martes, 28 de octubre de 2008

Día 2 (2ª mitad): Como caídos del cielo

Tras una excelente comida en la que nos preguntamos cómo es posible que antes de venir nos comentaran que "en Serbia se come muy mal", nos dirigimos de nuevo a la estación Glavna zeleznicka, donde hemos quedado con Lela.

Lela tiene 26 años y es montenegrina. Vino a Belgrado a los 20 años para estudiar, y ya no quiere volver a vivir en su -actualmente- país. Comenta que la sociedad montenegrina sigue siendo muy tradicional, y no tiene cabida en ella una mujer que no quiera casarse y parir cuanto antes. Así que aquí está, en Belgrado, la mayor metrópoli en la que puede residir, puesto que tampoco puede ir mucho más lejos. Terminó sus estudios de Biblioteconomía y ahora trabaja en una empresa como secretaria, además de haber empezado a estudiar de nuevo. Filología italiana. Nos comenta que hay bastantes empresas italianas invirtiendo en la zona últimamente.
Nos comenta que, por otra parte, ser estudiante es la única forma de obtener fácilmente un visado para poder viajar por Europa, así que quiere aprovechar la oportunidad. Así, vivió 6 meses en Lisboa, mientras estudiaba allí con un programa Erasmus, y ha tenido ocasión de viajar por España, Alemania... de otra forma, es bastante difícil para un serbio, bosnio, montenegrino, croata o macedonio salir de los Balcanes.

Lela nos lleva a su casa para dejar las cosas, casa que comparte con una amiga a la afueras del barrio de Palilula. Es una casa baja que le tiene alquilada una familia que vive en la casa de al lado. Tras dejar el equipaje en la habitación que ocuparemos, volvemos al centro.

La noche se va echando encima, pero yo ni siquiera me he percatado: la conversación con Lela me ha absorbido totalmente. Es muy interesante escuchar sus opiniones, sus análisis y sus puntos de vista sobre el pasado inmediato y el presente acechante de Serbia (de la que ella, de alguna forma, se considera parte, dado que montenegrinos y serbios no han tenido un conflicto armado y la separación de Montenegro como última región que quedaba anexa a Serbia se dio por referendum y con el apoyo de poco más del 50% de la población, en 2006. La escisión fue, pues, pacífica, y con el respeto de Serbia, y mantienen buenas relaciones entre ambos).

Paseando y conversando, se nos ha hecho de noche y hemos llegado a la impresionante iglesia de San Sava. Su construcción se inició a finales del siglo XIX con la intención de que fuera el templo más grande de la iglesia ortodoxa serbia, pero las distintas guerras que han paseado por la zona a lo largo del último siglo han hecho que aún siga en construcción. Es su Sagrada Familia particular. Al menos, la estructura está finalizada, y ya solo queda por terminar el interior. Eso no significa, sin embargo, que no se celebren misas y que la gente no acuda en masa a rezar (como en el resto de los Balcanes, muy creyentes en su religión cada cual, como reacción a la era socialista yugoslava en que la religión no estaba bien vista, y como marcador nacional de las distintas zonas -ahora países-).
San Sava es, en cualquier caso, espectacular.

A eso de las 20:00, decidimos que de nuevo ha llegado el momento de demostrarnos que quien dijo que en Serbia se comía mal estaba equivocado, y proponemos a Lela invitarla a cenar en algún restaurante de Skadarska, la calle más "típica" de la ciudad en lo que a restaurantes se refiere.

De camino, pasamos por el Parlamento, escenario de la revuelta popular que acabó con el poder de Milosevic en Octubre de 2000 (la decisión de Milosevic de no dar por válidos los resultados de las elecciones que lo destronaban, concluyó en que la muchedumbre congregada a las puertas del Parlamento lo acabó tomando). También pasamos por los restos del Ministerio de Interior y del de Justicia, bombardeados por la OTAN (sí, por nosotros) en 1999, durante la guerra de Kosovo en la que la OTAN decidió tomar parte (siendo así la única de los Balcanes en que lo hizo, ya que no se hizo antes ni con Bosnia ni con Croacia). Los edificios destrozados impresionan tanto como la iglesia de San Sava, pero en otro sentido. Una, después de pasear por Bosnia y etcéteras, está acostumbrada a que los boquetes de las paredes de las casas los hagan los serbios, que, como todo el mundo sabe, son los malos. Pero no está acostumbrada a que la tele le cuente ni le enseñe los cráteres de los misiles que regalamos nosotros.

Pasamos un rato deambulando por Nemanjina, esta calle ministerial, en silencio. Después del Palacio de la República de Berlín, en el que me colé cuando aún estaba en pie, antes de que lo demolieran del todo (muy erroneamente, a mi entender) el pasado año, no pensaba que otro edificio fuera a evocarme los pensamientos similares. Pero el Ministerio del Interior de la antigua Yugoslavia lo hizo.

Volvemos a emprender la marcha hacia el restaurante. Lela me cuenta lo mucho que le pone Javier Bardem. Y nos dice que las series españolas son muy famosas en la tele serbia. Me dice que ella sigue Los Serrano. Y que el año pasado todo el mundo andaba loco conUPA Dance. Yo la escucho y sigo la conversación, me río, participo y disfruto de la misma. Pero como tengo el cerebro compartimentado por deformación profesional, hay una parte de mí que sigue en el Ministerio del Interior.

Cenamos en uno de los múltiples restaurantes de Skadarska (aunque qué quieren que les diga, me sigo quedando con el "?") y, tras la cena, volvemos a casa de Lela, a dormir.
En casa de Lela hace un frío como jamás lo he pasado. Acabo durmiendo con camiseta, jersey, bufanda, polar y saco de dormir, además de una manta. Pero sigo sin conciliar el sueño, del frío que tengo. Para colmo, el que me acompaña inicia la cantata del Mesías de Händel en Re menor a ritmo de ronquido. Debe de ser por esto que dicen que del amor al odio hay un paso.
Va a ser eso: que Milosevic roncaba.

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