viernes, 31 de octubre de 2008

Día 3: Aterriza como puedas, Oleg

Puesto que, debido a la presumible embriaguez del piloto, se retrasó el vuelo de venida y perdimos el enlace con el tren, teniendo que sacrificar así nuestros planes iniciales que constaban de dos ciudades, hemos decidido el día de hoy visitar al menos una de ellas, desde Belgrado. Optamos por Novi Sad, de mayor envergadura que Subotica, que queda así encerrada para los restos en el cajón de "cosas que probablemente nunca se harán, aunque se pensaron".


Salimos en el autobús por la mañana. Descubrimos lo que más tarde no haremos más que constatar: que en los Balcanes, la parte del billete donde dice "tienen ustedes los asientos tal y cual" es probablemente requisito para la cercanía con la UE, porque lo que es la gente de a pie, no sabe lo que significa. Nos tocan así, por decisión popular, dos asientos al final del todo, rodeados de un grupo de soldadillos tipo mili que cultivan la lectura con el Interviú local. O para ser más exactos: con el Playboy local. Acompañan el viaje, de hora y media, con diversas latas de cerveza, que yo temo aterricen sobre mi cocorote. Pero no: se aprecia que su maña y experiencia en estas lides es mucha. Al final, el más cutural y gastronómicamente activo de todos, se queda dormidito sobre los asientos. Angelito.


Llegamos a Novi Sad. Novi Sad tiene aún el regusto a Imperio Austrohúngaro, del que fue su ciudad más meridional, aderezada con el socialismo yugoslavo posterior más estandar. Es hoy en día una de las principales ciudades de Serbia, y un importante foco universitario. Paseamos por el casco antiguo (y principal vía comercial), mientras nos dirigimos hacia lo que es su principal atracción turística: el Fuerte de Petrovaradin, que no es suyo, sino de Petovaradin, un pueblecito encantador con gusto añejo que en la psicología popular se anexa a Novi Sad. Ambos municipios están divididos por el Danubio, sobre el que el Fuerte de Petrovaradin suponía (en tiempos) una posición militar estratégica. Y están unidos por el puente Varadinski, a cuya entrada figura una placa alusiva a los bombardeos de la OTAN de 1999 (también aquí). Al parecer, uno de los misiles que destruyeron los tres puentes que tenía la ciudad fue a parar sobre el Varadinski justo cuando a un tal Oleg Nasov le había dado por cruzar. Imagino que el muchacho, viendo el pepinazo que se le avecinaba, valoró la posibilidad de correr para un lado y correr para el otro, y concluyendo que en ambos casos tenía un porcentaje de éxito de cero, se santiguó a la ortodoxa y se tapó la nariz, por si caía al río.
Pero se ve que no cayó. O, al menos, no en condiciones de tragar agua.





Pasear por Petrovaradin resulta realmente relajante. Es como uno de esos pueblecitos de los Alpes donde parece que nunca pasa nada. Incluso en Serbia parece haber -aún- sitios así. Y aquí no es que no pase, sino que la gente no es consciente de que pasen cosas, o no tanto como nosotros. Van dos borrachos tranquilamente abrazados por la calle, uno va gritando "Iugoslaaaaviaaa!!!". Las casas tienen las puertas abiertas. En la calle principal, muy concurrida por ser el acceso directo a Novi Sad, somos testigos de un accidente: un coche pierde una escalera que lleva malamente atada a la parte superior. El de detrás, pese a venir bastante atrás, ni se da cuenta y se sube en el elemento, tendido en el suelo. Sólo cuando después de unos segundos ve que no avanza, se percata de la existencia de una escalera bajo la rueda. Cuando el primer conductor ya ha llegado hasta el segundo y, según el ideario español, se avecinan hostias, observamos que no: como buenamente pueden, sacan la escalera de debajo, y cada cual sigue su camino. Qué cosas.


Se nos ha ido haciendo tarde, así que volvemos corriendo a la estación y compramos el billete de vuelta, que es, curiosamente, más barato que el de ida. Hm. Desconcierto. Desconcierto asimismo porque esto no es exactamente el punto donde nos ha dejado el bus. ¡Mierda! ¡Que esto no era la estación de bus!

Era la estación de tren. Vamos a tener ocasión de enfrentarnos cara a cara con "por qué todos los locales y no locales nos han recomendado huir de los trenes y movernos en autobús".

