lunes, 29 de diciembre de 2008

Día 6: Montenegro, ese desconocido

Lo primero que debe saber el viajero que se dirija a Montenegro es que la moneda oficial de curso legal es el euro. Porque ellos lo valen. Lo que te da un cajero en el banco son euros. Lo que te devuelve el frutero del tenderete son euros. El precio al que figura la gasolina en los surtidores son euros. De dónde los sacan, no lo sé.
También lo son en Kosovo, pero bueno, ellos pueden tener la excusa de ser esa suerte de protectorado inaugurado por Naciones Unidas. Pero en Montenegro, no. En Montenegro no se me ocurre excusa posible.

Así que nos resulta curioso llegar al fantasmagórico Hotel Piva y que Igor nos pida 40 y tantos euros (entre otras cosas, porque eso allí, en un sitio perdido del interior de Montenegro, es bastante dinerete). Una vez hemos tomado posesión de la habitación, nos disponemos a dar una vuelta por la calle y media de Pluzine, y finalmente nos dirigimos a cenar en el restaurante Carina Socica, que es lo único que le tengo que agradecer a la guía que llevábamos.

Permítanme realizar aquí un inciso. Tanto para Serbia como para Montenegro, siguiendo la recomendación de un amigo, decidí adquirir las guías Bradt. Bien. Recuerden unas notas mentales muy básicas para acertar a este respecto: Guía Bradt de Serbia bien, Guía Bradt de Montenegro caca. La buena señora que ha escrito esta guía (una tal Annalisa Rellie) incluye una enorme retahíla de reseñas históricas del siglo XIV, pero ha debido de considerar que el siglo XX no resulta tan importante para el viajero (a fin de cuentas, es probable que el viajero haya vivido en él, así que ya se lo sabe). Y no dice ni pio al respecto. Por lo demás, en unas guías que se presentan a sí mismas un poco como alternativa a las Lonely Planet y que en su mayoría suelen incluir alojamientos apropiados pero baratitos, esta señora se limita a incluir hoteles de 5 y 4 estrellas principalmente (y alguno que otro de 2 que se le habrá escapado). Como es muy previsora, incorpora incluso hoteles que van a abrir sus puertas en 2010, como ella muy bien indica. En fin. No quiero seguir despotricando contra la guía y contra la doña que la parió: ya lo hice durante el viaje. Pero ustedes quédense con la idea: Guía Bradt se Serbia bien, Guía Bradt de Montenegro caca.
Fin del inciso.

Efectivamente, en el restaurante Carina Socica se come bien y es muy mono. Concluimos, y nos vamos a pernoctar (con forro polar, de nuevo, porque en la ex-Yugoslavia no se da la calefacción hasta el 15 de octubre, aunque caigan chuzos de punta).

A la mañana siguiente, emprendemos la marcha hacia Cetinje, la antigua capital del país. Al salir de Pluzine, eso sí, tenemos ocasión de ver aquello de lo que nos habían hablado: un campamento de refugiados (supongo que serbo-kosovares, aunque no lo puedo asegurar), que viven en una especie de apartamentos prefabricados, un gran número de ellos, a la orilla del río. Impacta.

La carretera de Pluzine - Niksic - Podgorica es curiosa. Está salpicada de monumentos de época socialista aquí y allá, de los que en otras repúblicas ya quedan pocos. Hay también mucha gente haciendo auto-stop: el sistema de Vesna debe de ser de lo más normal. Tras tomar un desvío casi llegando a Podgorica, accedemos a la carretera hacia Cetinje y llegamos a la ciudad.


Cetinje es una burbuja encantadora que uno no se espera. Chiquitito, como una aldea para nosotros, fue la capital de esta minúscula república (en cuanto a número de habitantes) hasta 1948, en que Podgorica (la antigua Titograd) pasó a ostentar ese rango. Sigue siendo no obstante la capital cultural del país, en los referentes de los montenegrinos.

Merece la pena pues perderse por sus calles, en las que se descubrirán preciosos edificios correspondientes a antiguas embajadas, monasterios de increíble belleza, casitas de cuento...

En una de las calles del centro nos detenemos a comer (en un restaurante de parroquianos llamado Obelix), mientras cae un aguacero sin igual. Y, una vez visitada la ciudad y llenada la panza, continuamos hacia Perast.

La carretera entre Cetinje y Kotor - Perast es una de las atracciones del país, si me apuran. Todas las guías, oficinas de turismo y varios la resaltan. Eso sí: no es apta para aquellos susceptibles de marearse. ¿Recuerdan el anuncio de la Biodramina? Pues son las mismas carreteras, pero con las eses más de seguido. Eso sí: las vistas de la bahía de Kotor que se observan desde lo alto no tienen precio.

Abajo del todo, en la ribera, se distinguen las ciudades de Kotor y Perast, entre otros pequeños pueblos pesqueros. Nuestro objetivo es el segundo, donde pasaremos la noche, así que atravesamos Kotor y su ingente parque automovilístico y, bordeando la orilla del mar (porque todo ese enorme brazo de agua es mar) conseguimos atracar en puerto.



Hoy ha sido jueves, 25 de septiembre de 2008.

lunes, 22 de diciembre de 2008

Caminante, no hay camino

Tras nuestro paso por Gorazde, seguimos remontando el río Drina camino de Foca, a donde llegamos después de recorrer unos 30 km más. Foca será nuestra última parada en Bosnia antes de cruzar la frontera con Montenegro. Si Willy se dio la vuelta al mundo en 80 días, nosotros hemos atravesado un país en uno solo.

Es curioso acercarse a Foca viniendo desde Gorazde. En los pueblos que hemos ido atravesando, pequeñitos, sólo hemos visto mezquitas, pero en Foca vuelve a aparecer Serbia en toda su plenitud: iglesias ortodoxas, todo vuelve a estar escrito en alfabeto cirílico, renacen los colores nacionales serbios y serbo-bosnios (azul, blanco y rojo) en banderines y posters... Para colmo, debemos de estar en elecciones. Es curioso cómo por los simples colores que se usen en un cartel se puede identificar perfectaente el cariz del partido que lo protagoniza.
En Foca vuelve a aparecer también lo que yo he dado en denominar "quemazón selectiva", y es que aún se aprecian las casas que, rodeadas de muchas otras que no, fueron quemadas. Se aprecia porque siguen constando de apenas un par de fachadas, principalmente.

Pero es por la espalda y sin avisar cuando me asalta una imagen que ya conozco. Al cruzar un pequeño puente situado a la entrada de la ciudad, se yergue frente a mí un edificio que ya he visto antes. "Eso es la comisaría de policía", comento a mi acompañante.
Sobre este edificio se departía en un documental que ví en la filmoteca de La Haya, durante un ciclo que desarrollaron junto a la embajada francesa titulado "Cine y justicia". Según el documental (de nombre Carnival), Montenegro, que oficialmente se declaró neutral durante la guerra de Bosnia (aunque en la época no constituía una unidad independiente, sino que, junto a Serbia, constituía una todavía existente aunque diezmada Yugoslavia), no tuvo un comportamiento digno de elogiar durante la contienda. Al parecer, algunos de los refugiados que huyeron a Montenegro fueron deportados por la policía entre Mayo y Junio de 1992, y acabaron como prisioneros en Foca. Un periodista de Montenegro sacó a la luz estos casos años después, lo que llevó a la apertura de procesos judiciales. El periodista cuantificó un total de 83 refugiados asesinados y lanzados a las aguas del Drina desde esa localidad.

Nosotros decidimos aparcar precisamente frente a esta comisaría-centro de detención y dar un pequeño paseo por la ciudad. Aún nos queda mucho camino hasta llegar a donde hemos de pasar la noche: Pluzine, en plenas montañas montengrinas. Observamos una preciosa iglesia ortodoxa, observamos una valla con un cartel explicativo de lo que debía de ser la mezquita que se hallaba tras ella antes de desaparecer, y charlamos con un par de lugareños al respecto de la mejor forma de acceder a la carretera hacia la frontera -forma que muy amablemente nos indican-.
Así las cosas, reemprendemos la marcha, y tomamos la carretera hacia Montenegro. De aquí a la frontera hay unos escasos 18 kilómetros.

