de alquiler de habitaciones a la que nos dirigimos, nos dicen que están a full.
El hotel es una gozada y, si bien lo había más barato, decidimos darnos el capricho. La habitación, abuhardillada a la francesa, es enorme y en el baño basta con abrir el grifo para obtener agua caliente al instante. Además, ¡tienen dada la calefacción! Los que allí trabajan nos son además tremendamente amables, permitiéndonos mirar internet en el ordenador del hotel, y atendiéndonos de forma excelente en el restaurante. La vista a la plaza central del pueblo, con su monumento socialista presidiendo y su centro de deportes de la misma época, tampoco tiene parangón.
De los mismos dueños y por menos precio es el hotel Garni, al que se accede a través de un bar y cuya recepción está al final del mismo. Las habitaciones también están muy muy bien. Y es toda una experiencia atravesar ese bar, lleno de juveniles parroquianos, siendo tú el (la) guiri.
Bueno, amigo Napias: no te podrás quejar. Te he dado párrafos pa dividir en tres días. Por mi parte, me lo apunto, y trataré de actualizar el asunto con más diligencia. Por lo demás, confieso sonrojada que me colma de gozo descubrir que, contra pronóstico, existe un lector en este blog que no es mi madre.
Día 7: Impredecible Montenegro
Montenegro es algo de lo que todavía no han sacado folleto en las agencias masivas de viaje. Pero ay, el día que lo saquen. Aprovechad ahora, en que todavía en un discreto y tranquilo reducto mediterráneo, protegido de las masas hispánicas por el desconocimiento y esa relación psicológica con la Serbia que quiso ser y no fue. Esa imagen de la viejecilla vestida de negro con un pañuelo del mismo tono frente a una urna electoral, que se le aparece a uno cuando piensa en Montenegro. Porque el día que Marsans edite el tríptico sobre este país, tanto él como nosotros estamos perdidos.
Regresando a esa mañana del 26 de septiembre, nuestros protagonistas han vuelto a cargar el coche para seguir costa abajo, después de esquivar un par de abejas mientras disfrutaban del excelente desayuno del hotel en el malecón. A poquitos kilómetros de Perast regresamos a Kotor, que sí debe de aparecer en los folletos turísticos alemanes, porque está hasta arriba.
Kotor es harina de otro costal. Recuerda bastante a Split, o incluso a Dubrovnik (lo que no le quita mérito), aunque quizá tenga un aire más medieval que este último. Ciertamente, estética y arquitectónicamente es muy bonito. Pero ya son conscientes de los ingresos que da el turismo y, aparte de ser todo él una zona azul de aparcamiento, en los hoteles y restaurantes se puede encontrar incluso quien hable algo de español.
Nosotros nos vamos pronto de Kotor. Es precioso, es cierto, pero tras una hora o dos en la ciudad seguimos muy embargados del espíritu Perast. Y del ticket del aparcamiento, que no concibe franjas para el pago.
Carretera alante, decidimos prescindir de Budva, un Torremolinos donde esta noche toca Madonna, y llegamos directamente a Sveti Stefan.
Sveti Stefan es, junto a la Quinta da Regaleira sita en Sintra (Portugal), uno de los lugares más inverosímiles que haya concebido la mente humana.
Digamos que se trata de un islote frente a la costa, unido a ésta por un brazo de tierra artificial, y todo amurallado por efecto de la unión de las fachadas de las casas entre sí.
Comenzó siendo un pueblucho de pescadores, si es que llegaba a pueblucho. Dejémoslo en "asentamiento de pescadores". Hace algo más de 50 años, alguien tuvo la idea de transformarlo, todo el islote, en hotel de lujo, restaurándolo y haciendo de las casas habitaciones o suites, dejando una de las de la entrada a modo de recepción, y otras como instalaciones comunes. Las guerras de la antigua Yugoslavia hicieron que el hotel se resintiera y acabara cerrándose. Actualmente se está restaurando y renovando, de tal forma que, aunque estuvimos allí, no pudimos acceder al interior del islote, por las obras. Se queda uno frente a una reja al final del brazo de tierra, imaginándose al galope qué maravillas encerrará esa callecilla adoquinada por la que se adentra el albañil de mono azul. He encontrado así un nuevo objetivo en la vida: ahorrar muchísimo dinero y gastarme una millonada allí en una sola noche cuando el hotel vuelva a abrirse al público (que es lo que debe de costar la estancia, supongo). Como en general me fijo muy pocos objetivos, digo yo que tendré que cumplirlo.
Mientras tanto, hemos fijado la ruta para hoy. Bajaremos hasta la carretera que atraviesa el Lago Skadarska, casi en la frontera con Albania, atravesando las marismas, hasta llegar a Podgorica, y continuar luego por las montañas hasta donde nos apetezca pasar la noche.
De camino hacia Skadarska, en una de las gasolineras donde nos detenemos a dar de comer al coche, me topo con un detalle que jamás creí que verían mis ojos: el brazo del tipo que nos echa la gasolina tiene un tatuaje del JNA.
El JNA era el ejército yugoslavo, cuya reputación salió muy mal parada debido a su actuación en la guerra. El JNA, mayoritariamente formado por soldados serbios, tomó parte activa pro-serbia en las diversas guerras, atacando así objetivos croatas y bosnios. En el legado para la historia, ha quedado pues como una fuente de violencia gratuita y casi disfrutante que tuvo mucho que ver con lo que también para la historia han quedado como genocidios perpetrados por los serbocroatas y serbobosnios. Otros argumentan que el JNA era el ejército yugoslavo y, como tal, defendía a Yugoslavia de los independentistas que se erigieron en independientes de forma unilateral. Como siempre ocurre y nunca se considera oficialmente, todos tendrán su parte de razón. Y utilizo ese futuro de indicativo tan desvinculante por mera costumbre: yo activamente creo que todos tienen su parte de razón. Y quizá debería iniciar un blog de otro calibre en el que poder mojarme más en "política histórica", por llamarlo de alguna forma, porque el Astrolabio, por lo general, no se presta más que a meras pinceladas.