Pues sí. Probablemente Serbia sea el único país del mundo donde los trenes son más baratos que los autobuses. Pero es que, amigos, tardan más. Y se retrasan (horas y horas) sin esperarlo. El porqué, es un misterio. El interior de los vagones no tiene precio. Es... como un autobús. Con las sillitas de las salas de espera de los ambulatorios. Y agarraderas en el techo. La calefacción a todo trapo debajo de los asientos que están vacíos. Aunque confieso que me encanta la experiencia.



La experiencia, no obstante, me sale cara. Cuando llegamos a casa de Lela, yo ya he enfermado. Después de regalar a las cañerías de Belgrado lo más profundo de mi ser, por via superior e inferior, decido que al día siguiente visitaré una farmacia y aprenderé a decir "suero" cueste lo que cueste. Ahora, trataré de sobrevivir al Stalingrado que supone la casa de nuestra amiga, con más capas de ropa que ayer, si cabe.


Hoy ha sido lunes, 22 de septiembre de 2008. Y mañana alquilamos un coche para despedirnos de Belgrado. O eso intentaremos.

martes, 28 de octubre de 2008

Día 2 (2ª mitad): Como caídos del cielo

Tras una excelente comida en la que nos preguntamos cómo es posible que antes de venir nos comentaran que "en Serbia se come muy mal", nos dirigimos de nuevo a la estación Glavna zeleznicka, donde hemos quedado con Lela.

Lela tiene 26 años y es montenegrina. Vino a Belgrado a los 20 años para estudiar, y ya no quiere volver a vivir en su -actualmente- país. Comenta que la sociedad montenegrina sigue siendo muy tradicional, y no tiene cabida en ella una mujer que no quiera casarse y parir cuanto antes. Así que aquí está, en Belgrado, la mayor metrópoli en la que puede residir, puesto que tampoco puede ir mucho más lejos. Terminó sus estudios de Biblioteconomía y ahora trabaja en una empresa como secretaria, además de haber empezado a estudiar de nuevo. Filología italiana. Nos comenta que hay bastantes empresas italianas invirtiendo en la zona últimamente.
Nos comenta que, por otra parte, ser estudiante es la única forma de obtener fácilmente un visado para poder viajar por Europa, así que quiere aprovechar la oportunidad. Así, vivió 6 meses en Lisboa, mientras estudiaba allí con un programa Erasmus, y ha tenido ocasión de viajar por España, Alemania... de otra forma, es bastante difícil para un serbio, bosnio, montenegrino, croata o macedonio salir de los Balcanes.

Lela nos lleva a su casa para dejar las cosas, casa que comparte con una amiga a la afueras del barrio de Palilula. Es una casa baja que le tiene alquilada una familia que vive en la casa de al lado. Tras dejar el equipaje en la habitación que ocuparemos, volvemos al centro.

La noche se va echando encima, pero yo ni siquiera me he percatado: la conversación con Lela me ha absorbido totalmente. Es muy interesante escuchar sus opiniones, sus análisis y sus puntos de vista sobre el pasado inmediato y el presente acechante de Serbia (de la que ella, de alguna forma, se considera parte, dado que montenegrinos y serbios no han tenido un conflicto armado y la separación de Montenegro como última región que quedaba anexa a Serbia se dio por referendum y con el apoyo de poco más del 50% de la población, en 2006. La escisión fue, pues, pacífica, y con el respeto de Serbia, y mantienen buenas relaciones entre ambos).

Paseando y conversando, se nos ha hecho de noche y hemos llegado a la impresionante iglesia de San Sava. Su construcción se inició a finales del siglo XIX con la intención de que fuera el templo más grande de la iglesia ortodoxa serbia, pero las distintas guerras que han paseado por la zona a lo largo del último siglo han hecho que aún siga en construcción. Es su Sagrada Familia particular. Al menos, la estructura está finalizada, y ya solo queda por terminar el interior. Eso no significa, sin embargo, que no se celebren misas y que la gente no acuda en masa a rezar (como en el resto de los Balcanes, muy creyentes en su religión cada cual, como reacción a la era socialista yugoslava en que la religión no estaba bien vista, y como marcador nacional de las distintas zonas -ahora países-).
San Sava es, en cualquier caso, espectacular.