Pero la carretera hacia Montenegro es un camino que en ciertos tramos es, de hecho, de tierra. Esta no puede ser la carretera. A ver si nos hemos equivocado. Pero es que tiene que ser esta. Mira, el río queda a la derecha. Tiene que ser esta. Pero cómo va a ser esta. Una carretera señalizada de la red principal, cómo va a tener un límite de velocidad de 10 km/hora. Huy la leche.

Lo que parecían unos simpes 18 kilómetros hasta la frontera se torna en una carrera de obstáculos sorpresa: tan pronto tenemos que parar a esperar a que un grupo de ovejas terminen de beber en los charcos y se aparten, como tenemos que bajarnos a quitar piedras del camino, que se han desprendido y no podemos atravesarlo, como tenemos que agradecer el hecho de que a las vacas les haya dado por ir por un lado del camino, porque si les da por plantarse en medio, todavía estamos allí. Por cierto, ¿cómo vamos de gasolina? Ay dios mío que no se nos acabe la gasolina, prometo comerme la berenjena si no se nos acaba la gasolina.

Después de mucha expectación y plegaria, alcanzamos a divisar la frontera, a lo lejos, abajo, en el cañón del río. ¡Yúju! ¡Era esta la carretera! ¡Por fin! Pasamos a Montenegro, y la vía se convierte por arte de magia en transitable. Y admirable. De nuevo es más rápido ir en coche que ir andando. Aunque ya se nos ha hecho de noche, y es una pena no poder admirar el paisaje. Especialmente, el imponente lago Pivsko, junto al que discurre la carretera.

Nada más pisar Montenegro, tenemos que pagar una nueva ecotasa (esta vez, de 10 euros), y tras 22 kilómetros que se nos van en un abrir y cerrar de ojos, llegamos a nuestro destino por esta noche: el hotel Piva. El hotel donde debieron de inspirarse los creadores de películas de zombies de serie B.


Pero este relato os lo dejo para otro día.

sábado, 13 de diciembre de 2008

Día 5. Gorazde, zona protegida

(24 de septiembre de 2008)

A unos 36 km. de Visegrad se encuentra Gorazde.

Gorazde es una burbuja musulmana en el cristal serbio de la Republika Sprska. Es una ciudad que durante toda la guerra consiguió no caer en manos serbias, estando, como está, en medio de su franja. Esto se debió en gran parte a que, ya antes de la guerra, era una ciudad con mayor concentración musulmana (bosníaca), y a que durante la misma gran parte de los bosníacos obligados a emigrar de sus zonas fueron en esa dirección, lo que aumentó la población de esta "etnia" (disculpen, me cuesta mucho en general utilizar la palabra "etnia" sin comillas). No obstante, sufrió, dada su condición de zona totalmente rodeada de tropas serbias asediantes, una continua agresión de estas, que en una de sus ofensivas estuvieron de hecho a punto de "conquistarla".

En un determinado momento de la guerra (mayo del 93), la ONU, que se posicionaba como actor neutral en el conflicto, estableció una serie de zonas o enclaves protegidos, relacionadas con las zonas en las que la mayoría de la población seguía siendo bosníaca o croata, pero estaban situadas dentro de la franja de control serbo-bosnia (y, por consiguiente, podían resultar muy golositas para éstos). Estas zonas protegidas fueron 6: Bihac en el noroeste, Tuzla en el noreste, Sarajevo (la capital del país), Zepa y Srebrenica en el este, y Gorazde en el sureste. Se suponía pues que estas eran zonas protegidas por la ONU en la que la seguridad de sus habitantes y ocupantes (porque contenían multitud de desplazados) estaba garantizada.

Lo más probable sea que Srebrenica les suene de algo. Supuso la que todavía hoy es una de las mayores vergüenzas de la ONU. Por abreviar, podríamos decir que los efectivos serbo-bosnios pasaron por la quilla a unos cuantos miles de bosníacos en menos de tres días. Las cifras difieren según quién las cuente. La tele occidental nos vendió y nos vende que fueron más de 8.000, los serbios, que apenas 3.000, como siempre, la cifra real estará en el medio, pues cada bando tiene su efectiva propaganda. Pero lo llamativo del caso es que sucediera en julio del 95, cuando Srebrenica era una "zona de seguridad" protegida por tropas de la ONU; da igual que hubieran sido diez: es la situación lo que hace de Srebrenica una matanza tan inverosímil, además de espeluznante. Inciso: una de las acusaciones más graves que pesa sobre el recientemente detenido y extraditado Karadzic (líder político de los serbo-bosnios en la época) es la de ser autor moral del suceso de Srebrenica, y a Mladic (líder militar de los serbo-bosnios), el criminal de guerra que queda en búsqueda "prioritaria" por parte del Tribunal Internacional para la Antigua Yugoslavia, se le acusa de ser el brazo ejecutor. Cierto es que los otros bandos también tuvieron sus Mladic, pero nunca ha ocurrido en la historia que se juzgue a los vencedores.

Volviendo al asunto: sobre los porqués de las cosas, podríamos establecer ahora un debate de varias páginas. La coletilla fácil es que los soldados holandeses, a los que había tocado estar allí como a los españoles les tocó Mostar, "no hicieron nada". Si nos adentráramos un poco más en la cuestión, veríamos que los soldados holandeses eran tres gatos frente a los efectivos que poblaban las fuerzas serbo-bosnias, que según el mandato oficial de la ONU no se podía usar las armas si no era en defensa propia, que tampoco estaban dotados en toda su necesidad por parte de los responsables indirectos, y que para más INRI algunos de los soldados holandeses fueron secuestrados previamente. Y entonces podríamos ponernos en la piel del oficial holandés de la ONU a cargo de Srebrenica y ver qué hubiéramos hecho nosotros.

Pero volviendo de nuevo al asunto, que me enrollo y no hay quien me pare, amigos. El tema es que esas zonas protegidas hacía tiempo que se habían convertido en pura mitología. Zepa ya había caído en manos de los serbo-bosnios, Srebrenica también, Sarajevo estaba rodeada de morteros y francotiradores... y Gorazde no tenía garantía ninguna. Por no tener, no tenía ni visibilidad internacional apenas, existiendo como existía el maná Sarajevo para los telediarios y las mentes ocidentales.

Cuando finalmente la ONU, por diversos motivos (entre ellos, una cuestión de credibilidad) acuerda bombardear las formaciones serbo-bosnias y la guerra termina, Gorazde se encontraba en un momento de tremenda expectativa. Dada su situación geográfica (que se puede observar en el mapa de dos "post" más abajo), se hablaba de la posibilidad de intercambiarla por mayor espacio alrededor de Sarajevo durante las conversaciones de Dayton que habrían de concluir en un tratado de paz que fijara las fronteras internas. Intercambiar Gorazde, cederla a la Republika Sprska, a la zona serbia de Bosnia, a cambio de mayor territorio alrededor de Sarajevo (que es casi limítrofe con la Republika). Finalmente este intercambio no se dio, y así vemos que en el mapa actual Gorazde se encuentra a modo de isla al final de un pequeño corredor que la conecta con Sarajevo.
Gorazde es, pues, el único territorio eminentemente bosnio por el que íbamos a cruzar, y se aprecia. Aparecen los pañuelos en las cabezas femeninas, son más frecuentes las mezquitas, desparecen los colores serbios decorativos de fachadas y postes. Se subraya su identidad, a fin de que subsista en el inhóspito ecosistema que lo rodea (como sucede en todo lugar que se encuentre en situación similar, como por ejemplo, los enclaves serbios de Kosovo, donde la situación es parecida pero a la inversa).

Resultó para mí una interesante representación a escala de lo que yo percibí que era Yugoslavia hoy: una amalgama de gentes más parecidas de lo que quisieran que se aferran a todo aquello que los identifique como distintos.
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Para el que le gusten los comics, el periodista Joe Sacco, que cubrió la guerra de Bosnia, publicó uno llamado Zona protegida Gorazde (entre otros). Tiene algunos fallos de mero conocimiento del terreno (como indica en la introducción de la versión en castellano Francisco Veiga, uno de los mejores conocedores de la cuestión balcánica en España) y es, sobre todo y a mi juicio, bastante lioso si uno no anda muy versado en el tema y le interesan realmente los cuándos y por qués. Pero sí da una idea certera de lo que aquella gente de Gorazde debió de pasar (por dentro y por fuera).