En esas reflexiones estoy cuando llegamos a las marismas del Lago Skadarska, que, la verdad, tampoco nos impresionan tanto. Así que paramos a estirar las patitas y a ver cómo unos empujan una camioneta que se ha quedado atascada en la arena, y esa es toda nuestra experiencia para con el lugar. También sorprende ver coches sin matrícula, como lo más normal del mundo.
Accedemos a la ciudad de Podgorica, antigua Titograd (en honor del dictador-dirigente de Yugoslavia Tito, fallecido en 1980, y según la mayor parte de las teorías, único garante de la unidad de todas estas repúblicas). Podgorica-Titograd fue principalmente desarrollada tras la II Guerra Mundial, con fines principalmente administrativos, y arrebató la capitalidad de la república a Cetinje en 1948. Sus calles evocan recuerdos de Usera u Orcasitas, o cualquier otro barrio en España desarrollado en la periferia entre los años 50 y 90, así que, imbuidos del paisaje dejado atrás y la naturaleza que nos espera delante, no hacemos más que atravaserla. Recordemos que nos aguardan las montañas, considerablemente deshabitadas, donde nos va a caer encima la noche.
Por ellas y el cañón del río Moraca seguimos conduciendo, admirando esos bosques como antes no los he visto, esos paisajes, esos puentes de troncos de madera a cientos de metros de altura, y esas carreteras de un solo y estrecho carril para cada sentido donde nunca antes había visto tanto Hamilton junto. Yo, de natural cagón para con la conducción, procedo a ejercer de tal. Y encima se nos está haciendo de noche. Pues hay que llegar hasta Kolasin, que es el primer pueblo con cierto número de habitantes como para figurar en los mapas.
Allí llegamos ya de noche, y decidimos alojarnos en el hotel Brile, en pleno centro de este "resort" de esquí que es Kolasin, aunque aún no es temporada y está todo muy tranquilo. Eso sí: a la primera casa de alquiler de habitaciones a la que nos dirigimos, nos dicen que están a full.
El hotel es una gozada y, si bien lo había más barato, decidimos darnos el capricho. La habitación, abuhardillada a la francesa, es enorme y en el baño basta con abrir el grifo para obtener agua caliente al instante. Además, ¡tienen dada la calefacción! Los que allí trabajan nos son además tremendamente amables, permitiéndonos mirar internet en el ordenador del hotel, y atendiéndonos de forma excelente en el restaurante. La vista a la plaza central del pueblo, con su monumento socialista presidiendo y su centro de deportes de la misma época, tampoco tiene parangón.
De los mismos dueños y por menos precio es el hotel Garni, al que se accede a través de un bar y cuya recepción está al final del mismo. Las habitaciones también están muy muy bien. Y es toda una experiencia atravesar ese bar, lleno de juveniles parroquianos, siendo tú el (la) guiri.
Bueno, amigo Napias: no te podrás quejar. Te he dado párrafos pa dividir en tres días. Por mi parte, me lo apunto, y trataré de actualizar el asunto con más diligencia. Por lo demás, confieso sonrojada que me colma de gozo descubrir que, contra pronóstico, existe un lector en este blog que no es mi madre.
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domingo, 25 de enero de 2009
Días 6/7: Perast Mon Amour
Perast significa colarse en una aldea de la Italia del Renacimiento, que a ratos salta a una película de los 60. Es el último reducto virgen del Mediterráneo, la única noche con silencio, los únicos hoteles de 6 habitaciones, las últimas calles de adoquín sin aderezo. Perast es la sorpresa en la que debe sumergirse aquel que quiera separarse del mundo y de sí mismo, antes de que los botes cargados de grupos de turistas dejen de venir sólo para dar un breve paseo por el malecón como parte de una excursión, y vengan para quedarse. Y los callejones se multipliquen y las paredes se fabriquen en serie y con pladur. Esperemos que la Unesco lo evite, siendo como es patrimonio suyo.
Por si a aquel que lo conozca pudiera servirle de referencia, diré que Perast se parece un tanto a la isla de Hvar en Croacia, pero en más pequeño todavía. Y en menos explotado, por supuesto.
Nos alojamos en el primer hotel que se encuentra llegando desde Kotor. Los perastinos son conscientes de ser lo que son y aplican precios europeos. Pero lo merece. Salimos a dar una vuelta y a conocer a un nuevo amigo canino que, por supuesto, nos sigue. Curiosa costumbre la de los canes balcánicos. Tras el paseo, decidimos entrar a cenar en el acogedor restaurante del hotel, para proceder a la ingesta de lo que serían uno de los mejores platos de mejillones que probablemente yo haya probado en mi vida, y de arroz negro. No puede haber forma más feliz de irse a la cama.
Al día siguiente, nos permitimos una tregua atemporal para disfrutar de Perast con la luz del día, el tiempo que haga falta, hasta que decidamos hacer el petate y seguir costa abajo, hacia el Sur. Así que desayunamos tranquilamente en la terraza sobre el mar que tiene el hotel, pateamos de nuevo hacia arriba y hacia abajo sus calles, y prestamos atención a los detalles de sus antiguos palacetes. Perast es tan hermoso de día como sugería de noche. Y casi como aureola rodeando su excepcionalidad, resulta ser la única jornada de pleno sol y calor que hemos tenido (y tendremos) en el viaje.
Esta mañana está siendo 26 de septiembre de 2008
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