A eso de las 20:00, decidimos que de nuevo ha llegado el momento de demostrarnos que quien dijo que en Serbia se comía mal estaba equivocado, y proponemos a Lela invitarla a cenar en algún restaurante de Skadarska, la calle más "típica" de la ciudad en lo que a restaurantes se refiere.

De camino, pasamos por el Parlamento, escenario de la revuelta popular que acabó con el poder de Milosevic en Octubre de 2000 (la decisión de Milosevic de no dar por válidos los resultados de las elecciones que lo destronaban, concluyó en que la muchedumbre congregada a las puertas del Parlamento lo acabó tomando). También pasamos por los restos del Ministerio de Interior y del de Justicia, bombardeados por la OTAN (sí, por nosotros) en 1999, durante la guerra de Kosovo en la que la OTAN decidió tomar parte (siendo así la única de los Balcanes en que lo hizo, ya que no se hizo antes ni con Bosnia ni con Croacia). Los edificios destrozados impresionan tanto como la iglesia de San Sava, pero en otro sentido. Una, después de pasear por Bosnia y etcéteras, está acostumbrada a que los boquetes de las paredes de las casas los hagan los serbios, que, como todo el mundo sabe, son los malos. Pero no está acostumbrada a que la tele le cuente ni le enseñe los cráteres de los misiles que regalamos nosotros.

Pasamos un rato deambulando por Nemanjina, esta calle ministerial, en silencio. Después del Palacio de la República de Berlín, en el que me colé cuando aún estaba en pie, antes de que lo demolieran del todo (muy erroneamente, a mi entender) el pasado año, no pensaba que otro edificio fuera a evocarme los pensamientos similares. Pero el Ministerio del Interior de la antigua Yugoslavia lo hizo.

Volvemos a emprender la marcha hacia el restaurante. Lela me cuenta lo mucho que le pone Javier Bardem. Y nos dice que las series españolas son muy famosas en la tele serbia. Me dice que ella sigue Los Serrano. Y que el año pasado todo el mundo andaba loco conUPA Dance. Yo la escucho y sigo la conversación, me río, participo y disfruto de la misma. Pero como tengo el cerebro compartimentado por deformación profesional, hay una parte de mí que sigue en el Ministerio del Interior.

Cenamos en uno de los múltiples restaurantes de Skadarska (aunque qué quieren que les diga, me sigo quedando con el "?") y, tras la cena, volvemos a casa de Lela, a dormir.
En casa de Lela hace un frío como jamás lo he pasado. Acabo durmiendo con camiseta, jersey, bufanda, polar y saco de dormir, además de una manta. Pero sigo sin conciliar el sueño, del frío que tengo. Para colmo, el que me acompaña inicia la cantata del Mesías de Händel en Re menor a ritmo de ronquido. Debe de ser por esto que dicen que del amor al odio hay un paso.
Va a ser eso: que Milosevic roncaba.

jueves, 23 de octubre de 2008

Día 2 (1ª mitad): Good morning, Belgrado

Se cuela cierta luz por la persianilla y abro un ojo. "Novi Beograd". "¡¡Coño, tú, levanta, que ya estamos en Belgrado!!", digo, mientras me incorporo a toda prisa. A los 10 minutos de eso ya hemos atracado en la estación de destino y, tras un ratín, sube un señor que nos indica que sacabó el viaje y nos invita amablemente a bajar. Lo hacemos, con los calcetines, la toalla y las zapatillas en la mano.

Hace fresquito y medio llovizna. Está nublado. Hemos tenido suerte, porque al final el tren se ha retrasado mucho y son las 7:30 de la mañana (el horario normal de llegada es las 6:00). Y a las 7:30 algo más de vida en la ciudad parece que sí que hay.

En Belgrado, los horarios son raros y las cafeterías abren a distinta hora dependiendo del día de la semana y la cafetería que sea (como en Holanda). A las 9 y algo conseguimos por fin llevarnos un café a la boca. Después, caminamos hacia el parque-fortaleza de Kalemegdan, con su curioso despliegue de morteros, tanques y bombas a la entrada del museo militar. Si uno piensa en la historia reciente del país, lo cierto es que impresiona semejante exposición. Dicen también las lenguas que, en los puestos de la avenida principal del parque, aún pueden encontrarse insignias y banderas pro Mladic (acusado por La Haya de ser responsable del genocidio de Srebrenica durante la guerra serbo-bosnia, entre otras masacres) o del mismo Karadzic, detenido y entregado a La Haya el pasado verano (se acordarán, aquel que habitaba tranquilamente en Belgrado con su barba bonachona tipo Padre Abraham y sus pitufos). Pero lo cierto es que yo no vi semejantes insignias, ni banderas, ni postales, ni nada. Y eso que me hubiera gustado comprar alguna postal de esas de humor negro que decían algo así como "el patio de juegos - diseñado por la OTAN" y mostraban un grupo de niños jugando en las ruinas dejadas por un misil. Pero nada: yo no vi nada. Y no será porque la morbosa que hay en mí no buscara con ahínco.