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NOTA: En esta ocasión, las fotos no son mías ni de el Que Me Acompaña. La primera está extraída de www.drewsullivan.com, una página sobre senderismo, y la segunda, de www.savoheleta.com

jueves, 4 de diciembre de 2008

Día 5. Un puente sobre el Drina

(24 de septiembre de 2008)

Alcanzamos la frontera con Bosnia al cabo de unos 50 km, bordeando el parque nacional de Tara. Justo antes hemos tenido la suerte de toparnos con el Sargan.

El tren Sargan recorre una pequeña parte de la línea que antiguamente unía Belgrado con Sarajevo, hoy en completo desuso. El recorrido actual parte de Mokra Gora y sube la montaña en dirección al parque natural. Los paisajes son ciertamente impresionantes y, además, la sola vista del tren lo merece: ha sido restaurado tal y como era en los años 20. Al parecer, también las tres estaciones por las que pasa han sido recuperadas exactamente tal y como eran, con fines turísticos. Como curiosidad, sepan ustedes que nuestro ya habitual en estos párrafos, el director de cine Emir Kusturica, situó parcialmente su película Vivir es un milagro, de 2004, en los raíles de esta vía férrea. Y es ciertamente un milagro habernos tropezado con él en el mini-paso a nivel en el que nos encontramos, ya que sólo hace el recorrido dos veces al día y únicamente entre abril y septiembre. ¡Por los pelos!
Unos 6 kilómetros después de habernos despedido del Sargan, y tras pagar la ecotasa debida por haber atravesado un parque natural (de unos 2 euros aprox), alcanzamos la frontera bosnia. El policía, con pinta de aburrirse bastante, se acerca. Se le ve un tanto contrariado ante la idea de dos guiris con un coche serbio. Se ve que no es una frontera habitual de paso para turistas. Nos mira, nos indica que nos echemos a un lado y aguardemos. Nos recoge los pasaportes, y se los lleva a su chiringuito.

Vuelve al cabo de un poquito. Nos devuelve los pasaportes, y observo que no están sellados. Lo cierto es que el año pasado, cuando estuve en la otra parte de Bosnia, tampoco me lo sellaron. Pero por si acaso, pregunto:
-No stamp?
-Oh, you want stamp? Stamp, yes, stamp!
Se los lleva de nuevo, sonriente, como si fuera a hacer su buena obra del día y a darle esa alegría a la niña, y los trae al poco, ya sellados. Muy agradecida, me despido y seguimos la marcha hasta Visegrad. te s
obre el Drina
Un puente sobre el Drina
Ivo Andric, el único escritor yugoslavo ganador de un premio Nobel y que, por cierto, trabajó un tiempo en la Embajada de Yugoslavia en Madrid (en ella, que hoy es la Embajada Serbia, se pueden ver varios manuscritos del autor), tituló una de sus novelas más famosas Un puente sobre el Drina, inspirándose en el puente de origen otomano que cruza esta localidad.

Lo primero que a uno le llama la atención al cruzar la frontera bosnia desde Serbia (también desde Croacia) es que no son banderas bosnias lo que ve por los pueblos, sino banderas serbias (o la adaptación de éstas). Lleno de ellas, cada pueblo, casi en cada casa. En Visegrad, donde decidimos comer, podíamos pagar tanto en marcos (moneda bosnia) como en dinares (moneda serbia). Por supuesto, también en euros, en esa extendida economía sumergida cuasioficial que cohabita por todo el país.

El chico de la oficina de turismo de Visegrad nos da folletos de la ciudad y mapas con todo lo que hay que ver: el puente, las termas, las torres... Es un chico joven e intuyo que, como muchos, quiere que al puente sobre el Drina se le recuerde por la literatura, y no por los cadáveres que pasaban flotando por debajo durante la guerra, arrastrados por la corriente y provenientes de localidades como Gorazde, situadas río arriba.
Visegrad fue famoso durante la guerra por ser uno de los puntos fuertes del bando serbio, y parece que los habitantes no están muy acostumbrados aún al turista unioeuropeo. Lo último que deben de saber de nosotros es que el unioeuropeo bueno es el unioeuropeo muerto, como quien dice. Unioeuropeo, otanfílico u occidental en general. Esos que les separamos de los demás serbios. Esos que reconocemos Kosovo como independiente, pero no admitimos a la Rapublika Sprska como tal. Esos que les bombardeamos. Esos que han vendido por las teles lo malos que son los serbios. No les culpo.

Bueno, el caso es que nosotros comemos, paseamos por el puente, hacemos unas cuantas fotos, y disfrutamos de Visegrad. Creo que, en el fondo, ellos también.
Eso sí: al salir de la ciudad, nos perdimos y, carreterucha de arena arriba, acabamos frente a un cartel de lo más desalentador. Colgaba de la puerta de lo que parecía ser una especie de complejo militar, o una central de algo, y era bastante elocuente: "prohibido hacer fotografías, prohibido grabar en vídeo y prohibido mirar". Así de tajante. De tal forma que nosotros, obedientes, nos dimos la vuelta, y la última fotografía que les dejo de Visegrad es la que indica que lo hemos dejado atrás.

jueves, 27 de noviembre de 2008

Día 5. Había una vez un circo.

Nos despertamos y, tras una ducha como dios manda con su agua caliente y otros lujos, nos disponemos a emprender, de nuevo, la marcha. Hace un sol espléndido y la casa de Vesna parece un anuncio: en las montañas, con su redoble de naturaleza penetrando por todos los sentidos. Qué delicia de día.



Hemos decidido recientemente que, en lugar de llegar a la costa de Montenegro por las montañas serbias de Zlatibor, vamos a atravesar el sureste de Bosnia. Supone un país más en esta gimkana geoestratégica que nos hemos organizado, pero, pese a las dudas y la inquietud por lo desconocido (¿cuán estable será la zona? ¿Qué nos vamos a encontrar? ¿Podremos atravesar con el coche, de matrícula serbia, sin problemas? ¿Nos dará tiempo a cruzar y llegar a lugar civilizado en Montenegro en un solo día?), las ganas son muchas. Mejor oportunidad no vamos a tener. Así que agarramos el mapa y arrancamos, rumbo a río. Al río Drina, concretamente.


La zona de Bosnia-Herzegovina que vamos a atravesar forma parte de la llamada "Republika Sprska", la "república serbia" de Bosnia. El problema principal con el que se encontró Bosnia (BiH, en lo sucesivo, que son sus "siglas" identificativas internacionalmente) y que la llevó a una guerra tan cruenta, es el reparto de su población. En el momento en que BiH declara su independencia en 1992, hay en el país algo más de un 40% de bosníacos (musulmanes, habitantes de la zona que se convirtieron a esta religión siglos ha, cuando el Imperio Otomano regía en el lugar), más de un 30% de serbo-bosnios (ortodoxos, serbios enviados a la zona también siglos ha, para luchar en la que era frontera del Imperio Otomano, que atravesaba la actual BiH), y el resto, bosnio-croatas (católicos, que habitan en zonas anexas a la frontera con este país). Estos porcentajes tan relativamente homogéneos no se daban en ninguna otra de las seis repúblicas que componían Yugoslavia. Bien, la jefatura del gobierno de BiH era rotatoria para los representantes de las tres "etnias", y el país declara su independencia cuando la mentada jefatura está ocupada por Izetbegovic, el dirigente del partido que representaba a los bosníacos.

El famoso Karadzic (ese al que detuvieron en Belgrado hace unos meses) era el dirigente serbo-bosnio. Él ya había advertido de que los serbo-bosnios no iban a admitir la independencia de BiH de Yugoslavia. Los serbo-bosnios no querían desligarse del resto de los serbios. Y la devastadora guerra civil comenzó.
Los serbo-bosnios querían la escisión de la parte de país que ocupaban (toda una franja tocante con Croacia al norte y con Serbia al este, hasta llegar al sur, pasando muy cerca de Sarajevo, la capital del país), y la permanencia de ésta en Yugoslavia. En fin, no entraré en detalles sobre la guerra, pero el resultado de la misma surgido de los Acuerdos de Dayton fue que BiH se constituía en dos entidades, siendo una de ellas la Republika Sprska, que si bien quedaba dentro de las fronteras de BiH (y por tanto, pertenece a ésta), sí gozaba de cierta autonomía. Banja Luka, al norte, es su capital.

La breve explicación previa sirve para que se comprenda mejor esta parte de la expedición. Nosotros íbamos a atravesar Bosnia por la franja este-sur, es decir: íbamos a atravesar en realidad parte de la Republika Sprska, pasando principalmente por las localidades de Visegrad, Gorazde y Foca, siendo Gorazde la única que no pertenece de facto a la mentada Republika. Pero de esto ya hablaremos más adelante.
El caso es que estos tres nombres resonaron con relativa frecuencia en los telediarios de los años 93, 94 y 95. Fueron escenario de terribles capítulos durante la guerra de Bosnia (1992-1995). Las dos entidades de BiH, hoy por hoy, siguen dandose la espalda: nadie quedó contento con lso Acuerdos de Dayton. Y nosotros no sabíamos qué nos íbamos a encontrar. Yo ya había estado en Bosnia... pero en el otro lado. En el lado de las ciudades grandes, los lugares turísticos... no en los pueblos de montaña teñidos de bermellón en calles y escuelas.


Hoy era 24 de septiembre de 2008. Y hacia allá nos dirigimos.

martes, 18 de noviembre de 2008

Día 4 (2ª mitad): De cuando el guardia civil Antonio David Flores fue enviado a impartir cursos a la policía serbia

Conseguimos encontrar la salida de Belgrado hacia la carretera que necesitamos coger. Toda una proeza, si no se cuenta con un mapa de la ciudad que la cubra por completo. Y no era el caso. Así que ole por nosotros.
Todo transcurre agradablemente con nuestro cochecito y el hilo musical interior de Verano Azul que portamos en la cabeza. Hasta el letrero "Hollywood" que han instalado en una de las colinas junto a la carretera anima el recorrido. Hasta que llegamos a Ugrinovci y nos topamos con la autoridad.
La policía nos da el alto en un control de carretera.

-¡Mierda! -espeta el que me acompaña. Iba a más velocidad de la permitida.

La permitida son 70 km/h de media en las carreteras balcánicas. En algunos casos, incluso 50 km/h o menos. Hemos llegado a ver señales de "máximo a 10km/h". Cuenta la leyenda empero que existen carreteras con modernas señales de "pise el acelerador de su monovolumen y experimente el riesgo en las venas circulando a 90km/h".

Así que se ve que debíamos de ir a 80, y el caballero nos dio el alto.
-Dobar dan
-Hello...
El señor policía mira hacia el cielo, con inequívoco rostro de "lo que me faltaba. La suegra en casa, la niña suspendiendo biología, y ahora guiris".
-You... very fast (le dice al que me acompaña)
-Yes, yes, I sorry, I don't see... no me he dado ni cuenta, sorry... road... yes... (el que me acompaña se está poniendo verde, azul, morado)
-You pay. 7.000 dinar.
El que me acompaña se echa la mano a la cartera, pero no llega a concluir la acción porque tres milésimas de segundo antes de proceder con rotundo éxito, se ha topado con mi mirada taladrante de "tú ahí quieto parao déjame a mí lidiar con john wayne". Así que alzo la voz, y traduzco en lo sucesivo la conversación mantenida con las fuerzas del orden público:
-Pero es que no tenemos 7.000 dinares... (muy importante, amiguitos, si vais a practicar estos ejercicios cuando salgáis al extranjero, que pongáis voz de rubia tonta de los chistes)
-100 euros
-Huy...no...no tenemos tanto...
-¿Cuántos euros tenéis?
-Pues... poco... Es que vamos a Uzice, porque tenemos allí una amiga que trabaja en un banco, e íbamos a sacar el dinero allí en su banco, porque así ella nos elimina las comisiones, blaaahhh blah blah blaaaah... ¿No podemos pagar la multa en Uzice?
-(...) ¿Cuánto tenéis?
-Poco. Cincuenta. (Fifty)
-Ok. Fifteen, and you go.
A mí aquí se me ilumina la bombilla. No es culpa mía si el mariano en inglés confunde la palabra "cincuenta" con la palabra "quince" cuando habla. Así que magistralmente saco un billete de 20 euros, escondiendo los demás.
-¡¡¡...!!! No more?
-No, es que no tenemos más... ¿No podemos pagar la multa en Uzice?
-(Mira nervioso a su compañero, que está un poco más alante, terminando con otro coche) Sí... pero... si pagáis en Uzice, mal, más caro... ¿no tenéis más? Ufff... Ok, see, you give me 20, and you go.
-¿Y no podemos pagar en Uzice?
Vuelve a mirar al cielo. Mete la cabeza en la ventanilla ligeramente. Me mira a los ojos.
-See. You give me 20. You go. No ticket. You understand, /niñata occidental de los cojones (en serbio)/?

Sí, claro que understand, que en este mi país también hemos sido cocineros antes que frailes. Ahí se queda con los 20 euros, y nosotros seguimos viaje hacia Uzice, a donde llegamos a las 20:30. Por el camino, me dedico a tomarle someramente el pelo a mi acompañante, el punkie, el okupa resiste, el que le habría faltado tiempo para soltar 100 euracos de soborno, acojonao hasta la médula con el señor policía serbio. Qué malvada soy.

Vemos a Vesna en la plaza principal del pueblo-ciudad, delante del macro hotel de época socialista que (seguro) vivió épocas mejores. Es una pena, porque hace ya más de 2 horas que se ha hecho de noche. No por ello el tour que nos hace Vesna tiene menos interés. Subimos hasta las ruinas del fuerte, del siglo XIV. En la montaña de al lado hay una antena de comunicaciones que también fue bombardeada durante la guerra, por la OTAN. Y entre ambas montañas, la carretera por la que hemos venido, y el río, cruzandose ambas en un serpenteo interminable. Abajo, muy abajo de ese valle en V, titiritean las luces de la ciudad, y el espectáculo es digno de ver. Parece un decorado de película futurista. Uzice, puerta a las montañas de Zlatibor, uno de los principales parques naturales de Serbia. Nos quedamos allá arriba un buen rato.
Ya de vuelta, paseando junto al río, vemos todo el despliegue de medios que los serbios tienen en él. Disculpen que vuelva a mentar a Kusturica, pero es que efectivamente es un shock descubrir que toda su parafernalia es cierta. Sus tobganes de río, sus casetas flotantes, sus planchas de madera con trampolín.
Vesna nos lleva a comer una cosa muy barata redonda, que viene a ser un pan al que le quitan parte de la miga, le meten nata agria, un huevo crudo, lo revuelven bien, y lo meten al horno, de pura piedra. Luego lo sacan, le echan un caldo muy espeso y salado como de cocer huesos y lo que caiga, y vuelven a tapar el pan con la miga.
Sé que ustedes no me van a creer, pero estaba rico.
Es ya tarde y vamos a casa de Vesna. Menos mal que tenemos coche, porque su casa está en las montañas, a varios kilómetros. Se parece, de hecho, a la de Heidi. Vesna tenía coche, pero decidió venderlo porque "no lo necesitaba". Va y viene a trabajar a Uzice en autostop. "¡Siempre hay alguien que para!"
Vesna es un ser particular. Habla perfecto español, idioma que aprendió "con una guía de conversación, porque quería comunicarme con los indios latinoamericanos que tocaban en la calle en Novi Sad, cuando estudiaba allí. Ellos no hablaban serbio ni inglés, y yo no hablaba nada de español, así que compré esa guía". Efectivamente trabaja en un banco, en el que se dedica a cuestiones financieras. Actividad que alterna con agarrar una mochila e ir a donde la dejen en sus vacaciones. Nos cuenta que en una ocasión, en Albania, conoció a unos alemanes que se ofrecieron a llevarla de vuelta a casa en coche, puesto que iban a pasar por Serbia. Pero en la frontera Albania-Kosovo, les pusieron pegas por los papeles del coche, así que tuvieron que dar la vuelta. Y ella se quedó allí. en la frontera albanokosovar. No tenía dinero, nada. Sólo la mochila. Y estaba en Kosovo. Lugar que tenía que atravesar para llegar a la "Serbia normal".
A mí aquí ya se me habían helado los higadillos.
Pero ella siguió relatando muy ufana que al cabo de unas horas apareció un autocar. Preguntó, y se ofrecieron a llevarla un trecho. Y así fue cruzando y quemando kilómetros, hasta llegar a Uzice.
-No... ¿no tenías miedo? ¿Una serbia, en pleno Kosovo albanés? ¿Sin nada de nada?
-Bueno... ¡no! ¡En los Balcanes tenemos un caracter muy amable y la gente siempre nos ayudamos unos a otros!
"Pues disculpame, entonces. Es que la tele me ha estado contando que os habéis estado liquidando unos a otros durante 4 años". Pensé yo así para mí.
Es una pena que hayamos llegado tan tarde a Uzice y no tengamos mucho más tiempo que pasar juntas. Es la una de la madrugada y seguimos arreglando el mundo. Hablamos de las sociedades, española, serbia, de cómo han evolucionado ambas. "Yo antes, como yugoslava, podía viajar a cualquier parte del mundo sin ningún problema. Podía ir a Cuba, podía ir a Alemania, podía incluso ir a España durante vuestra dictadura. Y ahora los ex-Yugoslavos, con la excepción de Eslovenia, no podemos salir de los Balcanes. Puedo ir a Bosnia, puedo ir a Croacia, puedo ir a Macedonia... pero no podemos pisar la Unión Europea. ¡Tenía que haber aprovechado a viajar entonces! Pero cómo podía nadie presagiar esto".
Vesna es serbia, y como tal, tiene su sensación de que Serbia ha sido tratada injustamente por la comunidad internacional. Pese a sus banderas antinacionalistas y demás consignas universales, antinacionalismo global que, además, verdaderamente lleva en el carácter. Pero supongo que lo cortés no quita lo valiente. "De todas formas, yo espero que en este país la gente empiece a mirar hacia adelante, en lugar de hacia atrás, que es lo que ha hecho siempre".