Desde el montículo en el que se encuentra el fuerte se divisa el resto de la ciudad, con su Danubio, y sus puentes, y sus barcos-discoteca amarrados a ambas orillas. De bajada, pasamos de casualidad por el zoo de Belgrado, famoso en el mundo entero por ser el único que, por lo visto según el mural de la fachada, posee un ejemplar del diablo de Tasmania. Nos adentramos en la zona vieja (Stari Grad), en cuyo centro se encuentra el mercado de Bajlonova pijaca, coronado por una réplica de uno de los iconos más representativos de Sarajevo, el "kiosco otomano", que la que hoy es capital de Bosnia regaló a Belgrado en 1989. Quién les iba a decir entonces que los destinatarios de su regalo los iban a tener sitiados con kiosco incluido durante 4 años, poco tiempo después.

Volvemos hacia una de las plazas principales de Belgrado, la plaza de la República (Trg Republike), antiguo escenario de manifestaciones de oposición a Milosevic. Allí se nos presenta de la nada Curro, nuestro perro escolta.

Belgrado (y Serbia en general), al igual que Atenas, están llenas de perros callejeros que lo escoltan a uno, en espera de algo de comida o quizá de una posible adopción. En Atenas estaba muy organizado: al parecer, cada perro debía de tener su zona de acción, porque muy elegantemente lo acompañaban a uno durante varias manzanas pero, al exceder esas menzanas, se quedaban muy quietitos en la acera y, al cruzar los humanos a la siguiente, los recibía otro perro escolta distinto. Debe de ser la influencia UE. Al escolta que más nos acompañó entonces decidimos bautizarlo Epicentro.

En Belgrado, por el contrario, los perros son más caóticos y salerosos y lo acompañan a uno hasta que les parece oportuno. Curro se nos unió porque se me ocurrió la genial idea de hacerle una carantoña según pasábamos. Y ya no hubo cómo sacarselo de encima. Ladraba a las bicicletas, nos protegía de coches y autobuses, nos iba abriendo camino entre la gente... Pero se presentaron dificultades. Y es que Curro era perra. Y debía de estar en celo. Y a lo largo de Kneza Mihaila, lo que probablemente sea la calle Serrano de Belgrado, lo que empezó siendo un perro escolta acabaron siendo cinco, más grandes, más pequeños, que jugueteaban y ladraban y se tropezaban con todo el mundo, y por más que una tratara de darles esquinazo, Curro siempre me encontraba (y su séquito, detrás). Ya por fin, al cabo de unos 20 minutos, Curro debió decidir que el pastor alemán de reciente adquisición era más interesante que la que suscribe, y se fue con él (y su séquito, detrás).

Kneza Mihaila es una calle curiosa. La mayoría de las tiendas que lo habitan son tiendas de ropa de marca de considerables precios. Nadie diría que en el número 49 de esta calle se encontraba la clandestina sede de Otpor, organización estudiantil que supuso la oposición más "fiable" (menos politizada, al menos en un principio) al régimen de Milosevic. Amenazados y encarcelados durante esa época, la postura oficial del gobierno era que se trataba de un grupo de delincentes, vagos, fascistas y terroristas. Pero esta organización jugó un importante papel en el movimiento de derrocamiento del régimen de Milosevic.

Casi al final de Kneza Mihaila en dirección al parque Kalemegdan, si se gira a la izquierda por Kralja Petra I, se llega al café-restaurante ?. Los distintos cambios de nombre a los que se vieron obligados los dueños a lo largo de la historia por su cercanía a la catedral ortodoxa consiguieron que el último, ya harto, le pusiera "?". Mi yo literario tiene la culpa de mi interés por ver este lugar. En él se desarrolla una de las historias de Siete pecados capitales, una de las obras del escritor serbio Milorad Pavic. Y además debo decir que la comida es excelente. Excelente.