domingo, 9 de noviembre de 2008

Día 4 (1ªmitad): a tomar un café a casa de Milosevic

Nos despedimos de Lela por la mañana y nos dirigimos al centro, con el fin primero de localizar una farmacia que me ayude a seguir viva después de la nochecita toledana que he pasado, y con el fin segundo de alquilar un coche con el que proseguir el viaje, caso de concluir con éxito el primero de los fines.

La mímica -y el inglés- propician que me pueda entender con una señorita rubia que atiende en una botica, y que me provee de suero que he de ingerir de medio litro en medio litro con agua caliente. "Orosal 65 - dijetetski proizvod", para los no iniciados.
Tras conseguir agua caliente en una de las cafeterías más pijas de Belgrado y haberme bebido el preciado elemento (¡¡¡puaaajjjj!!!), siento mis fuerzas renacer cual Super Ratón ("¡¡hay que hipervitaminarse y supermineralizarse!!", o algo así afirmaba) y nos lanzamos a apatrullar la siudá, en busca del bólido prometido.

Lo dificil de la vida serbia es poner en consonancia la vida real con la vida cibernética. Dicho de otro modo: no te fies de nada, de absolutamente nada lo que ponga en Internet. Ni aunque lo diga Avis. Ni aunque lo diga Hertz.
Algo tan sencillo como alquilar un coche se convirtió en una tarea titánica que no conseguimos concluir hasta las 2 de la tarde. ¡Ah, infelice, qué bonito te lo habías imaginado, alquilando el coche por la mañanita y visitando bucólicas aldeas! Pues no. Después de irnos de excursión hasta Nuevo Belgrado, donde había una tal "agencia Eminence" que por dos veces al teléfono me confirmaron que podíamos dejar el coche en Podgorica (capital de Montenegro) como era nuestra intención, y habiendo ya pagado el coche y hecho todo el papeleo, me miraron con cara de sota al preguntar dónde exactamente teníamos que dejarlo en Podgorica. "Perdón, no la entendí bien al teléfono, creí que sólo querían ir y volver a dejar el coche en Belgrado. No se puede dejar en Montenegro. Ni siquiera se puede dejar en otro sitio que no sea Belgrado". La madre que lo parió. En fin: deshicieron la operación, nos devolvieron el dinero (¡faltaría!) y el caso es que era la 1 de la tarde y seguiamos sin coche. Al final, volvimos a Avis y lo alquilamos allí, teniendo que dejarlo en Kraljevo como lugar más meridional posible. Qué le vamos a hacer.

En fin. Entre tanto, en la mañana, tuvimos ocasión de toparnos con una boda serbia, que es como en las películas de Kusturica, ciertamente. Con una banda de música balcánica que no deja de sonar a mil decibelios mientras los novios van y vienen por la calle hacia la iglesia. Y hasta en las bodas la bandera de Serbia preside la comitiva.

Son más de las 2 de la tarde cuando por fin tomamos posesión de nuestro cochecito leré, un Chevrolet Spark (o algo así), pequeñín como él solo. Yo quería alquilar un clásico Yugo, pero no tenían. Lo ponemos en marcha, y saliendo del centro de la ciudad, vamos a parar a El puente del zar, un restaurante que refleja lo que en Serbia es un restaurante de alto standing. Esto se manifiesta en que suena hilo musical de Julio Iglesias. Y en que los camareros llevan colgando la servilleta que no se cae nunca.

Después de que el que me acompaña hubiera ingerido convenientemente lo que salió de las narices de esa estupenda carta, y de que yo hubiera ingerido una mísera sopa clarucha de pollo y más suero diluido en agua caliente, nos percatamos de que estamos en el Beverly Hills de Belgrado: el barrio de Dedinje, donde los bloques de hormigón desaparecen del paisaje y en su lugar se yerguen imponentes mansiones y casonas.
En una de ellas habitaba Milosevic, en la calle Uzicka. El 30 de Marzo de 2001, el Gobierno serbio dio la orden de detenerlo para juzgarlo, a lo que él y un grupo de seguidores/guardaespaldas contestaron pegando tiros. El 1 de Abril, después de algunas "negociaciones" entre las que figuraban la petición de Milosevic de no ser entregado al Tribunal de La Haya, sino ser juzgado en Serbia como ciudadano normal, se consigue detener a Milosevic. La presión internacional hizo que finalmente fuera entregado a La Haya el 26 de junio de ese mismo año, donde decidió defenderse a sí mismo, y en cuya celda apareció muerto el 11 de marzo de 2006, al parecer, por un infarto.
Como ya cabía sospechar, mi perturbada curiosidad es mucha como para dejar pasar la ocasión de recorrer esa calle. Así lo hicimos. Mucha vigilancia, mucha policía... apenas pudimos parar en ningún sitio. Pero desde luego, es un tipo de calle (un tipo de barrio) que no habíamos visto en Belgrado hasta ahora.

En fin, es hora de quemar carretera. Tenemos que llegar a Uzice (al norte de las montañas de Zlatibor, casi en la frontera con Bosnia) esta misma tarde. Vesna nos está esperando.

viernes, 31 de octubre de 2008

Día 3: Aterriza como puedas, Oleg

Puesto que, debido a la presumible embriaguez del piloto, se retrasó el vuelo de venida y perdimos el enlace con el tren, teniendo que sacrificar así nuestros planes iniciales que constaban de dos ciudades, hemos decidido el día de hoy visitar al menos una de ellas, desde Belgrado. Optamos por Novi Sad, de mayor envergadura que Subotica, que queda así encerrada para los restos en el cajón de "cosas que probablemente nunca se harán, aunque se pensaron".


Salimos en el autobús por la mañana. Descubrimos lo que más tarde no haremos más que constatar: que en los Balcanes, la parte del billete donde dice "tienen ustedes los asientos tal y cual" es probablemente requisito para la cercanía con la UE, porque lo que es la gente de a pie, no sabe lo que significa. Nos tocan así, por decisión popular, dos asientos al final del todo, rodeados de un grupo de soldadillos tipo mili que cultivan la lectura con el Interviú local. O para ser más exactos: con el Playboy local. Acompañan el viaje, de hora y media, con diversas latas de cerveza, que yo temo aterricen sobre mi cocorote. Pero no: se aprecia que su maña y experiencia en estas lides es mucha. Al final, el más cutural y gastronómicamente activo de todos, se queda dormidito sobre los asientos. Angelito.


Llegamos a Novi Sad. Novi Sad tiene aún el regusto a Imperio Austrohúngaro, del que fue su ciudad más meridional, aderezada con el socialismo yugoslavo posterior más estandar. Es hoy en día una de las principales ciudades de Serbia, y un importante foco universitario. Paseamos por el casco antiguo (y principal vía comercial), mientras nos dirigimos hacia lo que es su principal atracción turística: el Fuerte de Petrovaradin, que no es suyo, sino de Petovaradin, un pueblecito encantador con gusto añejo que en la psicología popular se anexa a Novi Sad. Ambos municipios están divididos por el Danubio, sobre el que el Fuerte de Petrovaradin suponía (en tiempos) una posición militar estratégica. Y están unidos por el puente Varadinski, a cuya entrada figura una placa alusiva a los bombardeos de la OTAN de 1999 (también aquí). Al parecer, uno de los misiles que destruyeron los tres puentes que tenía la ciudad fue a parar sobre el Varadinski justo cuando a un tal Oleg Nasov le había dado por cruzar. Imagino que el muchacho, viendo el pepinazo que se le avecinaba, valoró la posibilidad de correr para un lado y correr para el otro, y concluyendo que en ambos casos tenía un porcentaje de éxito de cero, se santiguó a la ortodoxa y se tapó la nariz, por si caía al río.
Pero se ve que no cayó. O, al menos, no en condiciones de tragar agua.





Pasear por Petrovaradin resulta realmente relajante. Es como uno de esos pueblecitos de los Alpes donde parece que nunca pasa nada. Incluso en Serbia parece haber -aún- sitios así. Y aquí no es que no pase, sino que la gente no es consciente de que pasen cosas, o no tanto como nosotros. Van dos borrachos tranquilamente abrazados por la calle, uno va gritando "Iugoslaaaaviaaa!!!". Las casas tienen las puertas abiertas. En la calle principal, muy concurrida por ser el acceso directo a Novi Sad, somos testigos de un accidente: un coche pierde una escalera que lleva malamente atada a la parte superior. El de detrás, pese a venir bastante atrás, ni se da cuenta y se sube en el elemento, tendido en el suelo. Sólo cuando después de unos segundos ve que no avanza, se percata de la existencia de una escalera bajo la rueda. Cuando el primer conductor ya ha llegado hasta el segundo y, según el ideario español, se avecinan hostias, observamos que no: como buenamente pueden, sacan la escalera de debajo, y cada cual sigue su camino. Qué cosas.


Se nos ha ido haciendo tarde, así que volvemos corriendo a la estación y compramos el billete de vuelta, que es, curiosamente, más barato que el de ida. Hm. Desconcierto. Desconcierto asimismo porque esto no es exactamente el punto donde nos ha dejado el bus. ¡Mierda! ¡Que esto no era la estación de bus!

Era la estación de tren. Vamos a tener ocasión de enfrentarnos cara a cara con "por qué todos los locales y no locales nos han recomendado huir de los trenes y movernos en autobús".

Pues sí. Probablemente Serbia sea el único país del mundo donde los trenes son más baratos que los autobuses. Pero es que, amigos, tardan más. Y se retrasan (horas y horas) sin esperarlo. El porqué, es un misterio. El interior de los vagones no tiene precio. Es... como un autobús. Con las sillitas de las salas de espera de los ambulatorios. Y agarraderas en el techo. La calefacción a todo trapo debajo de los asientos que están vacíos. Aunque confieso que me encanta la experiencia.



La experiencia, no obstante, me sale cara. Cuando llegamos a casa de Lela, yo ya he enfermado. Después de regalar a las cañerías de Belgrado lo más profundo de mi ser, por via superior e inferior, decido que al día siguiente visitaré una farmacia y aprenderé a decir "suero" cueste lo que cueste. Ahora, trataré de sobrevivir al Stalingrado que supone la casa de nuestra amiga, con más capas de ropa que ayer, si cabe.


Hoy ha sido lunes, 22 de septiembre de 2008. Y mañana alquilamos un coche para despedirnos de Belgrado. O eso intentaremos.

martes, 28 de octubre de 2008

Día 2 (2ª mitad): Como caídos del cielo

Tras una excelente comida en la que nos preguntamos cómo es posible que antes de venir nos comentaran que "en Serbia se come muy mal", nos dirigimos de nuevo a la estación Glavna zeleznicka, donde hemos quedado con Lela.

Lela tiene 26 años y es montenegrina. Vino a Belgrado a los 20 años para estudiar, y ya no quiere volver a vivir en su -actualmente- país. Comenta que la sociedad montenegrina sigue siendo muy tradicional, y no tiene cabida en ella una mujer que no quiera casarse y parir cuanto antes. Así que aquí está, en Belgrado, la mayor metrópoli en la que puede residir, puesto que tampoco puede ir mucho más lejos. Terminó sus estudios de Biblioteconomía y ahora trabaja en una empresa como secretaria, además de haber empezado a estudiar de nuevo. Filología italiana. Nos comenta que hay bastantes empresas italianas invirtiendo en la zona últimamente.
Nos comenta que, por otra parte, ser estudiante es la única forma de obtener fácilmente un visado para poder viajar por Europa, así que quiere aprovechar la oportunidad. Así, vivió 6 meses en Lisboa, mientras estudiaba allí con un programa Erasmus, y ha tenido ocasión de viajar por España, Alemania... de otra forma, es bastante difícil para un serbio, bosnio, montenegrino, croata o macedonio salir de los Balcanes.

Lela nos lleva a su casa para dejar las cosas, casa que comparte con una amiga a la afueras del barrio de Palilula. Es una casa baja que le tiene alquilada una familia que vive en la casa de al lado. Tras dejar el equipaje en la habitación que ocuparemos, volvemos al centro.

La noche se va echando encima, pero yo ni siquiera me he percatado: la conversación con Lela me ha absorbido totalmente. Es muy interesante escuchar sus opiniones, sus análisis y sus puntos de vista sobre el pasado inmediato y el presente acechante de Serbia (de la que ella, de alguna forma, se considera parte, dado que montenegrinos y serbios no han tenido un conflicto armado y la separación de Montenegro como última región que quedaba anexa a Serbia se dio por referendum y con el apoyo de poco más del 50% de la población, en 2006. La escisión fue, pues, pacífica, y con el respeto de Serbia, y mantienen buenas relaciones entre ambos).

Paseando y conversando, se nos ha hecho de noche y hemos llegado a la impresionante iglesia de San Sava. Su construcción se inició a finales del siglo XIX con la intención de que fuera el templo más grande de la iglesia ortodoxa serbia, pero las distintas guerras que han paseado por la zona a lo largo del último siglo han hecho que aún siga en construcción. Es su Sagrada Familia particular. Al menos, la estructura está finalizada, y ya solo queda por terminar el interior. Eso no significa, sin embargo, que no se celebren misas y que la gente no acuda en masa a rezar (como en el resto de los Balcanes, muy creyentes en su religión cada cual, como reacción a la era socialista yugoslava en que la religión no estaba bien vista, y como marcador nacional de las distintas zonas -ahora países-).
San Sava es, en cualquier caso, espectacular.

A eso de las 20:00, decidimos que de nuevo ha llegado el momento de demostrarnos que quien dijo que en Serbia se comía mal estaba equivocado, y proponemos a Lela invitarla a cenar en algún restaurante de Skadarska, la calle más "típica" de la ciudad en lo que a restaurantes se refiere.