En fin. Como siempre, el paseo nos ha desgastado un tanto, así que vamos a quedarnos en ? zampando con fulgor y descansando un rato. A las 4 y pico hemos quedado con Lela, que nos va a llevar a su casa y luego nos enseñará el Belgrado del 99, cuando llovían bombas sobre la ciudad. ¡Parada y fonda!_______________________________________________
Información práctica:
·Transporte en Belgrado: bus, trolebús y tranvía. Existe una parada de metro, pero no existe el metro (contradicciones balcánicas, que las llaman)
·Resulta muy útil ser capaz de, al menos, leer cirílico. Sobre todo si se tiene pensado moverse en coche. El cirílico no es dificil de aprender así que se recomienda le eche usté un ojo al alfabeto (y equivalencias en el latino) si tiene pensado ir.

martes, 21 de octubre de 2008

Día 1 (2ª mitad): Budapest revisited



La primera vez que estuve en Budapest me dio la sensación de ser como Viena, pero en pobre. No en vano, eran el mismo páis (por así decirlo) cuando ambas ciudades se desarrollaron. Aunque, a mi juicio, Budapest tiene algo más de atractivo, puesto que las idas y venidas de la historia reciente han hecho que cada cual dejara su huella, teniendo así el principal edificio de detención (¿y torturas?) de la época soviética junto a un palacio del siglo XIX.

La primera vez que estuve fue hace varios años y la UE apenas se había dejado oler. Pero esta vez, Budapest me recibió con un aire mucho más europeísta -lo que equivale a decir que también les han colocado los pirindolos publicitarios esos altos metálicos que han colonizado nuestras ciudades. Además de en los pirindolos, la UE también se deja notar en el brillo general de las calles y el alza de los precios (si bien, en comparación, Budapest sigue siendo barato).
Esta vez teníamos sólo una tarde disponible. Así que, con gran pesar, sacrificamos las gloriosas termas sin igual que le han dado fama a esta ciudad y nos dedicamos a hacer aquello que mejor se nos da: no hacer nada. Esto es: pulular por la calles.

Atravesamos el puente Erzsébet, en el que casi nos volamos, para llegar a Buda (Budapest nace en 1873 como resultado de la unificación de las dos ciudades a ambos lados de esta zona del Danubio: Buda y Pest). Allí nos dirigimos hacia el Castillo con el Budavári Sikló, un funicular inaugurado en el siglo XIX, uno de los principales atractivos de la ciudad. Una vez arriba, y habiendo correteado entre los diversos edificios del castillo hasta que se nos hace de noche, nos metemos a una cafetería, tratando de escapar de la rasca que hace. El local no tiene desperdicio: camareros, mesitas y barra parecen sacados del manual "cómo convertir su local en pijo para las gentes de alta alcurnia". Pero desafiante, en uno de sus ventanales, se pasea ufano un escarabajo de unos dos centímetros de diámetro, al que nadie parece prestar atención (salvo nosotros). Lo cual me recuerda a la actitud rusa hacia los insectos, anfibios y mamíferos roedores. Y es que ciertas cosas nunca mueren, por mucho Sarkozy que se pasee por Europa.

Al salir de la cafetería, las farolas crean una luz preciosa que el que me acompaña y su cámara nueva quieren aprovechar hasta rayar la histeria de la que suscribe. Así que me acomodo lo mejor que puedo en mis distintas capas de ropa y él saca al Tripatitas. El Tripatitas es su trípode nuevo, adquirido en la Fnac, que cuenta con la curiosidad de tener patitas flexibles y enganchables por ende a ramas de árbol, balaustradas o dedos meñique. Es muy fardón el Tripatitas. Y al grupo de 6 nenas 6 que hay junto a nosotros no se le pasa por alto. El que me acompaña saca la foto número 328 del puente Széchenyi (puente de las Cadenas) mientras las nenas, alteradas, comentan a su alrededor ("hiynnneifbv Trrripod, kuaaahnyyiihjjv Kamera") y yo me pregunto si podré alquilarles al maromo un ratito y sacar así pa cenar, cuando, sin esperarlo, el que me acompaña se incorpora y me dice que está listo. Una oportunidad como esta en la que él voluntariamente desiste de hacer más fotos no es como para desaprovecharla, así que nos vamos.
Pero la idea de la cena perdura: ha llegado el momento de buscar manduca. En eso estábamos, cuando, por las calles de Pest, empezamos a ver grupúsculos de skinheads (unos con banderas, otros sin ellas) caminando por la calle. Huy la leche. Al llegar a la plaza Erzsébet tér, vemos también un grupo de lecheras policiales, con sus armados ocupantes plácidamente disertando fuera de las mismas, como el que come pipas. La curiosa que hay en mí se les acerca:
-Jelou... excuse me... what is this? Is it like a fair, or a demonstration, or...?
(Se van pasando la pelota uno a otro hasta que llegan al último, que está procediendo a la ingesta de un bocata). -Yeeesss... demonstration... but... but game over.
-Game over? You mean, the demonstration has finished?
-Yes. Game over.
-Hm. And what was the demonstration about?
-Yess... demonstration... politika.
-Politika? In general?
-Yess... in general.
Así que ya ven. Si alguna vez se van a vivir a Budapest, y quieren protestar porque Aguirrech les está recortando la sanidad con cutter, tienen previamente que raparse la cabeza.