De camino, pasamos por el Parlamento, escenario de la revuelta popular que acabó con el poder de Milosevic en Octubre de 2000 (la decisión de Milosevic de no dar por válidos los resultados de las elecciones que lo destronaban, concluyó en que la muchedumbre congregada a las puertas del Parlamento lo acabó tomando). También pasamos por los restos del Ministerio de Interior y del de Justicia, bombardeados por la OTAN (sí, por nosotros) en 1999, durante la guerra de Kosovo en la que la OTAN decidió tomar parte (siendo así la única de los Balcanes en que lo hizo, ya que no se hizo antes ni con Bosnia ni con Croacia). Los edificios destrozados impresionan tanto como la iglesia de San Sava, pero en otro sentido. Una, después de pasear por Bosnia y etcéteras, está acostumbrada a que los boquetes de las paredes de las casas los hagan los serbios, que, como todo el mundo sabe, son los malos. Pero no está acostumbrada a que la tele le cuente ni le enseñe los cráteres de los misiles que regalamos nosotros.

Pasamos un rato deambulando por Nemanjina, esta calle ministerial, en silencio. Después del Palacio de la República de Berlín, en el que me colé cuando aún estaba en pie, antes de que lo demolieran del todo (muy erroneamente, a mi entender) el pasado año, no pensaba que otro edificio fuera a evocarme los pensamientos similares. Pero el Ministerio del Interior de la antigua Yugoslavia lo hizo.

Volvemos a emprender la marcha hacia el restaurante. Lela me cuenta lo mucho que le pone Javier Bardem. Y nos dice que las series españolas son muy famosas en la tele serbia. Me dice que ella sigue Los Serrano. Y que el año pasado todo el mundo andaba loco conUPA Dance. Yo la escucho y sigo la conversación, me río, participo y disfruto de la misma. Pero como tengo el cerebro compartimentado por deformación profesional, hay una parte de mí que sigue en el Ministerio del Interior.

Cenamos en uno de los múltiples restaurantes de Skadarska (aunque qué quieren que les diga, me sigo quedando con el "?") y, tras la cena, volvemos a casa de Lela, a dormir.
En casa de Lela hace un frío como jamás lo he pasado. Acabo durmiendo con camiseta, jersey, bufanda, polar y saco de dormir, además de una manta. Pero sigo sin conciliar el sueño, del frío que tengo. Para colmo, el que me acompaña inicia la cantata del Mesías de Händel en Re menor a ritmo de ronquido. Debe de ser por esto que dicen que del amor al odio hay un paso.
Va a ser eso: que Milosevic roncaba.

jueves, 23 de octubre de 2008

Día 2 (1ª mitad): Good morning, Belgrado

Se cuela cierta luz por la persianilla y abro un ojo. "Novi Beograd". "¡¡Coño, tú, levanta, que ya estamos en Belgrado!!", digo, mientras me incorporo a toda prisa. A los 10 minutos de eso ya hemos atracado en la estación de destino y, tras un ratín, sube un señor que nos indica que sacabó el viaje y nos invita amablemente a bajar. Lo hacemos, con los calcetines, la toalla y las zapatillas en la mano.

Hace fresquito y medio llovizna. Está nublado. Hemos tenido suerte, porque al final el tren se ha retrasado mucho y son las 7:30 de la mañana (el horario normal de llegada es las 6:00). Y a las 7:30 algo más de vida en la ciudad parece que sí que hay.

En Belgrado, los horarios son raros y las cafeterías abren a distinta hora dependiendo del día de la semana y la cafetería que sea (como en Holanda). A las 9 y algo conseguimos por fin llevarnos un café a la boca. Después, caminamos hacia el parque-fortaleza de Kalemegdan, con su curioso despliegue de morteros, tanques y bombas a la entrada del museo militar. Si uno piensa en la historia reciente del país, lo cierto es que impresiona semejante exposición. Dicen también las lenguas que, en los puestos de la avenida principal del parque, aún pueden encontrarse insignias y banderas pro Mladic (acusado por La Haya de ser responsable del genocidio de Srebrenica durante la guerra serbo-bosnia, entre otras masacres) o del mismo Karadzic, detenido y entregado a La Haya el pasado verano (se acordarán, aquel que habitaba tranquilamente en Belgrado con su barba bonachona tipo Padre Abraham y sus pitufos). Pero lo cierto es que yo no vi semejantes insignias, ni banderas, ni postales, ni nada. Y eso que me hubiera gustado comprar alguna postal de esas de humor negro que decían algo así como "el patio de juegos - diseñado por la OTAN" y mostraban un grupo de niños jugando en las ruinas dejadas por un misil. Pero nada: yo no vi nada. Y no será porque la morbosa que hay en mí no buscara con ahínco.

Desde el montículo en el que se encuentra el fuerte se divisa el resto de la ciudad, con su Danubio, y sus puentes, y sus barcos-discoteca amarrados a ambas orillas. De bajada, pasamos de casualidad por el zoo de Belgrado, famoso en el mundo entero por ser el único que, por lo visto según el mural de la fachada, posee un ejemplar del diablo de Tasmania. Nos adentramos en la zona vieja (Stari Grad), en cuyo centro se encuentra el mercado de Bajlonova pijaca, coronado por una réplica de uno de los iconos más representativos de Sarajevo, el "kiosco otomano", que la que hoy es capital de Bosnia regaló a Belgrado en 1989. Quién les iba a decir entonces que los destinatarios de su regalo los iban a tener sitiados con kiosco incluido durante 4 años, poco tiempo después.

Volvemos hacia una de las plazas principales de Belgrado, la plaza de la República (Trg Republike), antiguo escenario de manifestaciones de oposición a Milosevic. Allí se nos presenta de la nada Curro, nuestro perro escolta.

Belgrado (y Serbia en general), al igual que Atenas, están llenas de perros callejeros que lo escoltan a uno, en espera de algo de comida o quizá de una posible adopción. En Atenas estaba muy organizado: al parecer, cada perro debía de tener su zona de acción, porque muy elegantemente lo acompañaban a uno durante varias manzanas pero, al exceder esas menzanas, se quedaban muy quietitos en la acera y, al cruzar los humanos a la siguiente, los recibía otro perro escolta distinto. Debe de ser la influencia UE. Al escolta que más nos acompañó entonces decidimos bautizarlo Epicentro.

En Belgrado, por el contrario, los perros son más caóticos y salerosos y lo acompañan a uno hasta que les parece oportuno. Curro se nos unió porque se me ocurrió la genial idea de hacerle una carantoña según pasábamos. Y ya no hubo cómo sacarselo de encima. Ladraba a las bicicletas, nos protegía de coches y autobuses, nos iba abriendo camino entre la gente... Pero se presentaron dificultades. Y es que Curro era perra. Y debía de estar en celo. Y a lo largo de Kneza Mihaila, lo que probablemente sea la calle Serrano de Belgrado, lo que empezó siendo un perro escolta acabaron siendo cinco, más grandes, más pequeños, que jugueteaban y ladraban y se tropezaban con todo el mundo, y por más que una tratara de darles esquinazo, Curro siempre me encontraba (y su séquito, detrás). Ya por fin, al cabo de unos 20 minutos, Curro debió decidir que el pastor alemán de reciente adquisición era más interesante que la que suscribe, y se fue con él (y su séquito, detrás).

Kneza Mihaila es una calle curiosa. La mayoría de las tiendas que lo habitan son tiendas de ropa de marca de considerables precios. Nadie diría que en el número 49 de esta calle se encontraba la clandestina sede de Otpor, organización estudiantil que supuso la oposición más "fiable" (menos politizada, al menos en un principio) al régimen de Milosevic. Amenazados y encarcelados durante esa época, la postura oficial del gobierno era que se trataba de un grupo de delincentes, vagos, fascistas y terroristas. Pero esta organización jugó un importante papel en el movimiento de derrocamiento del régimen de Milosevic.

Casi al final de Kneza Mihaila en dirección al parque Kalemegdan, si se gira a la izquierda por Kralja Petra I, se llega al café-restaurante ?. Los distintos cambios de nombre a los que se vieron obligados los dueños a lo largo de la historia por su cercanía a la catedral ortodoxa consiguieron que el último, ya harto, le pusiera "?". Mi yo literario tiene la culpa de mi interés por ver este lugar. En él se desarrolla una de las historias de Siete pecados capitales, una de las obras del escritor serbio Milorad Pavic. Y además debo decir que la comida es excelente. Excelente.

En fin. Como siempre, el paseo nos ha desgastado un tanto, así que vamos a quedarnos en ? zampando con fulgor y descansando un rato. A las 4 y pico hemos quedado con Lela, que nos va a llevar a su casa y luego nos enseñará el Belgrado del 99, cuando llovían bombas sobre la ciudad. ¡Parada y fonda!_______________________________________________
Información práctica:
·Transporte en Belgrado: bus, trolebús y tranvía. Existe una parada de metro, pero no existe el metro (contradicciones balcánicas, que las llaman)
·Resulta muy útil ser capaz de, al menos, leer cirílico. Sobre todo si se tiene pensado moverse en coche. El cirílico no es dificil de aprender así que se recomienda le eche usté un ojo al alfabeto (y equivalencias en el latino) si tiene pensado ir.

martes, 21 de octubre de 2008

Día 1 (2ª mitad): Budapest revisited



La primera vez que estuve en Budapest me dio la sensación de ser como Viena, pero en pobre. No en vano, eran el mismo páis (por así decirlo) cuando ambas ciudades se desarrollaron. Aunque, a mi juicio, Budapest tiene algo más de atractivo, puesto que las idas y venidas de la historia reciente han hecho que cada cual dejara su huella, teniendo así el principal edificio de detención (¿y torturas?) de la época soviética junto a un palacio del siglo XIX.

La primera vez que estuve fue hace varios años y la UE apenas se había dejado oler. Pero esta vez, Budapest me recibió con un aire mucho más europeísta -lo que equivale a decir que también les han colocado los pirindolos publicitarios esos altos metálicos que han colonizado nuestras ciudades. Además de en los pirindolos, la UE también se deja notar en el brillo general de las calles y el alza de los precios (si bien, en comparación, Budapest sigue siendo barato).
Esta vez teníamos sólo una tarde disponible. Así que, con gran pesar, sacrificamos las gloriosas termas sin igual que le han dado fama a esta ciudad y nos dedicamos a hacer aquello que mejor se nos da: no hacer nada. Esto es: pulular por la calles.

Atravesamos el puente Erzsébet, en el que casi nos volamos, para llegar a Buda (Budapest nace en 1873 como resultado de la unificación de las dos ciudades a ambos lados de esta zona del Danubio: Buda y Pest). Allí nos dirigimos hacia el Castillo con el Budavári Sikló, un funicular inaugurado en el siglo XIX, uno de los principales atractivos de la ciudad. Una vez arriba, y habiendo correteado entre los diversos edificios del castillo hasta que se nos hace de noche, nos metemos a una cafetería, tratando de escapar de la rasca que hace. El local no tiene desperdicio: camareros, mesitas y barra parecen sacados del manual "cómo convertir su local en pijo para las gentes de alta alcurnia". Pero desafiante, en uno de sus ventanales, se pasea ufano un escarabajo de unos dos centímetros de diámetro, al que nadie parece prestar atención (salvo nosotros). Lo cual me recuerda a la actitud rusa hacia los insectos, anfibios y mamíferos roedores. Y es que ciertas cosas nunca mueren, por mucho Sarkozy que se pasee por Europa.

Al salir de la cafetería, las farolas crean una luz preciosa que el que me acompaña y su cámara nueva quieren aprovechar hasta rayar la histeria de la que suscribe. Así que me acomodo lo mejor que puedo en mis distintas capas de ropa y él saca al Tripatitas. El Tripatitas es su trípode nuevo, adquirido en la Fnac, que cuenta con la curiosidad de tener patitas flexibles y enganchables por ende a ramas de árbol, balaustradas o dedos meñique. Es muy fardón el Tripatitas. Y al grupo de 6 nenas 6 que hay junto a nosotros no se le pasa por alto. El que me acompaña saca la foto número 328 del puente Széchenyi (puente de las Cadenas) mientras las nenas, alteradas, comentan a su alrededor ("hiynnneifbv Trrripod, kuaaahnyyiihjjv Kamera") y yo me pregunto si podré alquilarles al maromo un ratito y sacar así pa cenar, cuando, sin esperarlo, el que me acompaña se incorpora y me dice que está listo. Una oportunidad como esta en la que él voluntariamente desiste de hacer más fotos no es como para desaprovecharla, así que nos vamos.
Pero la idea de la cena perdura: ha llegado el momento de buscar manduca. En eso estábamos, cuando, por las calles de Pest, empezamos a ver grupúsculos de skinheads (unos con banderas, otros sin ellas) caminando por la calle. Huy la leche. Al llegar a la plaza Erzsébet tér, vemos también un grupo de lecheras policiales, con sus armados ocupantes plácidamente disertando fuera de las mismas, como el que come pipas. La curiosa que hay en mí se les acerca:
-Jelou... excuse me... what is this? Is it like a fair, or a demonstration, or...?
(Se van pasando la pelota uno a otro hasta que llegan al último, que está procediendo a la ingesta de un bocata). -Yeeesss... demonstration... but... but game over.
-Game over? You mean, the demonstration has finished?
-Yes. Game over.
-Hm. And what was the demonstration about?
-Yess... demonstration... politika.
-Politika? In general?
-Yess... in general.
Así que ya ven. Si alguna vez se van a vivir a Budapest, y quieren protestar porque Aguirrech les está recortando la sanidad con cutter, tienen previamente que raparse la cabeza.

En fin. Así va pasando la tarde y llega el momento de irse a la estación, en busca de nuestro tren que, por cierto, también lleva retraso y aparece cosa de una hora más tarde, proveniente de Viena. Accedemos a nuestra suite y jugueteamos con todos los resortes a nuestro alcance, ya saben. Llegamos a la frontera húngara sobre las 2 de la mañana.

El sobrecargo nos despierta y nos pide que tengamos listos los pasaportes. Salimos al pasillo, y vemos cómo la policía está efectuando un registro exhaustivo en el tren parado enfrente, que va a la inversa, es decir: dirección Serbia > UE. Van con linternas y miran cada armario, cada altillo, cada sillón por debajo. Parece que en cualquier momento fuera a salir un espía de dentro de una maleta, con los policemanes de la RDA gritando tras él, "halt!!".

A nosotros, por contra, no nos hacen ni caso. Entra el policía en la suite, nos mira el pasaporte, vale, muy bien, siguiente.
Al cabo de un rato, el tren vuelve a arrancar y el sobrecargo nos informa de que en 20 minutos alcanzaremos la frontera Serbia. Y allí llegamos, a Subotica. La policía de fronteras serbia sube al vagón, y llega a la suite. Yo y mi adrenalina aventurera james bond hemos decidido esconder el localizador GPS que portamos, el navento, que llevamos encima a fin de que a mi madre no le dé un infarto y pueda seguir nuestros movimientos via Internet cuando estemos por Kosovo y semejantes. Decía: lo he escondido, no vaya a ser que el señor policía del bigote se crea que es un vaya usté a saber qué y me detengan y acabe en una mazmorra con los restos mortales de Troski.

Pero no. El señor policía de bigote sube, entra a la suite, le damos el pasaporte, nos pregunta que a santo de qué vamos a Serbia, le decimos que turismo, my friend, nos mira como dicendo "¿y pudiendo estar en la costa de Tarifa os venís de turismo aquí al frío balcánico?", mira el pasaporte, nos pone el sello, y se pira.
Ni controles, ni confiscación del navento, ni nada.
El que me acompaña no se pronuncia, y se vuelve a la camita a dormir. El tren se pone en marcha.
Me vuelvo a la camita. Bueno. Tengo un hermoso sello en el que pone "Subotica" (en cirílico), 21-IX-08, y un tren dibujado. No parece ser tan fiero el león como lo pintan. Miro por la ventanilla. No se ve nada de la majestuosa arquitectura modernista desde la vía del tren. Voy a ver si me duermo. Mañana abriré los ojos en Belgrado. La capital de Yugoslavia.