En fin. Así va pasando la tarde y llega el momento de irse a la estación, en busca de nuestro tren que, por cierto, también lleva retraso y aparece cosa de una hora más tarde, proveniente de Viena. Accedemos a nuestra suite y jugueteamos con todos los resortes a nuestro alcance, ya saben. Llegamos a la frontera húngara sobre las 2 de la mañana.

El sobrecargo nos despierta y nos pide que tengamos listos los pasaportes. Salimos al pasillo, y vemos cómo la policía está efectuando un registro exhaustivo en el tren parado enfrente, que va a la inversa, es decir: dirección Serbia > UE. Van con linternas y miran cada armario, cada altillo, cada sillón por debajo. Parece que en cualquier momento fuera a salir un espía de dentro de una maleta, con los policemanes de la RDA gritando tras él, "halt!!".

A nosotros, por contra, no nos hacen ni caso. Entra el policía en la suite, nos mira el pasaporte, vale, muy bien, siguiente.
Al cabo de un rato, el tren vuelve a arrancar y el sobrecargo nos informa de que en 20 minutos alcanzaremos la frontera Serbia. Y allí llegamos, a Subotica. La policía de fronteras serbia sube al vagón, y llega a la suite. Yo y mi adrenalina aventurera james bond hemos decidido esconder el localizador GPS que portamos, el navento, que llevamos encima a fin de que a mi madre no le dé un infarto y pueda seguir nuestros movimientos via Internet cuando estemos por Kosovo y semejantes. Decía: lo he escondido, no vaya a ser que el señor policía del bigote se crea que es un vaya usté a saber qué y me detengan y acabe en una mazmorra con los restos mortales de Troski.

Pero no. El señor policía de bigote sube, entra a la suite, le damos el pasaporte, nos pregunta que a santo de qué vamos a Serbia, le decimos que turismo, my friend, nos mira como dicendo "¿y pudiendo estar en la costa de Tarifa os venís de turismo aquí al frío balcánico?", mira el pasaporte, nos pone el sello, y se pira.
Ni controles, ni confiscación del navento, ni nada.
El que me acompaña no se pronuncia, y se vuelve a la camita a dormir. El tren se pone en marcha.
Me vuelvo a la camita. Bueno. Tengo un hermoso sello en el que pone "Subotica" (en cirílico), 21-IX-08, y un tren dibujado. No parece ser tan fiero el león como lo pintan. Miro por la ventanilla. No se ve nada de la majestuosa arquitectura modernista desde la vía del tren. Voy a ver si me duermo. Mañana abriré los ojos en Belgrado. La capital de Yugoslavia.

lunes, 20 de octubre de 2008

Día 1 (1ª mitad): de Madrid a Budapest

Suena el despertador. Y comienza nuestro viaje. Concretamente, a las 5:00 de la mañana. Y es que Malev, la compañía aérea nacional húngara, ha decidido hacer de sus clientes hombres de provecho, y ha fijado sus vuelos matutinos a las 8:30 de la mañana. Lo que exige estar en el aeropuerto a las 06:30.

Volamos a Budapest porque tenemos intención de entrar a Serbia por el norte, y resulta un buen punto de partida para tomar el tren de las 13:30 y llegar a Subotica, primera ciudad de Serbia y una de las principales por su interesante arquitectura modernista, a las 17:00. Subotica será pues nuestra primera parada (y fonda).

Así que ahí estamos todos, de patitas en Barajas. Los pasajeros uno a uno, las señoritas de la facturación, los señores del catering... todos menos el piloto. Y el resto de la tripuación, añado.
Lo que empiezan siendo 20 minutos de retraso se convierte en 1 hora. La hora se convierte en hora y media. A las dos horas ya no se sabe qué prefiere el pasaje: que aparezca el piloto de una puñetera vez, o que mejor no aparezca, dada la melopea y/o resaca que se le presupone. Las señoritas de la facturación ya tampoco saben qué inventar, hasta que por fin, a lo lejos, se divisa a una azafata.

Emprendemos el vuelo, nos dan desayuno (¡bravo, bravo por Malev!) y a las 3 horas y algo aterrizamos en Budapest. Huelga decir que hemos perdido la conexión con el tren, lo que obliga a cambiar los planes e improvisar.
Empezamos a recorrer estaciones de autobuses, gracias a la valiosa información que nos ha proporcionado nuestro compañero de asiento. No: Hungría no está conectado con Serbia por autobús. Así que no nos queda más opción que tomar el tren nocturno, única alternativa al tren de las 13:30.
Las taquillas de venta de billetes de la estación Keleti pályaudvar (desde la que parte nuestro tren) bien merecen una visita per se. Todo madera, no es que tenga aire retro, es que jamás se le ha renovado nada. Y lo de la visita no es irónico: las taquillas son preciosas. Parece un banco del lejano oeste, según las películas que nos muestra Telemadrid. El caso es que adquirimos nuestra suite a unos 60 y pico euros, que incluye billete hasta Belgrado (a donde, en principio, no pensábamos llegar hasta el tercer día) y compartimento privado para dos. Adelantaré aquí que entrar luego al compartimento y verlo nos produjo la sonrisa que nos hubiera procurado alojarnos en el Ritz gracias a un cupón que nos hubiera tocado en una caja de galletas, y nos pasamos las dos primeras horas jugueteando con cada utensilio del armario-lavabo y con cada resorte secreto de las paredes. Así que si les gustan los trenes, señores, y el presupuesto no da para el Transcantábrico, no dejen pasar la oportunidad de subir a este tren.

¡Bueno! Pues con nuestro billete para las 23 y pico, tenemos toda una tarde-noche para echar un par de paseos por Budapest, sorpresa con la que no habíamos contado. Como esto dio para mucho (funiculares del siglo XIX, policías que nos instruyen sobre las costumbres manifestativas del país, patrullas de frontera con rigurosos registros...), concluiremos aquí la crónica por el momento y dejaremos el resto del día para la siguiente. ¡No cambien de canal!

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Información práctica:
-Compañías que vuelan (directo) a Budapest desde Madrid: Malev, Iberia, Air Europa y Smartwings. Puesto que comparten código, en realidad sólo hay unos 2-3 vuelos por día.

sábado, 18 de octubre de 2008

Expedición 1: Serbia y alrededores

(del 20 de septiembre al 5 de octubre de 2008)



Los turoperadores dividen principalmente el turismo en "sol y playa", "turismo activo", "turismo rural", "turismo de aventura" y "turismo de ciudad", abandonando así a su suerte a una sexta rama que yo he dado en denominar "turismo bélico". Será por eso que nunca he adquirido gran cosa en una agencia de viajes.

No lo puedo evitar: nací defectuosa y me interesa visitar lugares por motivos históricos posteriores a 1900. Así que, en vez de luchar infructuosamente contra natura tratando de conocer las bondades de las Hurdes y la calidez de la Costa del Sol, he preferido al cabo de los años convivirme e irme a olisquear a las gentes que hablan raro.

Es así como aparecí en Serbia, último viaje realizado por el momento -razón ésta de que sea la expedición que inaugura el Astrolabio-. A lo largo de 16 días, visitaremos la flora y la fauna de Serbia (+ Kosovo) y Montenegro, principalmente, salpimentado con unas gotas de Macedonia y una ramita de Bulgaria, aderezado con algo de Hungría. Antes de servir, condimentaremos con un regustito a Bosnia.

Las salidas de emergencia se encuentran en un recuadrito rojo en la parte superior derecha de sus pantallas. Caso de despresurización de la cabina, saltará una alarma en forma de pop-up. Si necesitan algo de la azafata, no duden en hacer click sobre la barra "comentarios". La tripulación espera que disfruten del viaje.